Danza y Televisión, algunas zonas compartidas
Por Noel Bonilla-Chongo
Ya casi en las postrimerías del 2023 revisando materiales y notas, me encuentro con un diálogo cruzado que sostuvimos la querida e incansable periodista y gestora cultural Paquita de Armas y yo, a raíz de una de las últimas ediciones del show televisivo Bailando en Cuba. En aquel momento, en los portales de la TV Cubana y Cubadebate, Paquita mantenía un fórum muy activo y en permanente coloquio con los foristas. Allí, desde la variedad de opiniones, se mezclaban varias franjas no siempre coincidentes y muchas opiniones encontradas. ¿Cómo hacer converger baile, música, televisión, artistas profesionales, amateurs y los más antojados criterios sobre lo que se pudiera entender como “lo propio” del lenguaje de cada medio en la arquitectónica espectacular del gran show que fue Bailando en Cuba?
Claro, en mis consideraciones a la periodista yo hablaba de las zonas que más cercanas me son por estudio, ocupación e investigación, incluso, desde mi rol ocasional como asesor para la danza del show televisivo; y es ahí, donde regresan esas obsesiones digamos “teóricas” para sustentar y acompañar los porqués de una práctica que cada día amplifica más sus modos operantes.
Paquita partía de que, en los comentarios a los textos publicados en los portales mencionados, no pocos foristas anotaban que Bailando en Cuba era más una competencia de coreografías y no precisamente de bailadores.
Yo, en principio, pudieran entender que los foristas, televidentes del espacio, no estaban equivocados. Pues, ciertamente Bailando en Cuba se propuso, en su concepción ideotemática y como producto televisual, amplificar la noción espectacular del baile y de la danza escénica.
Me explico: hace ya mucho tiempo que la danza ha ampliado sus fronteras, ha dejado de ser una “manifestación teatral” diferenciada para convertirse en acontecimiento, propio de otra sensibilidad discursiva espectacular (y social). Si bien de ella no escapará el dominio y reinvención del paso, del ritmo, del fraseo musical-danzario, del relacionamiento entre sus practicantes, etc.; ahora vienen siendo otros los dispositivos puestos en juego. No olvidemos que en Cuba (aunque podemos encontrar analogías en otros cardinales), en lo referido a la práctica social del baile (experiencia que, por demás, ha venido en desuso, por razones varias); desde la irrupción de la timba, la noción de “pareja de baile” se fractura, ahora importará estar de cara frontal a la orquesta (a sus cantantes que guían, conminan, “imponen”, el modo de seguir el ritmo musical, lo que dice la letra (de donde emergen gestualidades, códigos corporales, fraseos coreográficos), por lo general la bailadora delante del bailador y ambos, frontales a la tarima set y escenario real de la orquesta. Todas y todos, las unas y los otros, en una suerte de corpografía grupal, ni la combinación de pasos ni la evolución de la danza en un sentido progresivo de sus traslaciones espaciales, interconexiones, son requisitos; basta el disfrute al “estilo concierto”. Este hecho ha provocado inclusive, otra manera musical de concebir la interpretación y proyección escénica de los cantantes, las improvisaciones de los instrumentistas, la prolongación del trabajo de vientos, metales y percusión, etc., elemento que ha condicionado una manera de bailar distinta y una corporeidad distintiva. Ya no estamos en los tiempos de las “parejas de baile” en acople y galantería a la vieja y rica usanza de esta práctica social-cultural cubana.
Creo que en la medida que las emisiones de Bailando en Cuba fueron avanzado, entrando a través del artefacto televisor a las salas hogareñas, la alerta que Paquita anotada de sus foristas, pudiera haberse esclarecido (al menos, hacia el interior del programa). Si bien al inicio se hablaba y refería desde la conducción, de las intervenciones del Jurado o de los espacios de promoción donde aparecían miembros de su equipo creativo y los concursantes, que el programa pretendía “rescatar el baile en pareja”, la música cubana para bailar y el sentido de nuestras raíces dancísticas; hoy por hoy podemos advertir que Bailando en Cuba se presentó como un espectáculo donde el baile es un dispositivo principal, solo que se valida en su complicidad (intervención, dependencia, interconexión…) con esos otros niveles o planos que el televidente identifica más con “lo coreográfico”. Vestuario diseñado, calzado, aditamentos, objetos y escenografías, están en función del baile. Ah, es cierto que en no pocas propuestas el sentido del baile (ritmo, pasos básicos, etc.) se ha subsumido al interés de algún coreógrafo para privilegiar esos planos o niveles; esto es evidente y, creo que pudiera ser ahí donde los foristas sustentaban su llamado de atención. Pero, al mismo tiempo, insisto, ya no es tan posible pensar el baile desde lo restricto de su proto-forma originaria, aun cuando grandes saltos, exigentes cargadas o vestuarios ampulosos, pudieran estar más cerca de un escenario “teatral” que desborda los aparentes límites que otrora eran muy marcados entre el escenario y la platea, entre la pista y la tarima, de los espacios reducidos que aún existen en La Habana, en otras provincias del país, para la práctica y disfrute del baile social.
