Crítica a la crítica
Por Isabel Cristina López Hamze
I
Replantearse el estado de la crítica teatral en Cuba es una tarea urgente. Hacerlo no sólo implica analizar el panorama desde los críticos y sus relaciones con los creadores. Se impone mirar también a los ejes que rigen la formación de los teatrólogos, preparados para ser asesores, gestores, promotores, pero también críticos teatrales. Quizás este último destino profesional sea el menos atractivo para un joven de esta época. Mientras nuevas generaciones se gradúan cada año, somos los mismos quienes ejercemos el criterio en los espacios concebidos para ello.
Los jóvenes teatrólogos, en su mayoría, optan por otros caminos dentro del teatro o incluso fuera de él. Los críticos en activo, también tenemos otras ocupaciones como la docencia, la asesoría, la gestión de eventos, el trabajo editorial y la investigación. La crítica como oficio puro, queda relegada a un segundo o tercer plano, en parte porque los otros escenarios son más “agradecidos”, ofrecen mejor remuneración, más visibilidad, mayores satisfacciones desde el punto de vista profesional y humano. La crítica es una profesión de sacrificio y humildad. No se trata sólo de juzgar, sino de acompañar sin esperar mucho a cambio. Se trata de servir al arte de la escena sin el regocijo del aplauso, sin protagonismo, sino desde la luneta oscura, desde la palabra descarnada y sincera. Dedicarse a la crítica demanda una serie de sacrificios que no todos están dispuestos a hacer.
Muchas veces escuchamos que un crítico es un espectador especializado y en ello radica su importancia y su rol determinante en el proceso creativo. Sin embargo, hay quienes suelen minimizar esa especialización al hecho de ver mucho teatro. Además de ser asiduo al teatro, un crítico debe ser un investigador, un lector acucioso y ferviente, alguien con una vasta cultura general. No es suficiente con la opinión propia para ejercer el criterio, es imprescindible leer las opiniones de otros, para luego apoyarlas o rebatirlas. No basta con examinar un espectáculo, es necesario haber visto los anteriores trabajos de un grupo para hacer una valoración justa precisa. Una crítica debe ser como un pequeño iceberg y debajo de cada cuestionamiento, agasajo o incluso de cada duda, ha de haber una investigación.
Todo crítico debe ser un viajero infatigable y tener piernas fuertes para atravesar la ciudad en busca del mejor teatro, pero también del peor. Debe visitar todos los templos y nunca negarse a los posibles escenarios, ya sea un teatro nacional, la sala de una casa, la calle, una guardarraya o el punto más alto de la montaña. Aquel espectador especializado que se reúse a asistir a una función de teatro porque no confía en la calidad de ese grupo, o porque “no le aportará nada”, o porque se “intoxica”, está en todo su derecho, pero definitivamente ha olvidado su responsabilidad como crítico.
A mi juicio, la llamada crisis de fe alrededor de la crítica tiene que ver con muchos factores, uno de ellos, aunque nos cueste reconocerlo, responde a la falta de rigor de algunos, a las relaciones distorsionadas entre críticos y creadores, a las concesiones, a los compromisos, a las conveniencias, o simplemente a la vagancia. Es importante reconocerse como parte de un proceso de creación y de aprendizaje mutuo y saber que los críticos existimos porque existen los actores, los directores, los dramaturgos, los diseñadores y un equipo de personas que ocupan el primer plano y no al revés, como, tristemente, suele ocurrir.
Mi cercanía con los creadores me ha ayudado a ser mejor crítica, a saber que la verdad está en la escena, no en el papel. Mi experiencia como asesora teatral ha sido determinante para mi formación como crítica. El trabajo en un grupo, las veces que he hecho la técnica de luces y sonido, cuando he cosido un vestuario, cargado un elemento de la tramoya, entrenado junto a los actores, propuesto una solución para la obra, me ha permitido entender la escena desde adentro. He aprendido a leer los signos más leves, a saber cuándo un actor está cansado, cuando una luz está mal montada, cuando el espacio no va con la puesta. Esa mirada profunda es posible gracias a la relación directa y de aprendizaje colectivo que es el teatro por dentro. Es cierto que muchos encuentran mal que un crítico sea, al mismo tiempo, asesor de un grupo. Desde mi punto de vista, ambos roles se han complementado y no imagino mi trabajo como crítica sin haber vivido la experiencia de la escena, día a día, junto a los actores. Ser asesora y tener una relación sincera y transparente con actores y directores, también desde mi rol de profesora del ISA, ha hecho que me decepcione de la crítica una y otra vez. Me he decepcionado de los privilegios que tenemos los críticos, de esa inversión que nos ubica erróneamente como protagonistas, en algunos casos, para las instituciones teatrales y para algunos creadores. Estar cerca de la escena ha hecho que me avergüence de todas las veces que he escrito una crítica a la ligera, sin pensar en los meses de trabajo ni respetar el proceso detrás de la puesta. Esa relación de igualdad con los creadores, me ha hecho alejarme de la crítica, pero también volver a ella con más rigor y más respeto, con más amor y más compromiso con el teatro.
II.
