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Paisajes teatrales con historias. Festival de Teatro de La Habana en los años 80

En Cuba, la década del 80 del siglo XX desarrolló un movimiento teatral que logró crecer con madurez artística y diversidad de estilos.
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Por Yamina Gibert

Vimos en el pórtico de la década del 80 del siglo XX el desarrollo de un movimiento teatral que logra crecer con madurez artística, siendo capaz de aseverar diversidad de estilos, géneros y tendencias que dialogan casi al mismo nivel.

En los 80 solo ocurren cuatro Festivales de Teatro de la Habana: 1980, 1982, 1984 y 1987. En el artículo anterior hablé del surgimiento y primera edición, hoy continuaré comentando las ediciones sucesivas, se dice que las marca un contexto de años de refundación teatral y pleno aprendizaje, de necesidad de entrar en perfeccionamientos escénicos estéticos y en nuevas búsquedas, veamos entonces parte de lo que pasó en esa época, pues todo no se puede reseñar en breves cuartillas.

El segundo Festival ocurre del 22 de enero al 2 de febrero de 1982. Esta edición que llega a Astilleros, Fábricas, Plazas…, es mucho más amplio que su antecesor, muestra 29 grupos y una selección de 59 puestas en escena que tienen en la ciudad su paisaje y su destino. Por entonces, el Festival de Teatro para niños es un mundo aparte que va por su VII edición, y aquí, en el que nos ocupa el centro es el público adulto. Es notorio cómo los artistas convergen en verdaderos encuentros fraternos, y, se adhiere ferviente el concepto de fiesta teatral masiva, lo que sin dudas abre la línea de pensamiento que será el eje trasversal de todos los Festivales y llega a nuestros días. La idea es celebrar y pensar el teatro teniendo en cuenta su esencia mestiza y multicultural.

El preámbulo del evento es la salida del primer número de la revista Tablas, guiada por la crítica e investigadora Rosa Ileana Boudet, maestra de Teatrología que desde el primer momento decide enrolar a sus alumnos.

Ese año, se inicia la presencia internacional con tres grupos extranjeros (Sol del Río 32 de El Salvador, Teatro Vivo de Guatemala, y Rajatabla de Venezuela), invitados gracias a la alianza con Casa de las Américas. El evento sobre todo privilegia la dramaturgia nacional, se dedica a nuestros clásicos, especialmente a Paco Alfonso, Rolando Ferrer, y Virgilio Piñera; también, se ponen obras de generaciones posteriores a estos maestros y autores jóvenes contemporáneos. Nicolás Dor, Héctor Quintero, Abelardo Estorino, Eugenio Hernández, Albio Paz, Alberto Pedro, Roberto Orihuela…son aclamados, y se celebra el vigésimo aniversario del estreno de Santa Camila de la Habana Vieja de José Ramón Brene, con una puesta en escena muy emotiva en el Parque Lenin, a cargo de jóvenes del Instituto Superior de Arte (ISA) en los roles protagónicos.

Gran parte del repertorio que va a escena es heredero de la dramaturgia anterior, ostenta “frescos” teatrales de nuestra sociedad, e indaga en nuevos contextos y en la nueva moral que pone en crisis el discurso obsoleto. Hay nuevas confrontaciones con problemas sociales y humanos, por eso el teatro en Cuba es capaz de ampliar horizontes temáticos y responder a las distintas etapas históricas.

En esta edición fue revelación el abordaje de tópicos juveniles y situaciones controvertidas que concordaban con la vida filosófica del país, también, con asuntos de la familia y la escuela en geografías diferentes y distantes. Ejemplo, Los novios de Roberto Orihuela, cuya trama trascurre en una escuela en el campo y se ubica en programación con dos versiones escénicas, una por Teatro Escambray del centro de la Isla, y otra por el grupo Extramuros de la zona rural habanera. La confrontación ideológica, al desnudo, se da en La emboscada, a cargo de egresados del ISA que conforman el Dramático de Matanzas dirigidos por Flora Lauten, quienes sorprenden por su frescura y arrojo teatral.

En el certamen son memorables La duodécima noche Shaquespereana de Vicente Revuelta, La casa de Bernarda Alba dirigida por Berta Martínez, La hija de las flores de Gertrudis Gómez de Avellaneda por Suárez del Villar, Ni un si ni un no de Abelardo Estorino y Aire Frío de Virgilio Piñera, que constituyen la muestra ancha de Teatro Estudio; obras que despliegan una dramaturgia clásica necesaria, también actuaciones y direcciones de escena magistrales. Otro momento trascendente es Huelga de Albio Paz y el grupo Cubana de Acero con asuntos de los obreros, bajo la dirección del maestro colombiano Santiago García.

