UN TANGO PARA EURÍDICE Y ORFEO, DE VISITA EN LA HABANA

Por Mayté Madruga Hernández

Reinventar el mito, o mejor, adecuarlo a la realidad. Pensar que Orfeo y Eurídice bailan un tango, mientras ascienden del Inframundo, el cual está decorado como cualquier calle de La Habana, y a su vez las calles las decora una mujer llamada Silke Mansholt.

La historia la hilvana Billy Cowie y crea un universo donde las palabras “experimentación consciente” forman un concepto guía para no perder el rumbo de la búsqueda, aquella a la que se suma Danza Contemporánea de Cuba.

Lo simétrico, lo lineal, son claves para entender el universo propuesto y donde todo puede ser usado en la construcción de un discurso que pone en duda lo pre-establecido, y crean unos Tangos cubanos.

Toda una trayectoria crítica de lo que entendemos por danza, desde el mismísimo baile de salón hasta lo que hoy conocemos y acuñamos conjuntamente con Lepecki como danza agotada. Un recorrido entonces por la historia de la humanidad que ha tenido siempre la obsesión de la soledad versus acompañamiento, de la movilidad versus la in-movilidad.

La palabra “creador” deja sus matices frívolos e ilustra la obra de Cowie, quien trabaja sin fronteras en las manifestaciones artísticas. Entiende que la música, las artes visuales, la danza, el audiovisual todo aquello que hemos segmentado y separados con sus correspondiente teorías, se interrelacionan sin subordinación.

No hay nada tan mágico como dos personas moviéndose al unísono o en respuesta de una a la otra, los hilos los ponen los espectadores mientras rejuegan con los diferentes conceptos que entienden por la palabra magia.

La relación que propone Cowie entre ambos textos, aquella que se articula con el oral y el danzario, parece estar construido sobre la simple base de subordinación de la recreación de uno sobre otro, o sea el clásico esquema donde las palabras tienen la fuerza y el movimiento las representa. Pero lo cierto es que esta “recreación” toma unos matices insospechados, infinitos, todos pues dependerán de la interpretación del espectador. Burla así la maldita tiranía de las palabras, para instaurar un gobierno compartido entre ellas y la imagen, lo que sin dudas algunas tributará al vasto reino de lo audiovisual.

La exploración de lo cinético, lo visual, lo sonoro, solo puede desembocar en la exploración de lo sensorial todo, y en cómo este último es capaz de construir ideas pero que no están dadas desde una racionalidad pura sino desde el sentimiento. Propone Cowie invertir un proceso acelerado por la automatización de las sociedades: sentir y luego ser capaces de explicar lo sentido. No existe divorcio entre razón y sentir, sino más bien nuevas relaciones entre ambos campos altamente estudiados.

Se deja seducir Cowie por la heteronormatividad caribeña, y no escapa de agregarla a su Tango muy particular. Esa supuesta forma de vivir para afuera, “en los balcones” de lo que se entiende por cubano, constituye un modus vivendi que cautiva y que conforma la coreografía cotidiana.

En ese sentido queda este también cotidiano final: la partida, donde tradicionalmente los bailarines hombres de Danza Contemporánea de Cuba se convierten en aviones, en seres voladores desde el piso, en aquellos que se aventuran a buscar afuera, en aquellos que van hacia lo público, mientras las mujeres bailarinas de DCC quedan bailando solas para luego retirarse ¿a esperar?

Tal vez la versión cubana del mito griego tiene un final donde Orfeo nunca mira hacia atrás y aun así, Eurídice nunca sale del Inframundo.