Canciones por el bien común
Desde estas páginas escribimos en torno a la versión realizada por David Blanco de la emblemática pieza Yo soy el punto cubano, de Celina González, y los comentarios recibidos en las redes sobre tan meritorio trabajo fueron emotivamente abrumadores alrededor del eterno amor a la patria. No puede ser de otro modo porque, cuando se abordan conceptos matizados por principios de altruismo, sentimos una inequívoca afinidad por la virtud.
En este terreno, por mucho que se pretenda desencajar, denigrar y destruir la pureza de nuestros ideales, el enemigo nunca va a llegar más allá del desacertado intento por alcanzar sus objetivos. Se equivocan quienes piensan que en esta batalla, en el plano de la canción de tema social, todo se reduce a ofender sin fundamento alguno porque, sencillamente, desconocen o no toman en cuenta el rango patrimonial del cancionero patriótico.
Es tal la intensidad expresiva en estas canciones, que es capaz de convertir al mensaje en la savia que requerimos los cubanos imbricados en la consecución de una nación libre y soberana desde la segunda mitad del siglo XIX. No es casual que la misma veneración profesada por La Bayamesa de Céspedes, Fornaris y Castillo, en 1851, se reitere en cada uno de estos temas hasta el presente. Es la coincidencia de una identidad que, desde ángulos diversos, alude a la sublime espiritualidad de lo que significa ser leales a la patria. No por gusto la versión que hace Santiago Feliú de El mambí, de Luis Casas Romero, nos impacta al cabo de tanto tiempo de creada. Otra pieza que nos llega hasta el tuétano es la Mujer bayamesa, de Sindo Garay, donde la heroína, al sentir el grito de la patria, «todo lo deja, todo lo quema», para evocar así la hermosura de un desprendido sacrificio sin límites.
Al asumir este legado, no se pretende una absurda conciliación a favor de la muerte, sino que, frente a la posibilidad de caer en el combate, escogemos amar la vida, pero todavía mucho más por el riesgo de defenderla con toda la entereza que conlleva el empeño libertario. Es el compromiso por el esplendor del bien común de toda la nación, al advertir la presencia de un patrón de conducta social donde confluye el colorido lirismo de una brillante poética del amor a lo nuestro, como ciudadanos de este país.
Así es la querencia de Gerardo Alfonso por cada rincón capitalino en Sábanas blancas; la incontenible emoción de Alexander Abreu por haber nacido entre nosotros en Me dicen Cuba, la honesta y apasionada confesión de Buena Fe en Valientes.
En ocasiones como estas, la subjetividad del arte adquiere la certeza de un axioma matemático, al demostrar, fehacientemente el lado en que se asienta la belleza por la vida.
Tomado del Periódico Granma digital