«El Gran Disparo Del Arte», Expresividad Al Rojo Vivo
Por Vivian Martínez Tabares
La puesta en escena de la obra El gran disparo del arte, de la dramaturga Agnieska Hernández Díaz, asumida por ella misma, ocupó tres domingos en el horario habitual que tiene el teatro ese día en la Nave 3 de la Fábrica de Arte Cubano. La pieza fue escrita para tres actores, uno de los cuales representa una suerte de alter ego de la autora, como escritor de una pieza que se va escribiendo y representando en la escena. Esta pieza resultó la ganadora en el Primer Concurso de Dramaturgia Breve convocado por la Fábrica de Arte Cubano y ahora llega a las tablas con auspicios de esa institución cultural.
El gran disparo del arte es una obra experimental que dialoga con el proceso de creación artística por dentro y muestra sobre todo algunas de sus heridas, al elegir una estructura fragmentada en la que se mezclan la realidad y la ficción, en un juego activo y aleatorio con el teatro documental, y que alterna narración y representación, lenguaje de norma culta y eufónicas exploraciones en lo crudo y lo pedestre. Fiel a su estilo, la dramaturga elige un lenguaje directo y enfático en el que a menudo se repiten palabras o frases para martillarnos una idea que le interesa que cada uno de los espectadores procesemos a fondo.
El tema de la obra, que primero se llamó La verdadera historia del arte (entrenamiento para un hombre que resiste) hasta que alcanzó este título, mejor ajustado a su contenido, es la creación artística y la manera en que hoy puede afirmar su espacio en medio del auge del mercado y la publicidad, desde un cuestionamiento a su sentido último, que pasa por el rigor y por la ética de quien lo ejerce.
Un hecho real es el detonante de la obra: la toma de una foto singular por el fotorreportero sudafricano Kevin Carter en la que aparecen un niño sudanés famélico y un buitre muy cerca de él, acechándolo. La imagen ocupó la primera plana del New York Times y le hizo ganar a su autor el Premio Pulitzer en la categoría Feature Photograph en 1993, a la vez que desataba una expansiva polémica. El acto «creativo» y su repercusión sirven a la dramaturga para analizar la naturaleza del hecho y hasta para especular sobre sus consecuencias, y para ello se vale del apoyo de proyecciones y de una extraordinaria banda sonora, en contrapunto con los actores en vivo.
Me tocó ver la función del domingo de en medio, con la sala abarrotada de público. Y si bien una rotura en la red eléctrica del área de El Vedado en la que está ubicada la FAC ocasionó un apagón hasta pasadas las 10 de la noche, la directora y los actores decidieron no defraudar a los espectadores y empezaron la función con solo la luz de trabajo proporcionada por una planta.
Al cabo de más de media hora se restableció el servicio y el público aplaudió jubiloso pues nadie se había movido de su asiento. Al final los artistas recibieron una ovación cerrada con todos los asistentes de pie.
Esta es la cuarta tentativa en la dirección de esta dramaturga, luego de tres puestas a cargo de otros directores: Streap Tease, por la italiana Alina Narciso y como parte del reconocimiento obtenido en la primera edición del Concurso de Dramaturgia Femenina La escritura de las diferencias; Anestesia, por Reynier Rodríguez bajo la sombrilla del Teatro de la Luna, y Harry Potter, se acabó la magia, que pasó de trabajo de graduación de la ENA a puesta profesional del Teatro El Público, con excelente acogida de los espectadores.
Luego, Agnieska ha sentido la urgencia por ver sus textos concretados en la escena y ella misma montó Persoanl Training, en 2017, y en febrero de este año Jack The Ripper, no me abraces con tu puño levantado, que pudo verse en dos temporadas, primero en el Centro Cultural Bertolt Brecht y luego con el elenco reajustado en la FAC.
Agnieska Hernández fue primero que dramaturga una reconocida narradora, egresada del Centro Onelio Jorge Cardoso y con varias publicaciones en su haber. Hoy es, a mi juicio, una de las más valiosas autoras teatrales de una generación que roza los 40. Se distingue, además de por una voz y un estilo muy propios, por su resolución a la hora de enfrentar problemas candentes ligados con la actualidad, ya sea la violencia de género o entre los adolescentes, focalizada la mirada en las contradicciones de esa etapa vital agudizadas como consecuencia del abandono de los mayores, o el tema que aborda ahora, el del arte, mucho más universal y abstracto. Y por su capacidad para defenderlo al concretarlo con efectividad en la carne y la energía de los actores, gracias a su fuerza expresiva y al alcance de su escritura.
La autora sabe combinar referentes de la literatura, la cultura y los medios internacionales con sus más cercanas urgencias, que pueden ser también las de muchos otros, y trabaja con el lenguaje desde una absoluta libertad, emplea la lengua para construir artificios sonoros en busca de provocar un fuerte impacto en los espectadores y consigue sentido y cadencia rítmica notables.
En El gran disparo del arte se unen en escena ese actor enorme que es César Domínguez -imposible olvidarlo en el rol de la directora de Harry Potter, se acabó la magia-, ahora en una recreación que uno percibe cercana al mismo joven artista que es; Pedro Peter Rojas, que alterna la actuación con la ejecución musical al piano, sobrio y seguro, y el muy joven Edgar Valle, a quien aún le queda grande su rol de alter ego de la dramaturga, pues le falta hondura y fuerza para abordar con el rigor que merece la compleja voz cantante que lleva en la trama, lo que presumo que responde a la falta de experiencia vital acerca de algunas de las vivencias que nutren a su personaje, más allá del desempeño técnico.
El trabajo continuado de este montaje, aún en proceso, permitirá consolidar sus ya visibles valores, y ojalá tenga la oportunidad de probarlo con una programación más larga y sostenida.
Vale este otro paso en el camino de una artista que se afirma paso a paso, en su singularidad y en su capacidad de entrega, visceral y sincera.
Fotos tomadas del perfil en Facebook de Agnieska H Ernández Díaz
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