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Un diario para denunciar al Carnicero de Praga

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Por Norge Espinosa Mendoza

Era de esperar que una versión del célebre Diario de Ana Frank no sería, en las manos de Agniezka Hernández Díaz, una simple vuelta al famoso libro de 1947 o a su adaptación para Broadway estrenada en 1955 con gran éxito. Creo recordar que debemos al ya desaparecido Tony Díaz la puesta más reciente de ese texto, creado por Goodrich y Hacket y luego llevado en 1959 al cine.

Lo que entregó la joven dramaturga a Miguel Abreu como respuesta a su anhelo de trabajar sobre el diario de esa niña que contaba a Kitty, su amiga imaginaria, las jornadas que pasó escondida junto a su madre y otras personas tratando de no ser descubiertos por los nazis, es un feliz desacato. Acta de fe que apuesta por la vida y la solidaridad en tiempos de crisis, el libro es el eje de todo un mito, y también una señal de alerta.

Así lo ha replanteado Agniezka Hernández y por eso El diario de Ana Frank/Apnea del tiempo es un llamado urgente a reconocer cómo repetimos ciertos gestos, ciertas pérdidas y ciertos egoísmos más allá de una simple fecha o una anécdota que creemos resabida. Concebido como una suerte de cabaret político, con música en vivo y canciones de Lilena Barrientos, este no es el diario de una Ana ni muerta ni museable, sino viva y desgarrada por lo que esta relectura añade, como nueva piel, a la historia de aquella niña que no pudo escapar del campo de concentración.

El espectáculo se concentra en su elenco integrado por actrices, que asumen por igual roles masculinos y femeninos. Desde el discurso inicial proyectado por la madre de Ana queda claro que estamos retomando el libro y sus posteriores versiones desde la Cuba de la pandemia, y las demás angustias de este momento. Despedidas, emigración, malestar social, desencuentros generacionales, falta de un diálogo real con “lo real”, inflación y ahogo, y al mismo tiempo apuesta por crear un sitio donde los hijos, los jóvenes, nos escuchen y se escuchen de modo más nítido.

Reclamo impostergable, la primera parte del espectáculo de Miguel Abreu está poseída por ese reclamo, bajo la vigilancia y la amenaza del Carnicero de Praga, esa suerte de prostituta cuyo vestuario rojo es un símbolo que rompe con el resto de la visualidad del montaje, en el que las demás figuras y elementos evocan los uniformes a rayas de los prisioneros de Dachau, Auschwitz y tantos otros nombres del horror.

Dentro de los sacrificios que hoy carga el nombre de Cuba, está el de persistir haciendo teatro. Luchar por mantener una sede abierta, anunciar un estreno, apostar por un elenco que no se deshaga porque se van este o aquella a un paisaje también inestable y que nos obligan a nuevos adioses, es cada vez más difícil. Confiar en que el público venga a ver la puesta, recibirlo con dignidad y ofrecerle no solo un espectáculo cómodo y pasajero sino más bien un espacio donde compartir preguntas y demandas: ágora íntima de esta apnea que nos arrebata palabras y hasta la respiración; todo ello se hace ahora más impostergable. El mundo postpandemia nos hará recordar la crueldad de la sobrevivencia. El Holocausto terminó, pero no sus peores costumbres.

Las canciones operan como distanciamientos que aportan otras texturas al tono del espectáculo, marcado por la frontalidad y una exasperación que acaso a un espectador foráneo puede resultar extraña. No es teatro musical sino una representación que apela a la música para hallar respiro, para recordarnos en medio de la pesadilla placeres sencillos y pequeños, en alianza feliz con el texto de Agniezka y el libro del que proviene todo.

Discurso feminista, aferrado a nuestro aquí y a nuestro ahora, también va más allá de las agendas y las nuevas (y tan viejas a ratos) correcciones y convenciones. El Carnicero de Praga se pasea entre nosotros. Y como en el momento final de la cámara de gas, nuestra única defensa puede ser nuestro cuerpo desnudo.

Quiero agradecer a Ludi Teatro por haber encontrado una manera de establecer tan útil sintonía entre su escenario, su Ana Frank, y la dureza de este momento.  Por su manera de hacer una denuncia que se libra de caer en el panfleto, y hacer de aquella niña un fantasma tan cercano y tan útil. A su manera, el teatro también crea su política, su autonomía y su disenso. Eso vale más ahora mismo que los detalles que pueden haberme convencido más o menos de la puesta, pues son sólo eso: detalles, y la impresión final vale mucho más que mis propios gustos.

Demoré dos horas en volver a mi casa tras ver esa función del viernes, atravesando la noche de una ciudad con escaso transporte público. Luché durante ese recorrido amargo para que su efecto no empañara en mi memoria el estado de ánimo que me regaló esta puesta de Ludi Teatro. Lo que he escrito aquí da fe de esa impresión agradecida.

Vaya un saludo a los músicos y al equipo de la puesta, y en particular a sus actrices. Y a los que no están en el elenco (ni en otros elencos) porque ya no estarán en Cuba. Eso es otro síntoma del que nos habla El diario de Ana Frank/Apnea del Tiempo, acaso el montaje más desnudo en la historia de este grupo. Su autora tiene hoy dos obras en cartelera: me alegra que podamos acompañarla en este momento de su madurez.

Puede ir a ver Los pájaros negros a las 5:00, en la sala Tito Junco (que ella escribió y dirige) y este diario cubano y suyo y de Ana Frank, que ella escribió como un rapto a solo unos pasos en Ludi. Anímese, que la televisión últimamente no ayuda a quedarse en casa y hoy también hay función a las 7:00 pm, en la sede de Ludi. La Habana, a pesar del asma y el ahogo, aún respira a golpes de teatro.