Actea, representación originaria, sin antes ni afueras

Por Noel Bonilla-Chongo
Aún resuena, entre muchos aplausos y ciertas discordias, el estreno reciente de la ópera Actea en el Oratorio San Felipe Neri del Centro Histórico habanero. La propuesta, incluida dentro de la amplia y diversa programación del Mes de Europa en Cuba, es una suerte de transposición del libreto original de Ramón Espinosa de los Monteros, por el dueto creativo Bárbara Llanes – Norge Espinosa.
Aquí en esta tierra nuestra lo musical ha estado muy apegado a lo teatral, “nuestra pertenencia a la representación es inmemorial”, si de escena teatral hablamos. En ella, en ese plateau donde actuación, canto, visualidad escenográfica, objetual, luces y vestuarios se conjugan, parecería que presentar equivale a representar. Clave más o menos apta que me ha servido para situarme ante la Actea de Llanes y Espinosa.
Ella, soprano de coloratura, compositora, maestra exigente que acá ha asumido la dirección general. Él, dramaturgo, poeta, crítico escénico, ensayista, asesor teatral vinculado a varios grupos teatrales. Ambos, con un camino destacado en la escena cubana actual, principalmente a la compañía El Público y al matancero Teatro de Las Estaciones. Junto al maestro José Antonio Méndez Padrón (director musical), conformaron un hecho devenido acontecimiento estimable en el panorama del teatro lírico y musical cubano. Manifestación que, entre idas y venidas, siempre ha estado en el candelero de lo bien y mal visto, pues más allá de primordiales conquistas y excelencias, nos sigue costando mucho lograr una activa sistematicidad cualitativa superior en las producciones del género.
En la Actea del trinomio Llanes-Espinosa-Méndez, con la implicativa escenografía de Massiel Teresa Borges, la iluminación de Liesnel Reyes Márquez, la dirección coral de Denise Falcón, vuelven eficaz la labor sutil y casi inatrapable de la maestra Liliam Padrón, quien, como coreógrafa sabia, supo re-enunciar el espacio “escénico” del Oratorio San Felipe Neri para otorgarle profundidad dinámica a las entradas, salidas, zonas de énfasis para la acción, tratando de esquivar la socorrida frontalidad y sus recodos más propios, dentro de la espacialidad característica de una sala de conciertos.
De ahí que me entusiasma ver la operativa funcionalidad del acontecimiento, no solo por el valor intrínseco que ha conllevado la puesta en escena de esta peculiar ópera del compositor holandés-cubano Hubert de Blanck, quien la escribiera en el año 1905, justo cuando se radicaba en Cuba y había adquirido la nacionalidad cubana.
Me atrevería a reconocer que, a pesar de una obra musical y de gestión cultural pródiga, de Hubert de Blanck conocemos poco (más allá de una sala teatral que lleva su nombre en la calle Calzada del Vedado habanero, y donde radicara el Conservatorio de Música que él fundara adelantadamente en Cuba); se registran varias óperas, zarzuelas y obras musicales de su autoría, de las que no figuran estrenos notables. Títulos de piezas consideradas “de estudio” por la musicología, como “Capricho Cubano”, “Concerto”, “Suite”, “Quinteto”, se unen a sus creaciones operísticas Icaona, Patria (anotada como la primera ópera nacional sobre la gesta independentista cubana) o Actea.
Entonces, traer Actea a escena hoy, se vuelve un suceso cultural mayor en el mapeo del teatro lírico y musical cubano. Anótese que la puesta en escena que ahora comentamos, a ciento veinte años después de su escritura es que se vuelve performance, hecho escénico en sí, o sea, sube a las tablas.
Anótese además que, la acción original de la ópera ocurre en Corinto, en el año 57 d.n.e., bajo el reinado de Claudio César Nerón. Es la época en que se celebran los Juegos Olímpicos de la región y existe un fuerte espíritu de entusiasmo en toda la ciudad. Pero, la acción que acontece en 2025, “pese a todo, se transpira el aroma de nuestros paisajes”, como desdibujo una y otra vez de los límites entre un Corintio re-imaginado y una Cuba que viaja de los inicios del siglo XX de Blanck al presente de Llanes/Espinosa. Quién sabe si como ardid recontextualizante referencial que atraviesa el hoy para ir y venir entre el antes y el ahora.
Desde Platón a Diderot, lo que se busca es el adentro debajo del afuera, la presencia bajo la representación; talvez como estrategia poética, mascarada o peana de duplicidad de lo mismo y lo otro. Acaso, ¿cómo acercarse a eso que es, no siendo lo que se aparenta o dice ser? Probablemente, en la Actea del trinomio Llanes-Espinosa-Méndez lo que se evalúa es la representación, entre opacidad y transparencia, entre pérdida y salvación, entre tributo y resurrección, o lo que pudiera ser más sugerente, entre los acordes que implica el cantar e interpretar, la música y los músicos, el decir y el mostrar, el acontecer y el ser.
Presumo que el casting realizado para la producción fue de rigor y, más allá de cualquier señalamiento o detalle perfectible en los posibles caminos por andar en pos de una puesta en escena óptima, Actea es feliz resultado del proyecto de rescate y promoción de la obra de Hubert de Blanck, iniciado tres años atrás por la Orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana de conjunto con la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y la Embajada del Reino de los Países Bajos en Cuba.
El elenco conformado por las sopranos Bárbara Llanes y Tíffany Hernández, en el protagónico de la joven Actea; Dunia Pedraza y Samantha Correa en el personaje de su confidente Aura; el tenor César Vázquez como Lucio, los barítonos Abdel Roig (Carioto) y Lien Martínez (Léntulo); el bajo Marcos Lima como el anciano Amicles y el contratenor Ubail Zamora en el rol de Esporo. También, el actor y cantante Freddy Maragoto como el Cronista y la presencia de los bailarines Enrique Leyva, Maikol Alejandro Rodríguez, Daniel Alejandro Román; del coro del Teatro Lírico Nacional de Cuba, constituyeron una nómina de interés.
Y aquí, en similitud a “El Trébol de Corinto, su más genuina fuente de información”, celebro la persistencia de la maestra Bárbara Llanes por desafiar siempre lo difícil y no cómodamente accesible, a sus colaboradores más inmediatos (Norge, José Antonio y Liliam Padrón), al equipo creativo de la puesta en escena (en especial a Massiel Teresa Borges, sus diseños gráficos y de escenografía me resultaron admirables), al staff de producción y gestión.
Celebro que estos actos hechiceros de convertir el polvo anclado en ancestrales partituras y sonoridades siga siendo convicción del maestro Ulises Hernández y su troupe del Lyceum Mozartiano de La Habana. Seguro que, como en Actea, la representación no contiene antes ni afueras.