El ciberespacio como zona escénica

Muchos de los productos vistos en las redes sociales motivados por la pandemia nos ofrecen un panorama artístico poco satisfactorio. Digamos que en el mejor de los casos más que artísticos son solo creativos en el proyecto tecnológico

 

Por Roberto Pérez León

Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede:

eso significa ser contemporáneos.

Giorgio Agamben

 

Hace meses que vivimos en una situación epidemiológica global que ha hecho poner énfasis en las posibilidades de preservación o redención de las artes escénicas porque como manifestación artística no existen sin el público.

El público ha adquirido en estos momentos de crisis –recordemos que las crisis son la posibilidad del posicionamiento de otros desarrollos- la singularidad de convertirse en espectador-receptor más, de una emisión en una red de hiperconexiones donde el intercambio está en iguales condiciones de expresión.

Puede ser oportuno recurrir nuevamente a la línea conocimiento-información-comunicación  en relación al estadío mediático en que vivimos: del libro a la web pasando por la  televisión y su consecuente receptor pasivo.

Somos internatuas pero partimos de ser lectores con la aparición del autor con su correspondiente autoridad, luego llegó el productor y con él el consumidor o receptor hasta el internauta. En esa trayectoria se ha desenvuelto el intercambio cultural hasta hoy: Galaxia Gutenberg-Galaxia McLuhan-Galaxia World Wide Web (WWW).

Podemos hablar de una cibercultura, al estar sumidos en un ambiente donde los eventos de la cotidianidad están mediados por la tecnología de la información en todas sus manifestaciones. Nuestra subjetividad está matizada por la legitimación de un discurso que demanda una forma de ser donde la hiperconectividad es la regla.

Entre muchas otras posibilidades favorables para el desarrollo social, Internet es además un escenario para exhibirse. Pero la exhibición solo es eficaz si se logra la debida conexión, la relación con el afuera, y cada cual tendrá su afuera de acuerdo a la capacidad que tenga de hacerse presente en la red.

El ciberespacio es una arena donde se generan peregrinos deseos y exóticas necesidades en el marco de la red,  donde el nivel de estimulación es adictivo por la seducción que proviene de la exhibición.

En el ciberespacio se vive una experiencia de libertad plena, nos obliga a ser libre, digamos que se trata de un dispositivo social rousseauniano, pues fue Jean-Jacques Rousseau quien declaró que “se debe obligar a las personas a ser libres”.

Somos consumidores del ciberespacio, creemos satisfacer en él un caudal de necesidades a veces insospechadas, y a la vez nos alborota más deseos y más necesidades.

En medio del marasmo del ciberespacio ser contemporáneo sigue siendo un arduo esfuerzo creativo. Ser contemporáneo precisa de una lucidez y un coraje que a veces resulta inviable e insoportable. Porque “esa luz que trata de alcanzarnos y no puede”, según el criterio del filósofo Giorgio Agamben, pertenece a una fuente que se aleja con una vertiginosidad no humana, pero esa luz no debe ser el centro de atención sino las tinieblas para que nos afecte y apasione el afán por dirigir el porvenir con potencia crítica desde la reoriginación del pasado como recurso de reactualización.

La ola pandémica no solo carga con el coronavirus sino también con el ciberespacio que cortocircuita los sistemas significantes que caracterizan a una puesta en escena. Estamos en un momento específico de las artes escénicas: la sobrenaturaleza del mestizaje de significantes que genera una producción de sentido socio cultural de calidades diferentes al suceder una fractura de la convivialidad propia del teatro.

El acto escénico con sus cadenas de significantes se manifiesta en una atmósfera de bucle ideo-estético que debe el ciberpúblico estar preparado para desenmarañar o enredar. Sin duda, el ciberespacio tiene un carácter sintomático en cuanto al desarrollo actual de las artes escénicas.

Ahora bien, las franjas de espacio-tiempo en el teatro están indeterminadas en tanto cada puesta es una transustanciación, una ficcionalización de las dimensiones de la Realidad, una invención por medio de operaciones de creatividad desde la cotidianidad.

La invención teatral crea un espacio otro, un contralugar desde donde se disfruta la  imprevisibilidad del hecho escénico que cuando es creador se convierte en un verdadero acontecimiento por su irrepetibilidad.

El teatro como espacio cultural es una acción distanciada de lo diario y desde esa perspectiva nos puede emancipar de la mismidad. El teatro tiene que derogar reglas y establecimientos de lo contrario se convierte en una fanfarria o en una reproducción o representación sin enjundia.

En el teatro se superpone espacios y tiempos a la realidad cotidiana. Se trata de una capacidad-habilidad propia y distintiva del teatro, para crear espacios diferentes que generan una alteridad movilizadora: la  Heterotopía.

En 1967 fue Michel Foucault quien por primera vez planteó desde la filosofía el término de Heterotopía. El ciberespacio es una curiosa manifestación de la capacidad heterotópica del teatro que no sé si Foucault llegó a tener en cuenta. La heterotopía del teatro se expande y adquiere dimensiones y cualidades contrapuntísticas al causalizar imágenes y metáforas a través de la lógica del ciberespacio.

