Cuando el hábito hace al monje. Teatro del Viento estrenó “Huevos”
Por Kenny Ortigas Guerrero
Hace unos cuantos años atrás Freddys Núñez Estenoz, le había comentado a Ulises Rodríguez Febles que montaría uno de sus textos, y, como versa ese refrán popular de que “nunca es tarde si la dicha es buena”, tal compromiso tuvo su concreción el 23 de julio de 2022, cuando Teatro del Viento estrenó Huevos en el Teatro Avellaneda de Camagüey.
El texto multipremiado del dramaturgo matancero adquiere cuerpo en la escena con un montaje que retorna a preceptos más formales dentro de la teatralidad del Viento, lo que significa –hasta cierto punto- un breve paréntesis dentro de la secuencia que venía desarrollando este colectivo, donde la elaboración de sus espectáculos se concebían más desde la inmediatez, con historias donde la evolución progresiva de los personajes y sus caracterizaciones quedaban relegadas a un segundo plano, en función de direccionar la atención a la contundencia del discurso en sí mismo y su rápido impacto en la sensibilidad del espectador, dentro de un proceso de trabajo, al que Freddys ha denominado “dramaturgia proactiva”.
No quiere decir que el breve retorno haya implicado un retroceso en el trabajo de Freddys ni de su agrupación, sino, todo lo contrario. Con el montaje de Huevos, queda evidenciado el amplio registro al que es capaz de acercarse su director, sin traicionar sus conceptos estéticos y posicionamientos sociopolíticos, junto a un núcleo de actores que se pasean con holgura y vitalidad estremecedora defendiendo cada texto y cada acción.
Cuando digo que “el hábito hace al monje”, me remito al suceso cultural trascendente que ha protagonizado Teatro del Viento con esta puesta, donde el rigor y la disciplina acompañan armónicamente al talento y a una atractiva dramaturgia. La pieza, no solo atrapa al público por la desprejuiciada concepción que trae a nuestros días un suceso histórico y doloroso del pasado. También seduce por las actualizaciones y relecturas que cual urdimbre de signos, van conformando un tejido cuyos pedazos, aun prenden de nuestro cuerpo como rezagos agonizantes de los cuales necesitamos con urgencia desprendernos: odio, rencor, separación, división…, etc.
La puesta goza de tener entre sus principales valores, el uso acertado de flash back donde no solo se alternan acontecimientos como los acaecidos en la Embajada del Perú, cuando en 1980 una guagua se estrelló contra la misma y un grupo de personas irrumpieron por la fuerza para solicitar asilo político; hecho que luego desencadenó en lo que se conoce como el éxodo del Mariel y que trajo consigo los actos de repudio, las divisiones entre familias, la migración…etc.
En la puesta, también se entrelazan guiños que retratan momentos actuales como las “mal-bien llevadas y traídas” tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC), los apagones y su acomodo irónico –para subsistir- en el imaginario del pueblo, los conflictos y contradicciones que aun impiden el ascenso definitivo de la economía del país, los obstáculos y vicisitudes.
Otro logro plausible es la banda sonora que se articula con música grabada y en vivo, esta última ejecutada en las voces de unos performance-personajes que integran un coro donde cada una de las voces –todas femeninas– portan turbantes con los colores de la bandera cubana y cual maestro de ceremonias, que nos conduce como analogías a los coreutas del Teatro Griego o a las musas cantantes del dibujo animado de Hércules, enjuician, narran, parodian y recrean diversas zonas del espectáculo aportando frescura, creatividad y dinamismo a los tiempos y ritmos.
Desde que comienza la obra hasta que culmina con los aplausos, los actores-personajes continuamente entran y salen de sus caracterizaciones provocando un distanciamiento reflexivo donde se dirigen al espectador con el sentimiento imperioso de que juntos encontremos la reconciliación a través del diálogo y el entendimiento.
Los huevos, como signos imprescindibles, se erigen como misiles de la vergüenza cuyas marcas no se han borrado de las paredes ni han cicatrizado del todo en los corazones a pesar ya de la distancia.
“No podremos crecer como sociedad, si no nos perdonamos los unos a los otros, sin no buscamos la paz y aprendemos a vivir sin rencor y sin odio…” –dijo Ulises Febles a los actores en un marco más íntimo al concluir la función.
Más que destaques particulares en las interpretaciones, resalta una cohesión total del elenco y una paridad donde la defensa de las ideas plasmadas por el dramaturgo y la visión del director se convierten en el principal estandarte y punta de lanza de los cuestionamientos e interrogantes que se dibujan en cada situación. De todas esas preguntas que diariamente se realizan los cubanos en su cotidiano andar, una conduce el hilo dramático de Huevos: ¿Cuándo acabará esto? La incertidumbre constante, el desasosiego, la letanía de la resistencia…
Característico es en la obra de Teatro del Viento, el discurso frontal y punzante, pero no unidireccional. Huevos no es la excepción, no solo se muestra la cara de la baraja donde las falencias al interior de la Isla son las causantes de todas las tribulaciones, también se toca el asecho constante de las fuerzas externas que han intentado asfixiarnos y de las repercusiones que a largo plazo han posibilitado el surgimiento de posiciones de hostilidad extremas que se van enquistando en la consciencia y el proceder de muchos en ambas orillas.
¿Estamos ante una puesta pesimista? No, para nada. Abundan en ella los recursos que nos llaman a emprender unidos el camino de la sanación. Limpiemos juntos –los de allá y de acá como una escena ilustra- la mesa donde hemos vertido los huevos de la discordia, limpiemos juntos la mesa donde hemos discutido a cerca de las diferencias, esas que nunca serán superiores a los valores que nos unen en el sentimiento patrio de “con todos y para el bien de todos”.
Culminó la noche de estreno y veo a Freddys y a Ulises fundirse en un abrazo como si se hubieran encontrado luego de realizar una travesía, siempre peligrosa como lo es el teatro, pero en los dos está el placer, la felicidad de haber salido ilesos y reconfortados. Ellos lo que no saben es que, a ese profundo apretón entre ambos, se unía el de todo un público que abarrotó –como es ya común si del Viento se trata- la platea y el escenario, un público que agradeció en lo más hondo del alma la oportunidad de asistir a una experiencia irrepetible que, sin dejar lugar a dudas, nos hizo a todos, mejores hombres y mujeres, mejores cubanos y cubanas.
Imagen de portada: Alejo Rodríguez. Tomada del perfil de Facebook de Freddys Núñez Estenoz.
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