Despacio madura el plátano, una conversación con Alicia Mondevil
Por Valia Valdés
Alicia Mondevil siempre ha sido una presencia diferente en el medio teatral por su seria elegancia, casi imponente, pero cuando arañas algo esa coraza descubres una actriz que, gracias a su perseverancia, sorteó muchas dificultades e incomprensiones para lograr sus sueños. Hoy Alicia me enseñó a escribir su nombre con sus verdaderos apellidos: Alicia Mondesur Dou.
Alicia, háblame de tus orígenes, como fue tu infancia y juventud
Nací en 1936, en una colonia de caña del central Ermita, en un batey de Purial 8, Guantánamo. Mis padres llegaron a Cuba desde Haití y se conocieron en Cuba. Mi mamá enviudó siendo yo una recién nacida y ella sola se hizo cargo de sus cinco hijos. Aunque era analfabeta nos dió una educación de corrección y seriedad. De mi madre heredé mi carácter, mi comportamiento, todo viene de lo que ella nos enseñó. La colonia haitiana era muy unida y nunca nos faltó qué comer.
Mis hermanos trabajaban en el corte de caña y desde los ocho o nueve años yo ayudaba arreando caña y recogiendo café. Solo teníamos pocos meses para asistir a la escuela. Mi primer conocimiento del arte comenzó oyendo novelas radiales en casa de una vecina y la visita de algún circo pobrísimo me motivó tanto, que le pedí a mi mamá irme con ellos, por supuesto, no me dejaron.
A los 17 años me voy a trabajar a Santiago como sirvienta, me pagaban de 10 a 15 pesos. Comíamos las sobras de los señores, el dueño de una de las casas en las que trabajé intentó violarme. Solo encontré tranquilidad y respeto trabajando en la casa de una enfermera comadrona que me aconsejó estudiar, así comencé a asistir a la escuela nocturna.
¿Cómo llegas al teatro, te sentiste discriminada por tus orígenes humildes o el color de piel?
Era habitual que los haitianos fueran discriminados, yo me sentí discriminada siempre. Por eso aprendí a preservar un espacio de respeto y no establecer relaciones en las que puedo ser víctima de discriminación. Creo que la solución está en la educación, es en la casa y en la escuela donde se deben inculcar valores contra la discriminación racial.
Con el triunfo revolucionario me acerco a un grupo de aficionados y es así que comienzo en el teatro junto a algunos de los que serían después mis grandes amigos: Elsa Gay y José Ramón Vigo. Vinimos a probar suerte a La Habana y nos salió bien, entramos en la Brigada Francisco Covarrubias pudimos profesionalizarnos. Recibimos clases de distintas disciplinas escénicas con excelentes profesores como Raquel Revuelta, Roberto Blanco y muchos otros. Fueron años de efervescencia, de una gran avidez por aprender. Dábamos funciones en centros de trabajo, campos, y por toda Cuba.
¿Qué significaron para ti Taller Dramático y Ocuje?
Fue la posibilidad de trabajar con Roberto Blanco y continuar formándome. Cada ensayo era una clase. Yo tenía una formación educacional muy endeble y me propuse completar el 6to grado y todos los niveles educacionales hasta convertirme en graduada universitaria. Roberto estaba atento a mis lecturas y necesidades intelectuales y estéticas. En lo profesional confió en mí en muchas ocasiones, me dió la oportunidad de hacer un pequeño papel en ese gran suceso escénico que fue María Antonia, obra por la que transité, hasta llegar a interpretar la Madrina años después.
Tu profesabas la religión Bautista desde niña, ¿Cómo te preparaste para abordar ese personaje de fuerte arraigo yoruba?
Le debo mucho a Lázaro Ross, él me llevó a todos los toques de santo de La Habana, siempre trabajamos con el Conjunto Folclórico Nacional, eso nos enriqueció mucho y me preparó para este personaje que tenía esta influencia de la religión yoruba.
¿Cómo fue tu experiencia en el Teatro Político Bertold Bretch y con Roberto Blanco?
Teatro Político fue un grupo que alcanzó grandes éxitos, fueron años difíciles para mi desarrollo profesional, bajo aquella cordialidad aparente se manejaban conceptos machistas.
Realmente no encontré allí oportunidades, por lo que estudiar en el ISA fue una gran compensación. En el Instituto Superior de Arte tuve un excelente profesor soviético, Prymac. Sus enseñanzas del método stanislavskiano me han acompañado desde entonces, él hacía mucho hincapié en buscar variantes de solución, en no ser observadores pasivos de la realidad.
Te gradúas del ISA integrando ya Teatro Irrumpe, ¿Qué significó esa compañía para ti?
La plenitud profesional, logré madurar como actriz. Por eso aquello de que: “Despacio madura el plátano”. Tuvimos importantísimas obras en repertorio: María Antonia, La Noche, Mariana Pineda, Un sueño feliz. Roberto nos apoyaba, cuando nos señalaba una deficiencia, también nos daba herramientas para corregirla.
Guardo sus notas escritas con la valoración de un ensayo, de algún logro o de algo pendiente por mejorar. El último espectáculo en el que nos dirigió fue El perro del hortelano en el 2001.Sentí mucho su muerte.
Así me despido de Alicia que con sus casi 85 años se resiste a ser contaminada por la pandemia, siempre atenta al pulso de nuestro país, deseando que mejore. Lo directo de sus respuestas permite entrever los sólidos sentimientos que han acompañado a esta mujer en una vida de tenacidad, dignidad y orgullo por sus raíces.
Es una satisfacción reconocer su trabajo, porque ella, sin recibir lauros ni honores, es de esas muchas mujeres que han forjado la historia de nuestro teatro, de las que han llenado de emociones nuestras vidas.
Fotos: Cortesía de la entrevistada