El agua por todas partes
Por Jesús Lozada Guevara
Desde antiguo se sabe que nombrar las cosas es, en cierta medida, crearlas o al menos engendrar el ojo que la mira. Por eso, cuando ContArte, el grupo de narración oral que dirige Elvia Pérez Nápoles, anuncia la presentación de su espectáculo La Maldición como “Teatro del Relato” desata una cascada de asociaciones e interrogantes que habría que situar en medio del debate, hoy solapado, que se produce en la cuentería internacional sobre la naturaleza del acto de contar.
En Cuba, con la definición inicial reflejada en los textos clásicos norteamericanos que consideran a este como un arte independiente pero en función de la animación lectora y la pedagogía fundamentalmente, se inicia la confrontación, a la que se suma Francisco Garzón Céspedes con su concepto de “hecho escénico”, que pronto sustituye por el sintagma Narración oral escénica, de mejor suerte pero que no alcanza a traspasar su condición de marca, hasta llegar a las aproximaciones de Elvia Pérez, que la hacen desembocar en el concepto de Jorge Dubatti de teatro del relato, entendido como forma de teatralidad, es decir, modo de organizar la mirada que opera dentro de lo que el argentino llama teatro-matriz.
Esta teatralidad, desde una dimensión social, entraña que el relato adopta una forma de representar en la que también se da el convivio, la poiesis corporal y la expectación, dentro de lo liminal, permitiendo entender el cruce de fronteras de un lado a otro sin que esto signifique que lo escénico habita en un borde específico, sino que en el espacio de la medianía.
La introducción del aparato categorial de Dubatti, por parte de la directora-narradora, es un aporte esencial porque abre oportunidades en tanto apunta a lo espectacular desde bases ontológicas otras.
La Maldición es una tragedia, no solo por el destino de los personajes sino por el tipo de discurso que esta adopta. Un narrador – dos en escena- alterna con un coro, aunque esto se desdibuje en la dramaturgia y nunca quede claro que el narrador es único, aunque bifronte. El origen de esta dificultad está en el hecho de que el narrador, como punto de vista, es uno aunque encarnado en dos cuerpos, dos voces, que no alcanzan un código común de enunciación, no solo por calidades diversas, sino porque se establece una suerte de sonoridad monocorde que excluye variedad de texturas que hubieran diferenciado las miradas o más bien los modos en los que el narrador se expresa, estableciéndose un dialogo entre esas dos caras que, sin embargo, rara vez se da, mucho menos en el entramado de acciones físicas que insisten en el acto de tejer o reparar una red sin que esta se desdoble en otras posibles lecturas o signos que superen el carácter utilitario y decorativo o se desarrolle hasta alcanzar cotos diferentes.
En las artes de la palabra viva no hay posibilidad de retrocesos, cuando algo no se entendió el receptor lo borra y si ese es un motivo fundamental para la progresión dramática comienzan a aparecérsele lagunas que lo llevan a abandonar el devenir de las historias. Hubiera sido más legible si la protagonista fuera única en escena, aunque se pudieran alternar las narradoras, haciendo énfasis en el lugar de este tipo de personaje en la tragedia y permitiendo una compresión más clara del sentido que allí tiene.
Otro elemento que dificulta la recepción es el hecho de que se expone una saga va desde el origen hasta el hoy de la familia Escandell, de algún modo siempre viviendo la atemporalidad de los exilios, se nos presente con un vestuario que evoca lo medieval y sin embargo el discurso nos conduce hasta la emigración canaria en Cuba del siglo XIX o principios del XX hasta el doloroso fin del linaje en el Estrecho de la Florida, que, al menos aquí, no puede tener otra lectura que no sea se corresponde con la maldición del agua por todas partes. De este modo el vestuario, bello en su diseño, confunde y extravía. Si es que entraña un símbolo, los ropajes escapan a la compresión colectiva y constituyen un código íntimo que debería traducirse o al menos insinuarse.
Música excelente – compuesta y arreglada por Ángel Armendi, a partir de las letras de la directora y autora de las historias provenientes de su libro inédito En la punta del arcoíris- que lograría cumplir su función en este tipo de puesta si el Ensamble Vocal Luna, dirigido por Maribel Nodarse, no solo aportara elementos narrativo-musicales sino que se integrara más allá de permanecer detrás de gazas, acercando la puesta a lo propio del género y de su interpretación, es decir, en tanto sea una segunda voz colectiva.
La Maldición, se abre camino dentro del panorama de la Narración oral contemporánea insular, perfilando la poética de Elvia Pérez Nápoles, que se nos presenta como una ocasión de encontrar códigos y modos que hagan que los públicos se identifiquen con el arte del relato en un país donde la cultura, amparada en el sistema de enseñanza del arte y una larga tradición, ha alcanzado niveles de excelencia.
Estén atentos porque esta tragedia contemporánea, narrada y cantada, apenas está comenzando su andadura.
Fotos cortesía del autor