DamasDanza(s) Constanza Cordovez, Chile
Comunicadora Social, Periodista, Gestora cultural. Directora de Liceo Experimental Artístico, Santiago de Chile. Investigadora, relatora y asesora en redes y proyectos colaborativos internacionales…
Por Noel Bonilla-Chongo
¿Celebramos una danza sin cuerpo y una vida sin movimiento?
Vamos en el segundo año de Pandemia, donde se han paralizado en seco el vertiginoso ritmo de nuestra realidad. El movimiento constante de multitudinarias vidas que continuamente iban de allá para acá y de acá para allá en viajes, múltiples trayectos, idas y vueltas infinitas en sus interminables rutinas de mañanas y noches, en jardines, colegios, universidades, trabajos, cines, teatros, hospitales, bares, fiestas… Una coreografía mundana, inacabada, a una velocidad frenética; aunque intensamente viva.
Así vivíamos la vida. Y aunque podíamos prever e imaginar futuros caóticos o escatológicos, a muchos nos pilló desprevenidos esta detención drástica de la existencia. Una parálisis generalizada del movimiento de las personas, de las ciudades, de los ciudadanos, de los países y sus fronteras. Un tiempo detenido, como los miles de corazones que en todo el mundo dejaron de palpitar, como los escenarios vacíos donde ya no podemos aplaudir, o reír o llorar.
La vida y su danza se paralizaron, se paró, se detuvo. STOP. Y en esta pausa, larga pausa, que seguimos en pausa, todos nos hacemos la pregunta:
¿Cómo hacemos para seguir vivos, cómo hacemos para seguir bailando, seguir trabajando, seguir movilizando?
Y aparecen tantas preguntas y tantas ganas de movernos, al sentirnos frenados, encerrados, coartados.
Y así detenidos ¿seguimos vivos?
Hacemos que vivimos, que nos movemos, nos acomodamos, nos vamos quedando en la inercia y hacemos como si nada, esperando que el pasado vuelva, que una normalidad vuelva. Una normalidad que tampoco nunca fue normal. Y aunque no queramos, nos engañamos y nos mentimos que podemos celebrar la vida en nuestros refugios que son a su vez, cuevas y jaulas domésticas.
Quizás nos engañamos como espejismos en el desierto o como las sombras alegóricas de la caverna, porque realmente se nos está olvidando el rito primigenio de la celebración. Ese acto sagrado de reunirse para agradecer con danzas a los cielos, a los dioses, a la naturaleza, a nuestra gente, o a nosotros mismos por la vida. E intentamos distraernos, entretenernos y pasar por el tiempo como si no existiera la posibilidad de vivirla, como si no existiera la posibilidad de soñarla con el cuerpo con su movimiento eterno.
Ahora en nuestro entorno digital tenemos a nuestros alter egos, avatar holográfico que nos devuelven la posibilidad de movimiento, de conectarnos, de reunirnos en un espacio inmaterial. La mágica presencia del cine, de los universos sonoros o experiencias sensoriales, los mil videos de bailarines que inundan las redes, nos devuelven la ilusión de que podemos seguir bailando, seguir celebrando, aunque tengamos que movemos con un cuerpo sin carne y una biología sin materia. Y así nos movemos, sin tocarnos, sin sentirnos, sin olernos. Y así soñamos que bailamos, celebrando como espíritus no encarnados, como siluetas etéreas en espacios cósmicos del ciberespacio. Y así nos bailamos, nos imaginamos que rodamos, que dudamos y saltamos, que nos abrazamos y nos alejamos, aunque en realidad nunca habíamos estado tan alejados, tan aislados bailando solos al unísono para sentirnos alegres y comunes.
La muerte como la vida son parte de una misma danza, que la humanidad se olvida que es tan natural, como el día y la noche, como la luz y la oscuridad.
¿Y si muriéramos mañana? Hoy bailaríamos a reventar. Una danza furiosa y monstruosa, que clame por los deseos escondidos, por los sueños no realizados, por esos amores no entregados, por esa vida esperando a ser vivida. Así de frente, como si todos nos estuvieran mirando, como si no existiera alguna voz que dijese lo contrario, donde no hiciera falta esconderse, estaríamos bailando todos los ritos del universo como si fuera lo último y lo único posible.
Un dios que supiese bailar
Como dijo Nietzsche:
“Yo no creería más que en un dios que supiese bailar”. Y en estos tiempos pandémicos, parafraseando me gustaría decir «yo no creería en una vida que no podamos bailar”.
Foto de Portada: Tomada del Perfil de Facebook de Constanza Cordovez