Si hablamos de la crítica debemos referirnos a las diferentes maneras de ejercerla en Cuba hoy. Quizás la que se realiza de forma escrita en medios especializados es la más deprimida. Algunos se lo achacan a la poca remuneración, otros a la falta de periodicidad de las publicaciones. Sin embargo, en la era digital ya no dependemos de una imprenta para escribir y publicar y, el tema económico ha sido mejorado en varias de las publicaciones digitales con espacios para la crítica especializada como La Jiribilla o Cubaescena. La escasez y poca sistematicidad de esa crítica, no sólo depende de los argumentos antes planteados. Y ahí salta a la vista otro argumento muy llevado y traído por nosotros los críticos para justificar el silencio: el teatro que se está haciendo no incita a escribir. Entonces escuchamos por ahí: “Yo no escribo de eso” y luego se argumenta que el silencio es también una expresión válida de la crítica. Considero que la crisis de fe está atravesada por muchos factores externos que afectan no sólo a la crítica sino la creación toda, pero también responde al acomodo de muchos de nosotros que, como plantee anteriormente, encontramos más gratificantes otras áreas dentro del teatro.
Creo importante enfocar la mirada en la crítica de boletín la cual se realiza en el marco de un evento y, a veces, es tomada a menos por su inmediatez y brevedad. Este tipo de críticas, generalmente realizadas por estudiantes es, a mi juicio, fundamental para los críticos en formación. Suelen ser estas las primeras experiencias de diálogo directo con los creadores, donde se pagan novatadas y se aprende de los errores. En los boletines encontramos los extremos de los hipercríticos y los condescendientes, pero también suelen estar ahí la fascinación de los jóvenes por el teatro y el espíritu rebelde de quien mira desde su juventud un teatro añoso.
También están las críticas que se hacen para otros medios como la radio o la televisión que, aun cuando son destinadas a un público más amplio, merecen todo el rigor y la atención. Por otro lado, están las críticas más ensayísticas que concebimos para publicar en revistas teatrales, o culturales y de ciencias sociales como La Gaceta o Temas. En este tipo de trabajos se ve más marcada la investigación sobre la obra y la valoración del crítico transita por los elementos que componen la puesta en escena, pero también tiene espacio para detenerse en lo conceptual, en lo vivencial, en el aspecto sensitivo e ideológico. A los críticos, por lo general, nos gusta hacer este tipo de trabajos porque con ellos nos convertimos en creadores. Casi siempre elegimos una puesta que nos gusta, con la que podemos dialogar desde nuestra experiencia y crear una crítica alejada del inventario, de marcar los aciertos y desaciertos.
Siempre pienso en la utilidad de la crítica y cuando lo hago tengo la satisfacción de haber vivido la experiencia de constatar esa utilidad. Y ahí viene otro tipo de crítica, para mí la de mayor utilidad, a la que tampoco se atiende como debiera. He sido privilegiada al formar parte de varios eventos de la crítica organizados por Omar Valiño y Tablas Alarcos en diferentes provincias de Cuba. En esos espacios la crítica se hace presencial, se analizan los espectáculos de forma oral y varios críticos dan sus valoraciones. Lo significativo de este tipo de encuentros es que el diálogo es real, no se trata de un monólogo, como suele ocurrir cuando escribimos una crítica y la publicamos, en esta ocasión los creadores están allí para debatir, disentir o reafirmar las palabras del crítico. Y digo que es la forma de crítica que me parece más útil porque, luego de esos encuentros, he visto crecer los espectáculos y he descubierto con orgullo que los directores siguieron algunas de mis recomendaciones. Aquí la visión del crítico cambia, pues no se trata de evaluar un resultado, sino de entender la puesta en escena como un proceso dinámico del cual somos parte. No se trata de dar sentencias, sino de intentar leer en la escena lo que los creadores armaron. En más de diez años de experiencia como joven crítica en formación he transitado por casi todas las formas de ejercer el criterio, sin embargo, este tipo de encuentros ha sido lo más gratificante que he vivido. En ellos he podido advertir, sin triunfalismos, la verdadera utilidad de la crítica. Ojalá estos encuentros no se detengan y ganen en fuerza y en variedad, que sean organizados a la vieja usanza o con otras maneras por nuevos gestores, que se convoquen a otros críticos y que la buena voluntad los siga rigiendo.
Si tomamos en cuenta todas estas formas de ejercer la crítica, quizás el panorama no nos parezca tan desolador. Creo que, como hemos aprendido a ser con la creación, debemos aprender a ser menos convencionales con la crítica. A los que exigen un mayor protagonismo de los críticos, los invito a mirar más allá de un trabajo publicado. A los críticos nos falta reafirmar la fe en nuestro oficio, nos falta quizás proponer una nueva crítica que acompañe al teatro más audaz que se está haciendo. Y esa es otra cuestión que muchos pasan por alto: creo que el teatro ha dejado atrás a la crítica. Muchas veces me ocurre que, cuando una puesta en escena me emociona, más allá de su calidad, el esquema tradicional de una crítica no me resulta suficiente para expresarme. La reseña que me enseñaron los maestros en la escuela no está acorde con parte del mejor teatro que se hace y con lo que ese teatro está diciendo. Los críticos han pedido en innumerables ocasiones que haya una revolución en el teatro. ¿No sería justo que los creadores nos exigieran a los críticos una revolución para la crítica? Creo que es necesaria una nueva crítica, que renueve sus formas y se sacuda de un lenguaje anquilosado. Una crítica que vaya a la par del teatro que ameritan estos tiempos y que no pocos creadores están haciendo hoy en Cuba.
*Este artículo es parte del dossier La crítica teatral hoy, publicado por la Revista Tablas en su Anuario 2020. Para solicitar la revista en versión digital puede contactarnos en revistatablas@cubarte.cult.cu, o a través de nuestra página oficial de Facebook: Casa Editorial Tablas-Alarcos.