Claro, en muchos foristas, espectadores de programas icónicos y memorables de nuestra televisión, como pudo ser el Para bailar de los ochenta, la comparación, las expectativas se imponían; en ese sentido Paquita cuestionaba hasta dónde funcionaría hoy en día un espectáculo como aquel.
¿Qué me puede decir al respecto?, me preguntaba, y yo, como muchos televidentes también conservaba los mejores recuerdos de aquel programa y, yendo más lejos, creo que fe la “escuela de danza” que teníamos cada domingo en nuestras casas. Con Para bailar, aprendimos mucho de nuestra historia y práctica músico danzaria, de las mejores tradiciones y exponentes de las mismas.
Ahora, con Bailando en Cuba, ciertas reglas del juego iban cambiando y, no olvidemos que ya no éramos los mismos, ya sabíamos más sobre danza, gracias a los cursos de Universidad para Todos. Con esos recursos apreciativos internados en nuestros modos expectantes, ya fuera de manera directa o indirecta, pudimos reconocer preferencias por algunos de los programas temáticos que, dedicados a la rumba o al cine musical, dos que fueron ejemplares. Y como el tributo a la buena memoria también fue centro en Bailando en Cuba, los televidentes disfrutamos mucho del programa concebido en homenaje al mítico Para bailar, pero al mismo tiempo creo que pensar en un “Para bailar” desde el canon que lo estructuró en la década del ochenta, hoy carece de sentido.
El espectáculo (teatral, social, vivendi, institucional, etc.) ha cambiado, ha mutado.
Quienes tuvimos la vivencia seductora del fiel televidente en los tiempos de Para bailar, recordaremos aun borroso en el tiempo, nuestro voto y seguimiento por alguna pareja, por el modo de bailar, por los riesgos y apuestas; recordaremos como nos parecía “raro, extraño”, cuando Rebeca Martínez y su partenaire Miguel Ángel, lanzaban una pierna en battement, giraban o realizaban alguna variación acrobática, elementos que no eran como muy “legales” en nuestro modo de entender la danza común de los bailadores.
Hoy por hoy y en estima del desarrollo formativo que ha tenido la enseñanza profesional de la danza en Cuba y también en varias zonas del movimiento de artistas aficionados, obvio, tras el paso del tiempo y recobrando aquellas buenas historias, en Para bailar pudiera estar la génesis motivacional de un espectáculo televisivo como ha sido Bailando en Cuba.
Tampoco podemos olvidar que nuestra mirada hacia la danza en la televisión se fue haciendo, ensanchando, amplificando, desde aquellos cuerpos de baile que acompañaban a Rafaela Carrá o el Ballet de la Televisión Alemana, por solo traer dos ejemplos también ejemplares que movilizaron impulsos en los mejores años del Ballet de la Televisión Cubana. Me sería muy difícil creer que un programa como Para bailar pudiera replicarse hoy tal cual desde aquella gracia “ingenua” ochentera; ya somos espectadores “perversos”, avisados, interconectados, activados desde otros dispositivos de lectura, de emancipación y de criterios.
Hoy, al tiempo que la danza amplifica su objeto de ser, no solo como mero divertimento (que también es legítimo), pero más bien como zona productora de conocimiento y criticalidad; como espacio de reafirmación de una historia viva en lo más genuino de sus gentes, de su pueblo, es oportuno seguir tejiendo lazos que develen la excelencia de la cultura coreográfica que hay en esta isla tan diversa en cualidades y calidades expresivas.
Tal vez si se me preguntara por la valencia hoy de un espacio como Aprendiendo a bailar (que tantos seguidores tenía) yo diría que sí, que vale la pena y es hasta necesario. Bailando en Cuba, nos ha devuelto ya sea desde la cita, el intertexto, la recuperación de la memoria y desde el desempolvo del olvido, muchos bailes, reservorios vivos, practicantes y zonas solapadas que aún vertebran esa fina línea que nos atraviesa como nación, como cultura y que tenemos que defender con garras y dientes.
Como muchos televidentes, nos gustaría que Bailando en Cuba regresara en las noches de fines de semana a la pantalla hogareña, sin dudas el programa aportó claridades decisivas, más allá del consabido y recurrente lema popular “Cuba es un pueblo que baila”. Danza y televisión seguirá siendo un dueto amoroso, cómplice; es la cópula prefecta para tender puente y cercanías de lo tanto que podemos situar desde Cuba en el mundo. Y sí, Bailando en Cuba nos dejó ver que:
- hemos advertido del olvido de muchos ritmos y bailes cubanos,
- del desconocimiento de figuras, momentos circunstanciales y espacios físicos que lo hicieron singular,
- ha mostrado que la danza, como la vida, transita, muta, toma y deja, avanza y se sacude,
- del arrojo de muchos jóvenes que, sin una formación escolar especializada, han retado las dinámicas de la enseñanza y la práctica profesional de la danza en Cuba,
- de la velocidad transformativa de la tecnología televisual que, también, reta los dispositivos y comodatos de la creación en la danza cubana toda.
Foto Buby Bode