A 130 años del Alhambra (II)
Por Roberto Pérez León
Del Alhambra al Teatro Musical de La Habana
Según la filosofía china hay una racionalidad latente en todas las cosas.
Existen determinados índices que si los atendiéramos se adelantaría el futuro y entenderíamos por qué el pasado fue como fue y podríamos andar más seguro por el efímero presente.
Existe un orden implicado que tiene su fundamento en la física cuántica por el nivel de incertidumbre con que se comportan las partículas. El orden implicado de la realidad es algo así como un tipo de causalidad velada que Carl Gustav Jung llama sincronicidad, las conexiones acausales de sucesos y que Lezama califica de azar concurrente.
En este aniversario 130, se puede relacionar que en los inicios de los sesenta se decidió instalar el naciente Teatro Musical de La Habana (TMH) en el mismo lugar donde relumbró el Alhambra.
En la esquina de Consulado y Virtudes, el 13 de septiembre de 1890, un catalán emigrado armó un teatro que luego de más de una década de tribulaciones llegó a producir el llamado género alhambresco que es un significante destacado en la rítmica de la seudo-república y un poderoso reflejo de la expresión popular.
A partir de 1900, el Alhambra empezó a subir como la espuma y dejó atrás a todos los demás teatros de La Habana.
Pero la noche del 18 de febrero de 1935, terminada la última función, se desplomó el vestíbulo del teatro y Enrique Arredondo, el más célebre de nuestros negritos, tuvo que poner pie en polvorosa porque por un tilín no fue aplastado. Como siempre sucede llegaron los bomberos y sanseacabó el Alhambra.
Así terminó una etapa de las artes escénicas representativa de la seudo-república.
Se me preguntará: ¿Qué tiene que ver con esto con el orden implicado como principio explicativo?
Después del derrumbe se construyó, en la misma esquina de Consulado y Virtudes, el cine teatro Alkázar inspirado por el madrileño Teatro Alkázar, también llamado Palacio de los Recreos de la calle Alcalá donde era habitual la presentación de revistas musicales españolas. ¡Qué coincidencia!
Por el Alkázar habanero pasó la flor y nata del espectáculo musical: Rita Montaner, Hugo del Carril, Pérez Prado y su banda con las mamboletas, las Mulatas del Fuego; también dicen que se sentaron en aquel lunetario Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Jacinto Benavente y García Lorca.
Entrado el año 1962 aún el Alkazar era cine; he visto una entrada del día 12 de mayo de 1962, en que se proyectaron en función continuada desde las cuatro y media de la tarde La isla del deseo, con Rosana Podestá y Magali Noel, y La Ramera respetuosa, con Bárbara Lange.
Pero pronto se decidió que su escenario empezara a servir para los espectáculos del Conjunto Nacional de Entretenimiento (CNE) donde está la medular simiente del Teatro Musical de La Habana.
El descollante CNE enseguida se convirtió en el Teatro Musical de La Habana y por vasos comunicantes empezó a funcionar en el Alkázar, que nunca más volvió a ser Alkázar y se convirtió en “El Musical”.
El mexicano Alonso Arai, un hombre de teatro completo, junto a otros extranjeros y con los más jóvenes creadores cubanos, creó y fomentó el teatro musical en todas sus variantes. Eran tiempos de fundaciones perdurables para la cultura cubana. Recordemos que ya estaba triunfando la danza moderna luego contemporánea, el folclórico, el ICAIC…
Es curioso que el Conjunto Nacional de Entretenimiento haya empezado en el primer monasterio importante de La Habana, el Convento de Santa Clara. ¡Qué cosa! En aquellos magníficos salones se forjó una de las empresas culturales más sobresalientes de cuantas hemos tenido.
Para nutrir la formación musical, entre los integrantes del colectivo estuvieron en los inicios Leo Brouwer, Tony Taño, Jorge Berroa, la Zoila Gálvez maestra de canto, Argeliers León.
Con 25 años, Tony Taño armó una de las orquestas más dadoras a nuestra música popular. La orquesta del Teatro Musical de La Habana dio mucho para las artes escénicas cubanas y para el repertorio de la mejor música cubana a partir de los sesenta.
El maestro Taño ha expresado sobre la experiencia:
Cuando llegué a ese teatro ―que antes se llamaba Alkázar, en Consulado y Virtudes, donde había estado el Alhambra―, ya había una orquesta formada por un músico norteamericano radicado en La Habana, Fred Smith, que era un extraordinario armonicista y compositor, pero quizás no estaba demasiado al tanto de “la cosa cubana”.
