Carlos Díaz: Una Fórmula Bien Formada
Por Roberto Pérez León / Fotos Sonia Almaguer
¿Cómo aumentar la corriente mayor del pez y la flecha caudal,
sumando la poiesis y el ethos?
José Lezama Lima (en La dignidad de la poesía)
Finalizó el 18 Festival de Teatro de La Habana y entre las propuestas escénicas que no formaron parte de la programación oficial estuvo Las amargas lágrimas de Petra Von Kant de Teatro El Público. Esta puesta en escena tuvo su estreno hará diez años, así es que para algunos fue reposición y para otros, los más jóvenes, un estreno de pertinencia teatral irreductible a cualquier cliché homogeneizante.
Nueve noches, una tras otra, estuvo el Trianón no digo a teatro lleno sino a pasillo abarrotado, las butacas no fueron suficientes en ninguna de las funciones. ¿A qué se debió esa tremenda avalancha de pueblo para ver Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, bajo la dirección de Carlos Díaz? Digo pueblo y no público para significar que mientras en los demás teatros generalmente predominaba un púbico muy joven y notablemente especializado, al Trianón entró cualquiera a ver teatro.
En Teatro El Público las obras salen a buscar al público; en El Público se hacen un teatro de urdimbre ficcional con pluralidad ideo-estética, que fenomenológicamente se manifiesta en propuestas movilizadoras de significados sin panfleto sociologista.
Los grandes éxitos de taquilla tienen que ser objeto de investigación. De mucha utilidad sería para Carlos Díaz como creador tener conocimiento de la percepción que se hace su obra, a través de una conciencia crítica ajena a la producción y a través de diferentes públicos.
Los estudios de públicos pueden ser diseñados para determinadas puestas en escena y así indagar en la intuición sensible y la intuición intelectual de los espectadores, en este caso sobre la reposición de la obra de Rainer Werner Fassbinder, dramaturgo y director de cine alemán, uno de los grandes del siglo XX, que murió con solo 37 años.
Siempre he sospechado en el teatro de Carlos Díaz una sensible vibración cinematográfica, su forma de composición escénica pareciera estar estructurada desde la concepción de planos y secuencias, incluso de grandes planos secuencia; el movimiento escénico hila los diferentes planos que quedan ovillados en verdaderas secuencias cinematográficas de particular dramaturgia a la que tributan las luces y la música.
La imagen teatral en Las amargas lágrimas… queda teñida por una luz esencial que modela tiempo y espacio; en la composición escénica de Carlos Díaz tenemos que ver lo que él quiere que veamos, sus encuadres performatico-teatrales sin redundancia, nos posicionan la mirada tal y como sucede en la narración cinematográfica, donde por medio de la edición nos ponen a ver lo que el director ha querido que veamos única y exclusivamente.
En cuanto a la música sin ser diegética, porque no sucede dentro de la narración escénica sin embargo ocurre para un tiempo, un espacio y unas situaciones dramáticas particulares.
Con las canciones de la primera baladista cubana, la setentosa cancionera Martha Strada, una de las voces más teatrales de cuantas hemos tenido, se hizo la música para el montaje, música nada ilustrativa ni acompañante, música propiciadora del desarrollo del mundo ficticio pero verosímil de la puesta. Digo música, y no banda sonora, música que ordena y genera una potente actividad dramaturgista.
En cuanto a las actuaciones voy a decir que no creo que haya entre nosotros un director que tenga la perspicacia y la imaginación que tiene Carlos Díaz para conducir actores, quisiera verlo por un huequito expurgando un montaje.
Las actuaciones en Las amargar lágrimas… forjan un espacio que no es euclidiano sino cuántico; el espacio gestual de cada actor produce la latencia de una atmósfera que no deja de ser antrópica pero que es insólitamente anti-natural.
En Las amargas lágrimas… es sobresaliente la construcción de imágenes desde los cuerpos y sobre los cuerpos que minimiza y pone en crisis a la representación como tal dada la expresión de corporalidades decisorias en la puesta. No podemos hablar de performers en pleno ejercicio en esta puesta, pero sí puede decirse que el tratamiento desde la dirección de actores hace que exista una particular performance de cuerpos en escena. Los personajes en sus lógicas corporales hacen del presentismo escénico un componente definitorio de la puesta. Y tengo que hacer notar que parte de este tratamiento y conformación de la imagen-cuerpo / imagen-teatral es plenamente cinematográfico, así me lo hace pensar Gilles Deleuze, el filósofo francés a quien mucho acudo, en La imagen-tiempo y La imagen-movimiento, dos de sus libros donde habitan ideas eclécticas que afianzan mi creencia en las vibraciones cinematográficas de las puestas de Carlos Díaz.
