El cuerpo como ideograma que explora nuevas urgencias
Por Kenny Ortigas Guerrero
Para cualquier agrupación artística, la experiencia adquirida con el paso del tiempo va sedimentando el camino que como destino final concurre en la excelencia ética, estética, y conceptual. Este proceso de acumulación de herramientas, sutilezas, guiños y memorias que se aprehenden con y en el cuerpo –si de danza se trata- requiere no solo de sistematicidad en los entrenamientos y ensayos, donde también la inteligencia y la perspicacia creativa son fundamentales.
Además, es preciso trabajar en función de crear, juntando todas las individualidades de los cuerpos, un solo cuerpo. El cuerpo responde, desde la armonía y articulación de todos sus recursos expresivos, a la certera proyección de las ideas que traduce un espectáculo. De ese trabajo en equipo, concentrado en lograr una unidad de donde florece la diversidad, dependerá en gran medida el éxito de una obra donde se es capaz de movilizar en el espectador resortes emocionales, imaginativos e intelectuales.
Para un grupo de jóvenes profesionales consagrados a la danza, como se va consolidando en el Ballet Contemporáneo de Camagüey, constituye un reto la construcción de ese acervo colectivo dentro de una realidad que constantemente está sujeta a la inmediatez, el desapego, y el desarraigo. No obstante, en los dos recientes estrenos de la compañía agramontina, se aprecia una remontada contra el estatismo y la inercia, donde el trabajo fácil, “para salir del paso”, no es una opción y se profundiza desde una labor consciente en nuevas formas para establecer un diálogo danzario atemperado a las urgencias y necesidades que reclama un público cuyas perspectivas y cosmovisión del mundo, viajan a una velocidad intergaláctica, sometidas también a la levedad e influjo del mercado, el Internet y la desintegración constante de paradigmas, en el que la ruptura de la cenestesia se torna cada vez más difícil.
Con estas dos propuestas artísticas, el Ballet Contemporáneo nos indica que la danza, desde sus tejidos dramatúrgicos, sus alegorías, composiciones y movimientos constituye un alto, una parada, una suave voz que te hace voltear el rostro hacia las esencias donde podemos reencontrarnos con nuestros más intrínsecos conflictos y a la vez formularnos interrogantes sobre las posturas que asumimos ante disímiles situaciones que nos afectan directamente, incluso a veces sin darnos cuenta.
En el caso de la coreografía Mírame del danés Jens Bjerregaard, la sinopsis se resume de esta manera: «¿Vemos siempre lo que estamos mirando? ¿Realmente vemos lo que está pasando y realmente vemos quién está frente a nosotros? Mírame juega con esas preguntas y deja que esto se convierta en la base de un viaje coreográfico que involucra incluso las elecciones que hace el público al ver el baile».
Con esta puesta en escena, se ilustra lo que llamo el “cuerpo dramático” donde las alternancias constantes de tensiones y distenciones, unidas al juego de los opuestos, en el que cada segmento corporal adquiere vida propia respondiendo a un todo sincrónico, proveen a los intérpretes de una expresividad que dibuja intencionalmente los vericuetos del individuo frente a la imposibilidad de entablar una comunicación o diálogo coherente con su entorno, con los seres que le rodean, aludiendo a una contemporaneidad avasallante donde la indiferencia y la no empatía enrarecen las relaciones interpersonales.
Las gestualidades, que como diría Rudolf Laban «(…) tienen que ser reveladoras convirtiéndose en el resultado del empeño en demanda de un objeto que se considera valioso…», generan en Mírame, ideogramas que a su vez discursan por sí solos acerca de los arquetipos que se asumen al paso de los años o con la futilidad del momento y que frenan la posibilidad de un acercamiento espiritual sincero. Un complejo laberinto de imágenes se hilvana y se construye con precisión en los tiempos en que un bailarín interactúa con el otro y, aunque por momentos puede percibirse cierta monotonía a nivel global del ritmo, el coreógrafo teje intrincados enlaces corporales en parejas y en grupos, lo que otorga una pulsación muy interesante que coadyuva al desarrollo y evolución progresiva de los ejes temáticos que se interpretan.
Los bailarines, también pronuncian textos: “Mírame”, dicen al otro, cuya actitud no se inmuta ante el llamado que simboliza la búsqueda del contacto y la ruptura de la soledad, condiciones inherentes a los seres humanos. Existe tal compromiso en ese instante que la voz obedece a un impulso como prolongación del cuerpo donde todo el ser se compromete, recordando ese principio de las danzas-teatro orientales en el que se usa el máximo de energía para un mínimo de resultado.
Por otra parte, Lisandra Gómez de la Torre, quien se desempeña como directora de esta compañía, sube otro importante peldaño en su joven carrera como coreógrafa, y nos presenta Barreras, pieza que se disfruta no solo en la ejecución técnica de los bailarines, sino también desde la visualidad escenográfica, la iluminación y los conceptos planteados. Esta es una pieza que sugiere diferentes momentos de la vida cotidiana que entorpecen y limitan la realización personal, la aceptación social…, las barreras que a veces uno mismo se impone inconscientemente, los agujeros negros que roban de nuestras energías vitales y nos sumergen en la depresión.
Con la coreografía no se pretende contar historias concretas, los trazos refieren lo inaprensible de los deseos que no pueden conquistarse, de esa lucha-búsqueda constante de la felicidad y de pertenecer a algo o a alguien. En Barreras la danza es puja de contrarios, elemento que dinamiza la escritura escénica, descubriéndose en una partitura vibrante y llena de simbología, en el que la reiteración en cadena de un gesto, refrenda con más fuerza un punto de vista.
El diseño de vestuario nació de las manos de Nazario Salazar, destacado artista de las artes plásticas camagüeyanas. Integran también la coreografía un telón de fondo y una esfera volumétrica construida con mangueras, ambos, del joven artista Ángel Olazábal, quien además tuvo a su cargo el diseño de iluminación. El lienzo recuerda el abstraccionismo geométrico, provocando un distanciamiento de la emoción que, unido en perfecta simbiosis a los movimientos y figuras emanados de la danza, evocan espacios claustrofóbicos y aprehensivos de los cuales se intenta salir a toda costa, siendo esta la única alternativa posible para alcanzar la liberación.
Los bailarines interactúan físicamente sobre la esfera y de súbito, me trasladan al famoso icosaedro confeccionado por Rudolf Laban que servía de entrenamiento para la exploración de nuevas posibilidades corporales y espaciales en sus bailarines.
En este caso, el elemento abre puertas a nuevas composiciones que realzan el atractivo visual, reforzando la perspectiva laberíntica, que destaca lo furtivo de encuentros, enlaces y rupturas de los personajes-performes que entran y salen del aparato, aunque en mi opinión aún no se explota lo suficiente, dejando una sensación de coqueteo, que no llega aconsumarse en el espacio-tiempo.
De esta forma, Ballet Contemporáneo de Camagüey parece enrumbarse hacia un territorio de indagación sistemática en las relaciones humanas y con su entorno. En ambos trabajos, se aprecia un rigor del pensamiento y su plasmación escénica -porque una cosa no puede andar sin la otra- dirigiendo la atención hacia una danza de imagen capaz de estimular la imaginación del espectador y exigiendo de cada intérprete la capacidad de hacer circular la sangre a lo que yace oculto en la forma, pues la danza es, sin lugar a dudas, la certeza de que estamos vivos.