[…] cuando llegué al Musical estaba Chucho Valdés de pianista, que ya tocaba casi como toca ahora, pero no leía. Carlos Emilio Morales era el guitarrista, que tocaba mejor que ahora, pero tampoco leía. Conmigo se hicieron músicos de atril. Tuve además la maravillosa suerte de que Tito Rivera, el padre de Paquito, quiso que comenzara a trabajar profesionalmente y puso en mis manos al muchacho, que tenía quince años, pero ya tocaba mejor que nadie.
Y si he dicho que la orquesta del TMH fue la dadora de lo más granado de nuestra música popular es porque tenemos que atender a Tony Taño cuando nos cuenta:
A mis músicos les di la libertad que era posible dentro de los límites lógicos de una agrupación que trabajaba para el escenario día tras día. Aquella orquesta fue la génesis del combo de Chucho y del Quinteto de Música Moderna que formaron él, Paquito, Cachaíto [Orlando López] -que no era del Teatro Musical, pero se unía a ellos-, Enriquito Plá en la batería y Oscarito Valdés en la percusión. Ese fue el verdadero embrión de la Moderna y de Irakere, que se creó en el 72.
Podemos decir que el TMH puso en escena todo lo que es posible dentro del diapasón del teatro musical. No he encontrado el repertorio de El Teatro Musical de La Habana, es más no he encontrado una investigación académica al respeto, solo entrevistas, comentarios, artículos dispersos.
El TMH puso obras internacionales, nacionales, adaptaciones y algunas recuperadas del vernáculo cubano: Pato macho, La ópera de los tres centavos, Irma la dulce, Los novios, La tía de Carlos, Los fantásticos, Tía Meim, Mi solar, Música para ojos y orejas, Teatro Loco, Los siete pecados capitales, Las vacas gordas, El vergonzoso en palacio, La Tarumba, Electra Garrigó, Decamerón, Lo musical, Roda Viva, La Fornés en el Musical, Esto no tiene nombre, Mi bella dama, Vida y muerte severina, En el viejo varietés, Pachencho vivo o muerto, La verdadera historia de Pedro Navaja, Chorrito de gentesss, El amor no es un sueño de verano.
Y para que la esquina de Consulado y Virtudes no dejara de ser intensa, el TMH contaba con dos salas: la mayor con unas 800 lunetas y el salón Alhambra arriba con capacidad para unos 100 espectadores, la programación en esta sala pequeña era de martes a jueves y en la sala grande se ofrecían funciones de viernes a domingo.
También, como el Alhambra, el TMH tuvo dos épocas. Pero las del Musical fueron incesantemente exitosas. A partir de 1962, con dirección del mexicano Alonso Arau y luego, a mediados de la década del 70 y durante doce años, Héctor Quintero capitaneó el colectivo hasta que en 1988 deja la dirección. Al año se cerró nuevamente el local por decisión de los bomberos que en una inspección encontraron problemas en las instalaciones eléctricas.
De nuevo los bomberos deciden un suceso definitivo en la esquina de Consulado y Virtudes. Y ahora llego al meollo de mi tesis cuántica sobre el Teatro Musical de La Habana.
También el Alhambra tuvo una gran orquesta, sobre ella comenta Robreño:
Sucedió que el 10 de noviembre de 1900, a la hora de inaugurar el teatro, la administración se dio cuenta de que faltaban los timbales tan necesarios para mantener el ritmo. El músico Santiago Oquendo recordó que el padre de un amigo tenía estos instrumentos y ni corto ni perezoso salió en su busca. El hombre se los alquiló por una noche, al precio de 40 centavos. Al día siguiente tocaron con ellos y al otro, y al otro. El dueño de aquellos adminículos murió en 1906 y al hijo se le siguió pagando el alquiler.
Al otro día del derrumbe de 1935, cuando llegaron los bomberos, porque fue al otro día pues no había nadie atrapado entre los escombros y a media noche no iban ellos a salir; así es que se aparecieron por la mañana, empezaron a trastear y uno de ellos encontró entre los derribos los timbales de la orquesta, estaban intactos, con los metales relucientes. Dicen que el bombero que se los encontró exclamó: ¡Qué timbales tiene el Alhambra!