En el Gran Teatro de La Habana se puso el segmento de óperas y zarzuelas a cargo del Teatro Lírico Nacional, la Ópera y el Lírico de Matanzas. A pesar de ser muy cuestionada, esta fracción mostró un amplio repertorio clásico de buen gusto que obtuvo respuesta popular, destacando las dotes “dívicas” de Alba Marina en La Medium. Rosita Fornés fue aclamada en Canción de Rachel por su aparición modélica y el Teatro Musical de La Habana en Mi Bella Dama, realización de Nelson Dor, fue bien recibida la actuación fastuosa de Héctor Quintero.

Cyrano de Bergerac, El burgués gentil hombre, y Aquí en el barrio, de la Compañía Rita Montaner, mostraron un grupo muy vivo por entonces, mientras, Tema para Verónica de Teatro de Arte Popular y Rampa arriba Rampa abajo del Teatro Político Bertolt Brecht, fueron acontecimientos de público, al tratar temas populares centrados en la mujer, sus esencias, contradicciones y ribetes marginales muy conectados con el día a día del cubano.

En la vitrina festivalera, además, estuvo la entonces Danza Nacional de Cuba hoy Danza Contemporánea de Cuba, el Teatro de Pantomimas, la Teatrova, el Dramático de Pinar del Rio, de Camagüey y de Ciego de Ávila, el Cabildo Teatral Santiago, el Colectivo Teatral Granma y Pinos Nuevos de la Isla de la Juventud. Recuerdo que fue un Festival criticado por mostrar supuestamente espectáculos envejecidos; sin embargo, el crítico Ricard Salvat consideró que se trataba de la muestra del gran salto cuantitativo y cualitativo del teatro cubano que él seguía desde antes.

La tercera edición en 1984, efectuada del 19 al 30 de enero, dio muestras de un Festival en crescendo que duplicó la cifra de obras y espectadores. Se trata de un evento exuberante con 84 puestas de 53 colectivos. Nos visitaron 10 grupos extranjeros en su mayoría de excelencia: La cuadra de Sevilla, Teatro Kom de Finlandia, Darío Fo y Franca Rame de Italia, Drak de Checoslovaquia, Nixtayolero de Nicaragua, Bibi Anderson de Suecia, Rajatabla de Venezuela, Teatro 4 de EEUU, El Galpón de Uruguay, Teat´Lari de Martinica, La Candelaria de Colombia, y Teatro Abierto de Argentina.

Entre los grupos cubanos se distingue por los premios Teatro Irrumpe con apenas dos años de fundado, que puso María Antonia y Fuenteovejuna, dirigidas por su líder Roberto Blanco.

Ahora significaré otros grupos y títulos de la muestra que da la idea del objetivo que persigue la organización de programar repertorio siempre con algún valor y sobre todo variado, de múltiples tendencias, pero no todas estas obras contaron con el favor de la crítica.

Las mejores fueron de Teatro Estudio que hizo otra vez galas de abundancia al presentar Macbeth, una versión escénica de Berta Martínez con la excelsa interpretación de Herminia Sánchez, Santa Camila de la Habana Vieja con el protagonismo exquisito de Verónica Lynn, dirigida por Suarez del Villar, Morir del cuento de Abelardo Estorino y La vieja dama muestra sus medallas, con la dirección de Vicente Revuelta. El recién nacido Teatro Buscón ofreció Los asombrosos cuentos de Benedetti gracias al gran actor, luego director, José Antonio Rodríguez, y Teatro Escambray presentó el gran éxito: Molinos de vientos. Otro espectáculo muy reconocido fue El pequeño príncipe de Flora Lauten con estudiantes del ISA.

Teatro Político Bertolt Brecht puso el clásico Don Juan, y la compañía Rita Montaner: La primera vez, Adriana en dos tiempos, Arlequín servidor de dos patrones y Esta noche se improvisa la comedia, esta última dirigida por el uruguayo Atahualpa del Cioppo. El Teatro Musical de La Habana presentó Vida y Muerte Severina de Chico Buarque, Pedro Navaja, en versiones de Jesús Gregorio, y El amor no es un sueño de verano, versión de José Milián del Sueño de una noche de verano de William Shaquespeare. En otro sentido, Teatro de Arte Popular propuso Oba y Changó y el Conjunto Folklórico Nacional Odebí el cazador, puestas que especificaban la cultura de origen africano.

También se pusieron espectáculos de los llamados elencos mixtos producidos por el Teatro Mella y el Teatro Nacional: Comedia a la antigua y Confesión en el Barrio Chino, ambas dirigidas por Nelson Dor donde actuaban intérpretes de excelencia como María de los Ángeles Santana, Enrique Santisteban y Rosita Fornés. Otro elenco mixto creó el musical-ópera trova Donde crezca el amor, a cargo de Suárez del Villar, donde confluían estudiantes del ISA y artistas de distintas agrupaciones.

Es significativo cómo en este Festival ocurrió la creación del Comité del Nuevo Teatro del ITI y se afianzó la entrada de nuevas ideologías teatrales provenientes de América Latina y de Europa, se incrementó la promoción de la corriente del Teatro Nuevo, fórmulas que promocionaron la expansión del teatro fuera del espacio clásico y que pedían cambiar la forma anquilosada existente en muchas de las puestas en escena según la crítica cubana.

