Este texto se ocupa, e insiste, en el último lustro del teatro cubano, en particular en las expresiones de varios grupos teatrales, de todo el país, que construyen una escena de alto contenido político.
Imposible será valorar el arte de la danza del siglo XX sin ubicar el aporte que la danza africana ha ofrecido a un nuevo estilo que ha roto con las convenciones académicas para asimilar toda la cultura danzaria del mundo en su largo trayecto de siglos.
Milián se aleja de la chismografía, de la mera anécdota (aunque las hay, por supuesto, muchas y buenas) para intentar una reflexión a distancia de un carácter difícil e impredecible que por ello, teñía de ese “color” la relación con su admirado compañero de comidas y salas teatrales; creo lo consiguió a plenitud.