Los cuerpos son el territorio preferido de la imagen en el teatro. Pero no se trata de una imagen repetidora, imitativa; los cuerpos se componen de tal manera que no van a representar sino que operan desde otros vectores como son la plástica y lo coréutico para alejarse del mimetismo representacional o de imágenes autorreferenciales vacías.
Carlos Díaz es capaz de reponer una puesta y hacer que aparezca como un estreno absoluto. La potencia creadora de este director es tal que resulta casi einsteniana: infinita aunque con bordes, bordes que pone Carlos Díaz como sujeto estético; ahí es donde radica el misterio del acontecimiento que siempre sus montajes, ya sean estrenos o reposiciones, son acontecimiento por la carga de novedad que proponen, acontecimiento porque articulan alteraciones que al ser conjugadas artísticamente funcionan de manera extraordinaria.
Si dijera que Las amargas lágrimas de Petras von Kant es un hecho teatral estaría limitándolo a eso, a solo un hecho y los hechos son sucedidos que no admiten modificaciones o intervenciones.
Carlos Díaz produce acontecimientos teatrales enmarcados en un aparato estético-artístico-conceptual conformado fuera de actitudes solipsistas, sino por medio de subjetividades interactuantes. Carlos Díaz nunca está solo, lo acompaña una legión de creadores.
El acontecimiento contingente es lo que radicaliza al colectivo Teatro El Público, genitor de lo teatral mediante el azar concurrente y lo maravilloso carpenteriano como irrupción inusitada de la Realidad. Las amargas lágrimas de Petra Von Kant es una sucesión de signos encadenados que emparejan la realidad y el deseo sin vacíos semánticos.
Ciertamente el estilo es el ropaje del pensamiento. Cuando se consigue un lenguaje formalizado en expresiones y significados escénicos se puede hacer una colocación múltiple y se logra una composición escénica hipersingular. El estilo es dador de imágenes de una originalidad indómita luego de la doma de lo anfibológico y de la equivocidad propias de ciertos apoderamientos venturosos.
Carlos Díaz tiene las claves estético-artísticas para la formalización de un estilo y como corresponde para la formalización de un código aportativo de significación. Cada puesta en escena que hace es apofántica en el sentido aristotélico, siempre es un decir respecto a algo, es el enunciado de un juicio con autonomía y sentido propio, sin retórica ni alardes de tendencia sociopolíticas. Carlos Díaz como creador está claro en su práctica estética y en sus querencias teleológicas.
Los constituyentes sintácticos en las propuestas de Teatro El Público coordinan, subordinan y yuxtaponen las unidades signicas de la puesta en escena como espacio signado, como un compuesto de coordinación cuyo enlace está justamente en el estilo de Carlos Díaz cual entrecruzamiento de imágenes para una sobrenatulareza.
Definir, ya sabemos por Lezama Lima, que es cenizar pero de alguna manera hay que hacer sobresalir los métodos de composición de Carlos Díaz, sin pretensiones de esencialista empeñadas en juicios definitivos.
Cada puesta de Carlos Díaz es un paisaje cuyo horizonte está preñado de expectativas y briosos significados que unas veces lentean, otras aceleran el tiempo-espacio, y somos espectadores de un expresionismo de diferenciales rítmicos.
En el aquelarre comunicacional de una puesta de Teatro El Público no hay experimentación sino naturalización de la artificiosidad creada por la propia escena, donde habita una embriaguez que muchos ven como género desviado, travestismo, transgénero, sexo adoptado, drag-queen, trasnformismo, personificación femenina, caricatura de la mujer, estética flamboyant, rococó con pinpanpun, camp, cross-dressing, etc.
Toda esa enorme tela con la que a ultranza quieren cubrir el estilo de Carlos Díaz da mucho para cortar en cada aparición de Teatro El Público. Pero el teatro de Carlos Díaz anda por camino hipertélico, tiene otro telos, otra finalidad con causalidad en la disolución del equilibrio entre eros y logos, muestra la sinuosidad que detona la semejanza y rebasa los límites de la lógica como prueba estético-artística hiperbólica.
