Una Accion De Promocion Cultural Provoca A Virgilio Piñera Ser Dramaturgo

Por Roberto Pérez León

Entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar.

Jorge Luis Borges

Presente, pasado y futuro son tres dimensiones físico-cuántico-sicológicas. Entre Einstein y Freud nos abrieron las puertas de ellas para llegar a las intimidades insondables del infinito humano y las del universo. Así hemos podido asomarnos a ciertos enigmas que nos han dejado perplejos pero nos ha aparecido la fe,  la fe poética de Coleridge para domar algo la incredulidad.

Jorge Luis Borges, íntimo  de Coleridge en eso de certeza y convicciones poéticas, ha dicho que el pasado lo conocemos pero no lo podemos cambiar y que el futuro no lo conocemos pero lo podemos cambiar. Sí, creo que es así, porque conociendo el pasado podremos vigilar el futuro, podremos proyectarnos con fuerza deductiva hacia el futuro y esto nos ayuda a posesionarnos debidamente del presente cuando nos sustanciamos con el pasado.

No crean que me ha dado ahora por comentar las intricadas vertientes del tiempo-espacio y sus hermosas y rotundas fórmulas que demuestran un ruido de fondo. Voy a hablar de teatro pero esta vez saco desde el pasado un curioso suceso con relación a la obra de Virgilio Piñera.

Nunca será suficiente la atención que le pongamos a su obra y particularmente al estudio y análisis de su teatro que dentro de unos quince años podremos celebrar, en el 2036, el primer centenario de Piñera Teatral. A esto es a lo que quiero referirme.

Fijar justo el momento en que se inicia algo tan imponderable como la inspiración literaria es tratar de definir un instante que como la rosa de Angelis Silesius no tiene por qué; ciertamente “la rosa es sin por qué”; las causas de determinados acontecimientos se nos van de las manos y más cuando de arte se refiere porque estamos claros que tal y como sentenció el pintor inglés Whistler, “el arte sucede”.

Es una rareza conocer el momento preciso en que un artista empezó a serlo de manera concreta. No sabemos cuándo Cervantes se sentó por primera vez a contar ni qué fue lo que motivo su obra, es probable que ni él mismo lo conociera. Pero sí sabemos con precisión los días y lo ocurrido en esos días en que Virgilio Piñera empezó a ser el dramaturgo que antes de Ionesco hizo teatro del absurdo.

En Camagüey donde la familia se instala huyendo siempre de la miseria, siendo estudiante de bachillerato empezó a participar en la vida cultural de la entonces provincia; su inicio en el mundo del arte y la literatura empezó como promotor cultural.

Se une al grupo de jóvenes que lucha por la creación de La Hermandad de Jóvenes Cubanos, organización que ya existía en otras provincias y que tenía como objetivo un proyecto cultural a través de recitales de poesía, funciones de teatro, conferencias.

El 20 de agosto de 1936 es aprobado el reglamento de la Hermandad en la cual llega Piñera a ser Director de Cultura.

Los días 8, 9 y 10 de diciembre consigue el flamante director cultural de la Organización que el grupo de teatro habanero La Cueva dirigido por Luis A. Baralt se presente en el Teatro Principal. El programa de presentación de aquellas funciones fue firmado y redactado por el propio Piñera.

En su autobiografía, aún por organizar y publicar, dice Virgilio:

En 1936 invité a Luis A. Baralt y su grupo dramático La Cueva para que representaran en Camagüey. Se montaron dos obras: Ixquic, tragedia maya-quiché del guatemalteco Carlos Girón Cerna, y La luna en el pantano, del propio Baralt. En tan breve temporada conocí el teatro por dentro, algo de suma importancia para el dramaturgo. Pero no fue eso lo más importante, sino el hecho estimulador de ponerme por delante el teatro incitándome a escribirlo yo también. Resultado: escribí una obra en tres actos –Clamor en el penal-, claro está, una obra sin ton ni son, pero cuyo punto de partida estaba, como he dicho, en el entusiasmo provocado por las representaciones de La Cueva.

Apenas un año después ya está escrita Clamor en el penal y el primer acto se publica en  la revista Baraguá donde escribe la nota de presentación José Antonio Portuondo, quien califica a Virgilio de “vigora promesa de dramaturgo”, consideró al texto como uno de los más “fuertes y logrados” de la dramaturgia cubana de entonces.

Fiel a su propósito de revelar valores nuevos, presenta ahora Baraguá una vigorosa promesa de dramaturgo: Virgilio Piñera Llera, un joven estudiante camagüeyano perteneciente a esa rica porción del estudiantado, ignorada de la mayor parte, en que se gesta una nueva promoción de real valor intelectual, más allá del común denominador despreocupado o filomático que suele padecer la Universidad. Lo atrevido del asunto -ya explotado en la novela por Carlos Montenegro y mucho más-, el hábil manejo del diálogo y el afortunado y dramático planteamiento de la tesis de la obra en este cuadro primero, revelan en Piñera una indiscutible capacidad de dramaturgo. Este fragmento suyo nos parece uno de los más fuertes y logrados de nuestra escasa producción dramática contemporánea.

Así es, tenemos la documentación precisa para celebrar en estos días de diciembre los 83 años de haber sido inspirado Virgilio Piñera para llegar a convertirse en el más grande de nuestros dramaturgos.

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