AMORES DIFÍCILES, LOS DE VENUS Y MARTE

Por Marilyn Garbey

A lo largo de los siglos, la mitología clásica ha sido fuente de inspiración para la danza. Ahora es Danza Contemporánea de Cuba quien sube a escena Los amores de Marte y Venus, coreografiada por Lea Anderson.

Dioses romanos: él, de la guerra; ella, famosa por su belleza, del amor. Estos son los protagonistas de una pieza de carácter narrativo, suceso que hace mucho tiempo no se veía en la danza contemporánea del país, tan atenta a la actualidad. La obra les exige a  los intérpretes enrolarse en una dinámica diferente a   la que habitualmente trabajan.

La coreógrafa llegó a La Habana por encargo del British Council a colaborar con la agrupación que dirige Miguel Iglesias. A través de Internet tuvo noticias de su trayectoria y de sus integrantes, y la visita al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso ratificó sus intuiciones: era el momento de llevar a escena un guión que, desde el siglo XVIII, proclamaba su fuerza dramática.

Estructurada en cuatro escenas por el autor, John Weaver, quien lo escribió en la lejana fecha de 1717, el argumento tiene como hilo conductor la tormentosa relación de Marte y Venus, asaeteados por Cupido y amenazados por Vulcano, esposo de Venus y herrero de los dioses, ofendido por la infidelidad.

Un pequeño teatro, semejante a un retablo titiritero, situado en el escenario a la izquierda del espectador, a pequeña escala narra la fábula representada por bailarines, en la que los elementos de la escena cobran vida, como las cortinas del telón de boca.

Los bailarines asumieron el reto, partieron  de  las imágenes propuestas por la coreógrafa para construir sus personajes. Es que los dioses bajaban a la tierra, abandonaban el proscenio de la sala García Lorca para presentarse ante los espectadores.

No hay alardes físicos, como es habitual en las piezas de esta compañía. Es preciso dosificar la energía para permanecer vivo en escena, compartiendo emociones con los espectadores, cumpliendo con las tareas del personaje. Por eso los bailarines ocupan  todo el escenario para su desplazamiento y crean diferentes planos espaciales donde transcurren las acciones.

Marte y Venus son encarnados por bailarines negros, en un gesto francamente emancipatorio, revelador de la mirada desprejuiciada de bailarines y coreógrafa. Como excelentes podría calificarse el desempeño de los dos protagonistas, Orestes Miñoso y Stephany Hardy, así como la de Dayron Romero en el deforme Vulcano. Aprovecho la posibilidad que ofrece el guión para elogiarlos de manera individual, pues habitualmente es imposible distinguir a los intérpretes en las compactas coreografías que lleva a escena Danza Contemporánea de Cuba.

Simon Vicenzy fue el encargado del diseño, antiguo colaborador de Lea Anderson, también es director de teatro y coreógrafo. Es ahí, en el diseño escénico, donde con mayor nitidez se entrecruzan los planos temporales,  las inspiraciones clásicas convergen con elementos de nuestra actualidad. Y es, precisamente, el contrapunto de temporalidades una de las más reveladoras facetas del montaje. Por ejemplo, los trajes, que van desde los túnicos inspirados en las imágenes de jarrones y frisos antiguos, hasta aquellos portadores de una lámpara de estos días. O el personaje que se pasea en patines, entre los cíclopes y las tres gracias.

Una pieza como esta puede verse en varias ocasiones. Hacerlo desde diferentes ángulos de la platea  revela  aristas inéditas  del montaje, pues se aprecia el diseño en todo su esplendor, y se sugieren diversas lecturas: El amor es capaz de derrotar la guerra. Las infidelidades son castigadas por los dioses. El amor rompe todos los obstáculos. Los dioses están hechos a imagen y semejanza de nosotros mismos.

También puede valorarse  la capacidad de diálogo del arte. Es este un argumento que atraviesa los siglos desde la antiguedad clásica hasta hoy, llega al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso con plena vigencia para los espectadores del siglo XXI. El proyecto Islas Creativas facilitó el acercamiento entre los creadores, y el guión que data de dos siglos atrás, encontró realización en La Habana, con bailarines de todas las razas y todos los géneros. La técnica cubana de danza moderna sirvió de columna vertebral para los bailarines en su diálogo con las formas teatrales de Lea Anderson. El asistente coreográfico, Yoerlis Brunet, supo encauzar las energías de los intérpretes a través de clases y ensayos, y canalizarlas en función de cada personaje.

Los amores de Marte y Venus es una iniciativa creadora que debe continuar su paso por los escenarios,  para el crecimiento de los bailarines y para el placer de los espectadores.

Fotos de ensayos (Adolfo Izquierdo)