En las culturas nativas de nuestro continente es común el comportamiento que le llaman de “los dos espíritus”, seres con patrones de conducta tanto de hombres como de mujeres, es decir dos espíritus conviviendo en un mismo cuerpo sin secretos.
Las identidades sexuales o las orientaciones sexuales, la problemática de género y la sexualidad son construcciones sociales; el ser humano es únicamente humano, lo demás es un agregado: transexual, varón, mujer, bisexual, heterosexual, homosexual, todas nomenclaturas diferenciadoras producto de motivaciones extraviadas dentro de lo político-social.
La naturaleza sexual es una condición que impone el poder y es una forma del panóptico global que el control ejerce para determinar márgenes y periferias en el discurso heteronormativo/patrialcal.
La armazón de identidades a partir del sexo y el género es un rizoma indescifrable e insoportable científicamente, pese a los grandes esfuerzos que la ciencia más concienzuda ha hecho para evitar inquietudes éticas y morales por un lado y malestares y curas de la disforia o disconformidad producto a la invención del género. Pero gran parte de la mirada científica ha estado sostenida por un esencialismo atroz y bajo ese totalitarismo se han producido feroces comportamientos.
Carlos Díaz no catequiza descalza la fuerza de la realidad sin resignificarla, dinamiza con la inocencia de su encendida militancia estética, puede con fruicidad técnica vestir a hombres de mujeres, desnudar hombres sin problematizar porque este director no nos muestra, nos da sorpresas sensibles.
En Las amargas lagrimas de Petra Von Kant todos los personajes fueron concebidos por Fassbinder para mujeres, pues resulta que en uno de los elencos de Carlos Díaz todos los personajes son interpretados por hombre travestidos, y claro los pone a actuar así sin caer en la chabacanería ni en el exhibicionismo callejero, jamás en la vulgaridad.
Carlos Díaz en la plenitud de su resistencia como acto creador experiencia el entendimiento del teatro, atomiza el proceso creativo en una pluralidad expresiva y reflexiva.
Una puesta de Carlos Díaz es un artefacto reflexivo que se vale de la deconstrucción y confrontación de discursos artísticos mediante enunciaciones autárquicas en el paisaje del teatro cubano actual.
Para muchos jóvenes la puesta en escena de Las amargas lágrimas de Petras Von Kant ha sido la posibilidad de recuperar peso y gravidez porque en el escenario se unen creación y vida, poiesis y ethos.
Para los espectadores más jóvenes tal vez haya sido este montaje una iniciación en el teatro. ¡Qué suerte haber tenido una primera vez así! Y en medio de un Festival de Teatro donde había arena para la confrontación e indagación.
Cuando Las amargas lágrimas de Petras Von Kant se estrenó hace unos diez años, muchos de los asistentes a esta reposición que comento eran aun niños, ni siquiera adolescentes, hoy se enfrentan a un estreno que los pone al día en cuanto al teatro como arte performativo por excelencia, porque cada vez más el teatro es un arte en acción con poder para generar realidad al transformarla.
La puesta de Las Amargas lágrimas de Petra Von Kant nos confirma que el teatro construye de manera intencional, propositiva no solo la realidad sino una Realidad; el teatro puede permear esquemas culturales, intervenir en las normas y patrones culturales al transgredirlas y trastornarlas. Porque el teatro no está para describir la realidad o para reafirmarla con su representación mimética, sino que el teatro es una novedad constitutiva de realidad al expresar un accionar particular dentro de un contexto socio cultural específico.
Digamos que el teatro es una ocurrencia de deconstrucciones en tanto saca y pone en el escenario lo recóndito, lo disimulado, instala por mostración lo oculto o hipócrita.
Las amargas lagrimas de Petra Von Kant es puro teatro por eso es que la infalible intuición del pueblo hizo de esta puesta el éxito más popular del Festival de Teatro, cada noche la cantidad de gente que se quedaba sin poder entrar a la función así lo declara.
Esperamos la pronta vuelta de Petra para seguir viéndola espléndidamente “asfixiada por el amor de sí misma”.
Foto de portada: Sonia Almaguer