En realidad no hay consenso en el uso de la terminología para definir el nuevo escenario donde puede estar el teatro: espacio digital, ciberespacio, virtualidad digital, realidad digital, realidad virtual, espacio digital; muchos de estos términos son oxímoros y hasta pleonasmos, no obstante reflejan  una polisensorialidad y se convierten en parte configurante de nuestra realidad real; sencillamente nos dan la posibilidad de ver la escena digital tanto desde una ventana como desde la inmersión en ella.

El teatro y sus posibilidades son potenciados desde el entorno digital que puede crear un convivio sui generis: es posible la interactividad más allá del tiempo y del espacio donde se encuentra “el público”, los espectadores-internautas, el ciberpúblico, pueden mudarse en actores virtuales.

Digamos que precisaríamos de una cierta sofisticación tecnológica, pero ¿acaso no tenemos un ejército de jóvenes en nuestras universidades que estarían dispuestos a participar en proyectos de esa envergadura?

En estos tiempos estamos colmados de ejercicios ciberescénicos que se esfuerzan en gestos creativos tributarios de la téchnē, y el sentido que prevalece en el mejor de los casos es de productos técnicos, porque el acto creativo es muy exiguo.

El ciberespacio tiene sus particularidades, accedemos a él mediante recursos tecnológicos que deben ser empleados con rigor desde el punto de vista formal y estético.

Muchos de los productos vistos en las redes sociales motivados por la pandemia nos ofrecen un panorama artístico poco satisfactorio. Digamos que en el mejor de los casos más que artísticos son solo creativos en el proyecto tecnológico.

Diría el filósofo Agamben que esos productos no tienen el sello de redención que caracteriza al acontecimiento estético que debe ser una obra. No es suficiente un ejercicio de combinatoria de la téchnē con ocurrencias creativas, se precisa de la imaginación que redimirá a la obra de los lugares comunes que son las fuerzas enemigas que rondan todo acto creativo: lo constructivo y lo destructivo, y la debida resistencia dialéctica de esta coexistencia deben ser constitutivos de la obra de arte.

A veces las posibilidades técnicas que deben convertirse en entidad relacionante, no potencian la expresión artística y arman un complejo de formas que consumen el sentido ideo-estético que corresponde al arte.

En muchas de las propuestas, cuando podemos considerarlas, se evidencia el desfasaje entre la expresión técnica y el “coeficiente estético” suficiente y necesario que hace ingresar a un hecho creador dentro del arte.

Las producciones digitales deben ser la muestra de la vinculación, el choque, el encuentro del artista y creador con su entorno, con su contemporaneidad y el “obscuro esplendor” que de ella emana.

Ser artista no es simplemente examinar el contexto socio cultural. Se trata de un conflicto brutal y dialécticamente insoportable entre el pasado, el presente y el futuro, justamente el futuro que guarda las imágenes creadas donde no es posible admitir la carencia de sentido a través de la manifestación de lo invisible: el oscuro esplendor que nos apunta Agamben al compartirnos su concepto de la contemporaneidad.

La copresencia sincrética de los sistemas significantes de una puesta en escena, en el caso de la puesta en el ciberespacio, conlleva estructuras tecnológicas que se rigen por una organicidad, una lógica interna con recursos expresivos convincentes.

Vemos a veces en las redes muestras frugales de puestas en pantalla, de puestas en escena, que carecen de los elementos que harían de ellas un producto con una intervención más comprometida en el ambiente informático.

No se trata de recursos escenotécnicos sino de tecnologías informáticas. No se trata de hacer filmaciones de obras sino de hacer producciones para internet: el lenguaje teatral mediado por un software con diseño y dramaturgia digital.

El  espacio escénico habitual es polimorfo y tiene como “espacio representante” una desmesurada capacidad semiótica. Claro que el teatro puede ser virtualizado desde lo digital. Pero a través de la tecnología, desde la informática con la concepción escénica específica al ciberespacio. Asumirlo como opción en las artes escénicas puede remover el concepto de puesta y montaje que prevalece entre nosotros. El teatro desde el ciberespacio adquiere más mágicas obtenciones a través de singulares propuestas espacio-temporal.

El ciberespacio, al poder configurarse desde una construcción intelectual extraordinaria, hurga en experiencias sensibles donde es posible la materialidad de lo irreal al visionar, yuxtaponiendo espacios, una construcción sin existir, estamos entonces ante una esplendente manifestación de lo heterotópico pero en un ambiente digital.

Lo heterotópico en el ambiente digital ofrece ligaduras y puede anclarse en un ensanchamiento artístico capaz de presentar y relacionar espacios y capas temporales para una metamorfosis espectatorial, porque existe lo heterocrónico donde se acumulan y relacionan tiempos tanto del futuro como del pasado y del presente que se hace pasado y se puede reciclar en un futuro utópico o distópico.

Foto de portada: Tomada de Internet

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