«Cenicienta», Un Cuento De Hadas Para Toda La Familia
Por José Omar Arteaga Echevarría
La literatura vuelve al ballet cubano, Cendrillon ou la petit pantufle de verre, cuento homónimo de Charles Perrault es la inspiración para esta temporada. Este título original ha caído en desuso. Dicho así, resultaría difícil reconocer a cuál de las historias del escritor francés se hace referencia, sin embargo, si se dice Cenicienta, estamos ante una historia universal.
El Ballet Nacional de Cuba, en plena celebración de su 70 aniversario, vuelve con su segunda temporada de este año. En esta ocasión apuesta por el encanto de este cuento de hadas, y aprovecha el mágico argumento para reafirmarse como institución mayúscula de la danza cubana. La emblemática compañía se ve renovada con las jóvenes generaciones que despuntan como solistas, primeros bailarines y un sólido cuerpo de baile, capaces de asumir las más diversas obras y estilos en materia del arte de las puntas.
Con coreografía y libreto del cubano Pedro Consuegra, y partitura de Johann Strauss (hijo), se desarrolla la acción bastante fiel al cuento original y a otras versiones de esta obra hechas para ballet. Resalta la audacia en cuanto a diseño de vestuario y escenografía, a cargo del alemán Armin Heineman.
La composición coreográfica está concebida a la manera de Marius Petipá (del que Consuegra se declara admirador). Sobre la base del enchaînement petipaciano se tejen los pasos con el fin de mostrar la delicada técnica y el tono característico del estilo clásico. Las secuencias son equilibradas, el alborozo se ve en los personajes de carácter, que contrastan con la apolínea forma de los protagónicos.
Durante toda la obra se percibe la oposición más allá del discurso dramático que está dada entre los roles principales (Cenicienta, el príncipe Gustav, el hada Rava) y los de carácter (Leontyne, Yvette y Fanchon, madrastra y hermanastras respectivamente). Haciendo un análisis de los códigos que giran en torno a unos y otros, desde la partitura gestual hasta el color del vestuario y la posición en la escena, hay un énfasis en estos personajes secundarios.
Sobre este aspecto, es necesario señalar que esta fuerza enfática quebranta la superioridad de los protagónicos. Se debe acudir desde estos personajes a la mesura, mostrando su altivez solo en los momentos oportunos y no hacer derroche de histrionismo (o sobreactuación) durante toda la obra, pues desvían la atención del público, alterando la dramaturgia de la puesta en escena.
Existe un dominio de los cánones clásicos, característica de la escuela cubana de ballet, que se preocupa por el conocimiento y respeto de los diferentes estilos.
El personaje principal (Cenicienta) fue defendido decorosamente por varias bailarinas que lo llevaron desde la exactitud de Ginett Moncho, hasta las extensiones y saltos de Claudia García, cada una imprimiéndole su personalidad.
Lo mismo sucedió con el hada Rava, que permitió a las solistas el lucimiento en cuanto al virtuosismo. Los muchachos también se destacaron representando al príncipe Gustav, con énfasis en la técnica, pues la tendencia es a la destreza física, a la elevación de los saltos y a la correctísima ejecución de los pasos, descuidando la dosis de actuación que exige el ballet, al representar una obra eminentemente narrativa.
Pareciera que volvemos a los tiempos románticos, donde la función del hombre en el escenario estaba limitada a ser el calzo y sostén de la bailarina estrella y no existía preocupación por su verdadera inclusión como parte importante de la obra.
Deliciosos los personajes de carácter, la madrastra y las hermanastras fueron sobresalientes (algunas veces rayando en la exageración) dando un toque bufonesco a la pieza. A esta lista se suman el maestro de danzas, Waldemar (hermano del príncipe) entre otros con menor presencia en el ballet. Es destacable que cada personaje tiene su función y está bien planteado, no existen “rellenos” cuya única utilidad es decorar la escena, sino que todos intervienen con un propósito.
Un momento exquisito del ballet es la recreación de algunas danzas del folklor europeo en el segundo acto (Mazurca, Danza Española y Czarda). Este divertissement dio al cuerpo de baile y los solistas la oportunidad de destacar, cosa que hicieron sin reparo.
El acierto de poner en el libreto un cuadro de carácter es otra de las influencias de Petipá en la obra de Pedro Consuegra. Desde el siglo XIX el coreógrafo ruso incluyó en todas sus piezas un momento para mostrar las danzas tradicionales de las diferentes regiones ligadas a la técnica académica, lo que aportó colorido y vivacidad a la tradición etérea que había dejado el romanticismo.
Fue una buena temporada del Ballet Nacional de Cuba, vuelve la compañía afanosa a presentar obras de toda una noche. Regresa a las tablas una obra que data de marzo de 1996, y que todavía se mantiene fresca y activa en el repertorio. Demostró que la compañía fundada por Alicia, Alberto y Fernando Alonso hace 70 años sigue ese legado y se mantiene en constante evolución.
Evidenció que el futuro de la danza académica está en buenas manos, que la enseñanza de este arte en el país es de las mejores de Latinoamérica y del mundo, pues forma profesionales que responden a las exigencias de la técnica y le estampan una peculiar forma cubana, una fuerza innegable.
Cenicienta es un ballet para toda la familia, la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana se llenó, esta vez, no solo de público adulto. Los infantes tomaron la sala atraídos por la obra (que no pocas versiones, adaptaciones y transcripciones ha sufrido).
Por la claridad y la sencillez de la puesta en escena y el argumento, (atribuido fundamentalmente al público pueril) puede ser para todos, grandes y chicos, que aún se dejen llevar por la imaginación y disfruten del encanto que implica vivir desde la platea la magia de un cuento de hadas.
Foto: Cortesía BNC
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