Danza y deportes: artes del movimiento significativo
Existencia es movimiento. Acción es movimiento. La existencia está definida por el ritmo de las fuerzas en equilibrio natural.
R. Laban
Por Roberto Pérez León
La jornada olímpica que se desarrolla en París propicia reflexionar sobre el discurso del cuerpo, la corporalidad del bailarín contemporáneo y del deportista. Visibilidades y manifestaciones de la corporalidad en el orden coreológico en tanto estudio y análisis académico de la danza y desde la coréutica como disciplina relacionada con la creación y ejecución coreográfica del movimiento.
Las técnicas corporales, el desarrollo de las capacidades expresivas que construyen el cuerpo en el deporte y en la danza escénica contemporánea remiten a modos de hacer, pensar y decir estratégicos en sus perspectivas escénicas.
En todo cuerpo habita un poderoso capital simbólico. El cuerpo es efecto de la cultura que se expresa a través de una imagen.
Muhammad Ali declaraba: “Los campeones no se hacen en gimnasios. Están hechos de algo inmaterial que está muy dentro de ellos. Es un sueño, un deseo, una visión”. Por su parte Mary Wigman, la bailarina y coreógrafa alemana nos dejó dicho: “No bailo historias, bailo sentimientos.”
El cuerpo, como argumento y expresión, reflexiona y deriva en un accionar más allá de la eficacia física de lo movimental en el deporte o en la danza contemporánea.
No digo solo danza, digo contemporánea por la inmersión del bailarín en el marasmo conceptual de la posmodernidad donde además de la capacidad expresiva del cuerpo está la posibilidad de enunciación como formulación y articulación de conceptos y proposiciones.
Posmodernidad como inicio de una nueva era o fin del proyecto de la modernidad que se evidencia en la crisis y los dilemas de los grandes relatos que caracterizaron al período. Por supuesto esos grandes relatos no han desaparecido, solo que su credibilidad es cuestionada.
Posmodernidad como furiosa construcción discursiva vaciada, desterritorializada, homogeneizada, fragmentada en hilachas de lo global y lo local.
Posmodernidad como circulación de discursos a troche y moche que pueden deslegitimarse entre sí. Discursos donde el significante prevalece más allá del significado. Y ahí está el extravío. En muchos contenidos de la “condición posmoderna” el significante se sobrepone al significado y en la producción de sentido prevalece una formalidad en ocasiones vaciada.
Bueno, eso es lo que a veces percibo en ciertas composiciones dancísticas sin hallazgos. Pero sobreabundantes en incorporaciones causales carentes de efectos o saturadas de efectos con herméticas intenciones, lo que no quiere decir que disfruten de lo incondicionado poético lezamiano, sino que simplemente adolecen de apoyaturas consistentes.
En danza veo la posmodernidad en una dinámica cruzada donde se repiensa el cuerpo natural, lo casual, lo gestual cotidiano como constituyentes estéticos del movimiento.
En la danza posmoderna la “modernidad” existe en latencias. Son fuertes los chisporroteos y las sentencias del animismo de Mary Wigman y sus búsquedas expresionistas o la escritura coreográfica de Rudolf von Laban y sus contundentes análisis del movimiento, o las composiciones corporales de Nijinsky, o el tecnicismo lírico de Doris Humphrey.
Variaciones estéticas y formulaciones conceptuales que perseguían trasmitir emociones, subjetividades, posturas sociales. Modos de hacer danza que perviven en la dancística de la posmodernidad como operantes fuerzas para la excelencia corporal más allá de lo orgánico y que hacen del deportista y el bailarín sujetos experimentales.
El deporte y la danza forman cuerpos con lógicas diferentes donde prevalece la disciplina, la destreza, la resistencia en función de la escenificación. Se trata de alcanzar la excelencia en una práctica performática sujeta a la significación donde el cuerpo es agente semiótico y no un mero recurso material para significar a través del movimiento.
Rudolf von Laban (1879-1958) nos dijo un vocabulario fruto de la refinada observación y descripción del movimiento en la vida. Vocabulario aplicable a la danza y al deporte que nos amplía semánticamente el espectro de la funcionalidad y de la expresividad, en el orden cualitativo y cuantitativo, del movimiento.
El espacio dinámico, con sus maravillosas danzas de tensiones y descargas, es la tierra donde el movimiento florece. El movimiento es la vida del espacio. El espacio vacío no existe, entonces no hay espacio si movimiento ni movimiento sin espacio. Todo movimiento es un eterno cambio entre condensar y soltar, entre la creación de nudos de concentración y unificación de fuerza al condensar y de la creación de torsiones en el proceso de sujetar soltar. Estabilidad y movilidad alternan sin fin. (Laban)
El deportista hace/presenta. El danzante hace/representa. El accionar corporal es en ellos ritualización. El cuerpo es la ofrenda como mecanismo de significación. Las figuraciones en el régimen de las libertades creativas de la posmodernidad se conforman las estrategias discursivas y performáticas que semiótica y semánticamente sustancian la dramaturgia del movimiento.
Las prácticas corporales deportivas y dancísticas tienen una dimensión con modos de subjetivación que no se interceptan. Cuerpos-construcciones significantes y no solo organismos biológicos. Fundamentos no estrictamente físicos donde interviene el habitus (Bourdieu), cierto ethos, un modo de ser, una historia, un campo donde existe el sujeto.
Son las Olimpiadas espacio de una/otra dimensión danzada donde los cuerpos ostentan parámetros geométricos más allá de lo orgánico. Parecieran poder volar o sembrarse a través de sutiles mecanismos de circulación del movimiento como suprema aspiración.
Tanto en danza como en el ejercicio de la práctica deportiva el cuerpo relata, se hace escénico, se teatraliza ante el universo simbólico del espectador que, en el juego escénico, no tiene prescripción en sus capacidades de percepción sensible.
El cuerpo es paisaje objetivo/subjetivo que admite muchas percepciones. Es el depositario de lo más íntimo y de lo más público. Esa cohabitación sígnica nutre la subjetividad del accionar deportivo y del dancístico con la finalidad de la mostración escénica.
Tanto en el deporte como en la danza “el cuerpo es arrancado de su espacio propio y proyectado a otro espacio” (Foucault) desde donde comunicará de manera transformadora. Se genera una heterotopía como concepto estético manifiesto en una espacialidad discursiva de fuerza, ideología, regularidades y discontinuidades.
El cuerpo en la instantaneidad dancístico y deportiva, en el aquí y el ahora del acontecimiento escénico, palpita con fugacidad temporal y ocurre el súbito de “la imago”: la mayor y más profunda unidad entre lo estelar y lo telúrico (Lezama Lima).
El danzante y el bailarín asumen la desmesura de una vivaz existencia que se ofrece en efervescente visión del movimiento.
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