Viengsay, victoriosa

Por Marilyn Garbey Oquendo/ Fotos Leysis Quesada

Para la noche del cierre de la temporada de Giselle en el Festival Internacional de Ballet de La Habana, se anunció la presencia de Viengsay Valdés en el rol protagónico.

Las expectativas del público se dispararon y se agotaron las entradas; la prensa subrayó el retorno a los escenarios de nuestra primera bailarina, actual directora general del Ballet Nacional de Cuba, tras dos años de ausencia.

El historiador de la compañía, el Dr Miguel Cabrera, recordó que el 2 de noviembre de 1943 Cuba entró en la historia de la danza, cuando la gran Alicia Alonso asumió el rol de la joven campesina enamorada.

Como príncipe Albrecht, en esta función del miércoles, se presentó el bailarín Jacopo Tissi, del Ballet del Teatro allá Scala de Milán. Dani Hernández, del Ballet Nacional de Cuba, fue el Hilarión.

La sala Avellaneda del Teatro Nacional se abarrotó: personas de todas las edades, viejos balletómanos, público habitual del ballet (de esos que vieron todas las Giselle de la temporada y se acaloran discutiendo quién lo hizo mejor), gente que llegaba solo para ver a Viengsay, bailarines de otras compañías, músicos, teatristas. En fin, mucho público expectante.

Comenzó la función y, desde que se escucharon los primeros acordes de la orquesta del Gran Teatro de La Habana, conducida por Yovahni Duarte, se produjo un fecundo intercambio de energía entre los bailarines y los espectadores.

Giselle es una coreografía estructurada en dos actos, donde se narra una historia de amor imposible por diferencias de clases. Exige gran destreza técnica, pone a prueba la resistencia de los bailarines, demanda precisión en los desplazamientos escénicos y reclama alto nivel de interpretación.

A las singulares características de la obra, se suma el hecho de que forma parte del repertorio de la compañía cubana. Alicia es el gran referente en Giselle; a Loipa Araújo se le recuerda en la Bathilde, y a Aurora Bosch se le aplaudió como la reina Myrtha. Anoche se cerraba un ciclo de presentaciones en el que Annette Delgado y Ricardo Castellanos, María Kotchekova y Joaquín de Luz, Yolanda Correa y Semyon Chudin, Susana Salvi y Dani Hernández, conmovieron al auditorio en las funciones que protagonizaron.

Vayan los mayores elogios para el cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba. Ese es uno de los pilares de la compañía, y en esta temporada laboró a gran altura. La belleza escénica de su desplazamiento escénico se sustenta en el trabajo colectivo de las muy jóvenes bailarinas, y funcionó como perfecta relojería, que llegó al delirio en la parte del segundo acto en que interactúa con Hilarión, interpretado por un Dani Hernández que arrancó grandes aplausos al público. Ailadi Travieso, en su debut como la reina de las willis, se mostró un tanto insegura por momentos, pero logró sobreponerse a la emoción para liderar a su tropa.

Viengsay bailó con el corazón. Fue precisa en sus movimientos por el escenario, impecable en el trabajo con las piernas, y su actuación revela que interiorizó el personaje con herramientas propias de una actriz. De espectacular la calificaron los espectadores tras ver la escena de la muerte de Giselle. Ha sido un retorno victorioso, las ovaciones del público corroboraban el deseo de verla bailar otra vez. Su partenaire, Jacopo Tissi, dotado de una elegante figura, tuvo mayor lucimiento en el segundo acto, en el cual derrochó virtuosismo técnico en el dominio de los grandes saltos y las baterías.

El Festival Internacional de Ballet de La Habana continúa su programación. Se anuncian funciones en Pinar del Río, provincia fuertemente castigada por el huracán Ian, y habrá otras presentaciones en el Teatro Nacional y en el Sauto matancero. Me alegra saber que el arte de la danza sigue convocando al público cubano.

Fuente: Revista digital Toda la Danza