«El grito» en la escena cubana
Por Frank Padrón / Fotos Maité Fernández Barroso
Al noruego Edward Munch (1863-1944) le hubiera bastado apenas un cuadro de su teatralogía El grito –justamente la pieza así titulada- para trascender. La andrógina figura que, en primer plano, con un Oslo sombrío y hostil de fondo, con las manos sosteniendo su espantado rostro, emite un alarido que trasunta la angustia, vacío existencial y desesperanza del hombre, devino obra cumbre del expresionismo pictórico.
Ignoro si el famoso óleo inspiró de algún modo al dramaturgo franco-senegalés Guy Foissy (1932-2021) su pieza Direction Critorium (Dirección gritadero), escrita en 1988, pero es evidente que, conscientemente o no, la alienación, el pánico y el desamparo que la figura de Munch muestra, conforman también las de tres mujeres en espera del autobús que las conducirá a ese extraño lugar el cual da título a la obra.
En un mundo distópico, sin concreción de tiempo ni espacio –algunos lo consideran “retro-futurismo”- hablar, comentar, opinar puede resultar sospechoso y está prohibido gritar. De ahí que esas damas se dirijan al único sitio donde pueden desahogarse, y emitir ese grito semejante al que inmortalizó en su óleo el artista noruego.
Pero el ómnibus no llega y las protagonistas no lograr contenerse, de modo que se expresan, protestan, se atormentan por la espera prolongada y adelantan ese alarido ahogado que deberían dejar para el final de su destino.
Fuertemente metafórica, deudora del teatro del absurdo, con un sentido kafkiano de la pesadilla cotidiana que tiene mucho también de Becket y Virgilio Piñera, esta comedia amarga y febril ha sido representada con éxito en Francia y otros países, como buena parte de la prolífica obra de Foissy (Demain la fete, L´Evénement, Le Voyage au Brésil…)
Estudio Teatral La Chinche se acerca al texto con una perspectiva aglutinadora, al resumir los tres personajes en uno: las mujeres del texto se transubstancian en esa fémina que con sus gritos tácitos o expresados discursa en torno a la (in)comunicación, rechaza la serialidad y despersonalización a que las sociedades modernas condenan el ser humano impidiendo su desarrollo individual y social, y se queja con todas sus fuerzas de las ataduras y limitaciones que imponen los convencionalismos.
La actriz María Carla Guevara Santana –también a cargo de la dramaturgia- asume el unipersonal con la desgarradura y visceralidad que esas mujeres proyectan desde la letra. Su desempeño detenta elevadas cotas de fisicalidad porque así lo requiere el/los personaje(s), pero a la vez demandan un interiorismo y una energía que ella logra conferirles con sus transiciones, su matizada gestualidad y las gradaciones tonales de su fonación.
La directora de la compañía, Lizette Silverio, consigue además de trazar las pautas histriónicas, erigir una puesta que desde el minimalismo, trasmite la angustia y las tensiones de la pieza; pocos elementos escenográficos, luces notablemente diseñadas, una banda sonora que refuerza los principales supraenunciados del texto e imágenes audiovisuales que se añaden a la contextualización de este, suman un representación que motiva y logra la complicidad del público, el cual ríe y sufre, apoya y empatiza con esa necesidad de gritar, de soltar las mordazas y comunicarse, tal herramienta imprescindible del humano proceder.