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Y tuvimos Festival… Y ganó la danza

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Por Ahmed Piñeiro Fernández

Aunque aún quedan pendientes seis funciones (tres del Ballet Nacional de Cuba, con un programa concierto, en el Teatro Sauto, de Matanzas; y tres de la Compañía Nacional de Danza, de España, con el estreno en la Isla del ballet Carmen, con coreografía de Johan Inger, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional), la estupenda Gala del domingo 6 de noviembre, en la sala Avellaneda, fue una especie de clausura de un Festival que, a pesar de algún que otro contratiempo e inconveniente, ha sido, sin dudas, un milagro y, sobre todo un éxito incuestionable.
Veintiséis (26) espectáculos en trece (13) días de funciones [y recuérdese que no se tienen en cuenta en estas cifras los aún pendientes], en cuatro (4) teatros: el Nacional (salas Avellaneda y Covarrubias), el Sauto, de Matanzas; el Terry, de Cienfuegos, y el José Jacinto Milanés, de Pinar del Río, con lo cual se reabrió —es decir se recuperó—, el célebre coliseo pinareño, después de los embates del ciclón Ian.
Una hermosa fiesta que sirvió para el reencuentro con notables bailarines cubanos que han triunfado o triunfan en otros países: Catherine Zuáznabar (que ya había actuado en julio pasado en Fábrica de Arte), Yolanda Correa, Gian Carlo Pérez o Erick Rodríguez; el debut en la Isla de figuras como los italianos Roberto Bolle, Jacopo Tissi, Nicoletta Manni y Susanna Salvi; la española Sara Calero, la argentina Ana Sophia Scheller; el checo Michal Krčmář o el letón Timofey Andriashenko; y la oportunidad de disfrutar, nuevamente, del arte de admirados bailarines como María Kochetkova, Semyon Chudin, Joaquín de Luz, Sergio Bernal, Ciro Tamayo, Federico Fernández, Gustavo Carvalho o Ricardo Castellanos, que para nosotros tiene, además, el entrañable “valor añadido” de ser nieto de Mirta Plá, e hijo de los bailarines Rodolfo Castellanos y Lourdes Rojas.

Un Festival que ha sido, como suele suceder, bien diverso en estilos y tendencias danzarias, con creadores tan distintos como Marius Petipa, Michel Fokine, Piotr Gusev, Rostilav Zajárov, Ben Stevenson, Uwe Scholz, Mats Ek, Marcia Haydée, Pontus Lidberg, Jimmy Gamonet, Mauricio Wainrot, Micaela Taylor, David Fernández, Daniel Proietto o Gemma Bond, sin olvidar, por supuesto, a los cubanos Alicia Alonso, Alberto Alonso, Alberto Méndez, Sandra Ramy, Daile Carrazana, Beatriz García y Raúl Reinoso.

Estrenos como Tríptico, de Peter Quanz o Fanfarria para el hombre común, de Silas Farley. Estrenos nacionales como Edén-6, de Susana Pous; Tangos, de varios creadores argentinos; Planimetría del movimiento, de Irina Marcano; Luminous, András Lukács, Ímpetu, de Sara Calero; Obertura, de Sergio Bernal; y de fragmentos de ballets como Caravaggio, de Mauro Bigonzetti; El otro Casanova, de Gianluca Schiavoni. Y, claro está, la presencia de ese repertorio, que no por gusto llamamos “clásico” (es decir, ineludible, perenne…): esa fabulosa temporada de Giselle, en la que bailarines del Ballet Nacional de Cuba compartieron los papeles principales con artistas de otras compañías) y fragmentos de obras como El corsario, El lago de los cisnes, Don Quijote, La Esmeralda, El talismán
No he querido ser ni exhaustivo ni concluyente en bailarines, coreógrafos, estrenos, y otros datos…, se trata simplemente de breves apuntes al vuelo para concluir , con orgullo, que el 27° Festival Internacional de Ballet de La Habana ha sido un digno heredero de fiestas anteriores. Muchas Felicidades, Viengsay Valdés, su presidenta, y a todos (comité organizador, maestros, ensayadores, diseñadores, sonidistas, jefes de escena, luminotécnicos, vestuaristas, tramoyistas, utileros, divulgadores, personal de oficina y administrativo…), los que lo hicieron posible.
Tomado del perfil de Facebook del autor