En 1986 debió suceder la cuarta edición del FTH, pero se pospuso porque ese año se estimó priorizar la realización del Festival de Teatro de Camagüey, el evento que había perfilado su sentido en torno a la muestra exclusiva de teatro producido en el país; además, la razón fundamental es que en 1987, Cuba sería la sede del XXII Congreso del ITI y del III Encuentro de Teatristas de América Latina y el Caribe. Así, entre el 23 de mayo y el 7 de junio coinciden tres eventos capaces de atraer numerosos visitantes internacionales con valiosos aportes en términos teóricos y técnicos. De esta manera el Festival habanero se dedica a la escena latinoamericana, a sus logros identitarios y homenajea al escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura y presidente del ITI.

Dadas las circunstancias descritas, se suspende el otorgamiento de premios en el Festival y se tiene el propósito de ofrecer una muestra antológica con repertorio histórico y reposiciones. Actividades principales fueron los encuentros con Danza Contemporánea de Cuba, el Conjunto Folklórico y el Ballet Nacional. Se inauguró el Café Brecht, y el encuentro con la crítica jugó un rol decisivo al hacer la disección de todo el acontecer teatrero. Es a partir de ese año que todo tipo de reconocimiento y premiación se desplaza a los concursos de la Sección de Artes Escénicas de la UNEAC y nace la idea de los premios de la crítica.

Los grupos extranjeros que se presentaron en este evento memorable fueron: Ictus con la paradigmática puesta en escena Residencia en las nubes, El Club del Clown, La Candelaria, Yuyachkani, Núcleo Pessoal do Víctor, Denise Stoklos, Rajatabla, Teatro Vivo de Guatemala, Teatreros Ambulantes de Puerto rico y La Familia de Estados Unidos.

Entre las agrupaciones cubanas elegidas estuvieron Teatro Estudio y las puestas En el parque, por Vicente Revuelta con Alina Rodríguez y Adolfo Llauradó, Contigo pan y cebolla con Berta Martínez dirigida por Héctor Quintero, el recién fundado Teatro Buendía con Lila la mariposa, Teatro Irrumpe con Mariana Pineda y Zenea, el Colectivo Teatral Granma con Don Matías Pérez, y el Cabildo Teatral Santiago con La divertida y verídica relación de Cristóbal Colón. Afirma la Dra. C. Vivian Martínez Tabares que el Festival del 87 fue verdaderamente espléndido, un hito donde todo lo mejor del teatro cubano se pudo confrontar con muchos visitantes de todas las regiones del mundo, que se deslumbraron con lo que vieron aquí. La discusión teórica era de muy alto nivel y todas las actividades colaterales tenían mucho sentido. En cada una de las acciones del evento había voluntad de estímulo, de respeto hacia el creador, y no existía la mirada homogeneizadora porque a cada quien se situaba donde correspondía.

Voces autorizadas extranjeras también hablaron de un Festival exitoso, pero la idea subyacente de avalancha de actividades en consonancia con la bonanza económica, el espíritu festivo, la muestra de una vitrina repleta con todo lo que hay, puso en jaque la infraestructura organizativa. En opinión de Rine Leal esta fue su gran debilidad, según este crítico el Festival fue excesivo en demasía, paternalista y finalmente evidenció cierto agotamiento y advenimiento de crisis en el teatro cubano. En ese momento, Leal se preocupa y avizora el peligro que conlleva la realización de una oferta sobreabundante, asegura que la cuestión a resolver ya se mueve entre dos antípodas: “seguir el crecimiento hasta la macrocefalia, o por el contrario reducir cifras para aumentar la calidad”.

Sin embargo, la vista panorámica a los Festivales de los 80 constata logros significativos y verifica cómo el teatro y sus eventos se parecen a su tiempo. Cuando vemos las carteleras de estas primeras ediciones nos asombran las imágenes del teatro que se hacía en la época, ellas dan fe de su naturaleza y latir efervescente en todas las salas teatrales de la ciudad. Es cierto que la creación es bastante potente, proliferan las obras de gran formato en grandes escenarios, otras, que no son tan grandilocuentes, con otros formatos resultan bastante cuidadosas de su hechura estética. Es reveladora la nómina de autores clásicos cubanos y universales de reconocido prestigio y de contemporáneos a su época que desnudan la realidad, en tanto actores y actrices logran desempeño de excelencia en medio de diseños escénicos de elevada factura, puede verse cómo múltiples elencos pueden sostener teatro de repertorio para todos los gustos y preferencias.

Finalizando la década, en 1989, no fue posible el Festival. Se crea el 1 de abril de ese año, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y habrá que ocuparse de la ansiada re-estructuración. Se cierra la década teatral y un nuevo ciclo comienza, de eso y otros sucesos dignos de saber y comentar trataré en el próximo artículo: los Festivales de los 90.

En portada: Teatro Nacional. Festival de Teatro de La Habana 1987. Foto Mario Díaz

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