El arte de Jota Villaza
Por Jesús Lozada Guevara
Me lo crean o no me lo crean, una vez la televisión fue en blanco y negro y los televisores estructuras de madera con un ojo al centro. Artefacto mágico que descubría el mundo pero al que no alcanzábamos comprender. Lleno de bombillos de varios tamaños y de cables, él nos adentraba en los misterios y la hermosura. Allí aprendimos que también se nos podía engañar y que todo era ilusión, sueño: una rama el bosque, una vela el mar…
Por esos años, en Cuba, Armando Calderón le ponía voz, efecto y música al cine mudo, robándole el silencio o podíamos disfrutar del teatro bufo, ya muerto, pero que se negaba a dejarnos huérfanos, o del repentismo poético haciéndonos gozar, con fruición y buen gusto, de las palabras verdaderas.
Mi generación solo tuvo aquella caja primitiva para inventarse el mundo. Bien que teníamos además libros, teatro adecuado a nuestra edad y también la costumbre de jugar en la calle, aprendiendo las reglas y descubriendo que el mundo tenía un orden, que no era vergonzoso perder ni tan importante ganar. Pero no teníamos las palabras dichas de viva voz, no al menos en todo lugar, sino reducida a los pocos momentos en los que alguien decidía contar algo, aunque más de las veces se nos recordaba que los niños dormían al tiempo que las gallinas y que habían cosas que deberían ser imposibles de escuchar antes de alcanzar ciertas alturas.
Era un jovenzuelo cuando escuché a Teresita Fernández, en su reino, y a Francisco Garzón. Fue en ese instante que descubrí que el mundo verdadero se creaba en las palabras dichas, que el televisor era mentira o al menos un hermano menor que había usurpado la primacía en el reino de fantasía donde se dicen fabulosas mentiras que esconden verdades hondas.
Yo tenía el oído entrenado. Era nieto de un contador de historias y de una decimista campesina, sobrino de una clarividente e hijo de un hombre que por leer se leía la sombra. Mi madre me llevaba al teatro, su pasión, y allí, a los nueve años, pude escuchar a Luis Mariano Carbonell en su famosa gira de 1974.
Luego vino la Narración oral y me escogió. He visto muchos y muy buenos contadores de historias y cuando creía regresar de todos los senderos se me atravesó Jorge Ambrosio Villa Zapata, más conocido como Jota Villaza. Le antecedían nombradía y respeto, cosa difícil en este ambiente tan lenguaraz. Allí estaba, de cuerpo entero. Paisa hasta en la mirada. Y como persona grande no se imponía, no invadía. Uno más en la escena, haciendo las cosas más simples, las que parece que cualquiera puede hacer y que sin embargo son las difíciles, las esenciales, las libres de floritura y hojarasca, las que permiten que el carro del cuento avance tirado por el potro de los sucesos y que el paisaje sea un color, presencia apenas, que no detiene pero ilumina.
Técnico como pocos, denominador de los secretos del escenario, poseedor del don de fabular, sin embargo no deja ver nunca las costuras, los nudos recios que están detrás de su arte antiguo o, mejor, de su hacer sin tiempo. Jota Villaza encarna la tradición más pura, el aquí y ahora, sin dejar de adelantarnos lo que vendrá. Es uno de esos Dueños de la Palabra que suspenden el tiempo cronológico y al levantar la historia crean uno nuevo, que solo vive en su sonido pero que no deja de ser verdadero y potente.
Este hombre es capaz de suspender nuestra incredulidad, transformándola en fe, por contagio de su sentido de verdad y vida. Así uno cree en espantapájaros, en arrieros y hasta cree reconocer senderos que, sin embargo, sabe de cierto que nunca anduvo por esos lados.
Pero si esto no fuera suficiente para darle prosapia y nombradía, nuestro hombre fundó y dirige una de las escuelas de cuentería más importantes del mundo, la de Medellín, comparables con las escuelas grióticas del África occidental, donde la tradición y la modernidad conviven y se alcanza esa categoría mayúscula que está por encima del arte, el ser persona. Conozco a varios de sus alumnos y doy fe. Súmese a esta institución la creación de la Corporación Vivapalabra, de amplia programación y el Festival del mismo nombre cuyo prestigio lo sitúa también entre los más destacados en su especialidad.
Agradezco a la vida poder haber sido testigo de tales prodigios. Y espero que otros se adelanten en el estudio del arte de Jota Villaza, que merece de ser estudiado por gente de verdadero calibre. El arte del cuentero necesita de la teoría si es que quiere avanzar en la selva oscura de este tiempo.
Fotos cortesía del autor