¿Un abuelo dentro del escaparate?

Por Esther Suárez Durán

Pues…, así parece. El abuelo de Tati y Benja, una niña sobre sus diez años y su primo menor respectivamente, está viviendo dentro del escaparate que se halla en el desván de la casa donde habitó por años con su esposa, la abuela. El inmueble se encuentra a punto de ser vendido porque, supuestamente, ya no reside nadie allí. Ambos abuelos han fallecido por ley de la vida y la vivienda está… ¿sola?

A la reconocida dramaturga y promotora teatral argentina María Inés Falconi debemos esta hermosa e imaginativa historia (Tengo a mi abuelo en el ropero) que presenta el tema de la muerte ante los niños entre siete y diez años, un asunto que nuestra cultura —a diferencia de otras— ha tornado un tanto difícil y complejo de tratar.

No es primera vez que el tema del final de la vida aparece entre nosotros en las dramaturgias para los niños, así como en la narrativa cubana escrita para ellos (al respecto resulta inolvidable Cuentos de Guane, 1975, de la gran Nersys Felipe); sin embargo, por razones culturales continúa figurando en la zona de los tabúes propios de varios contextos sociales. Es esta circunstancia la que establece el posible conflicto. En determinados casos las familias no saben cómo tratarlo con sus menores ni conocen dónde hallar recursos precisos para hacerlo. Es ahí donde la literatura, el cine o el teatro resultan auxiliares de sumo interés.

Con su enorme sensibilidad y talento María Inés parte de la premisa del viaje no hecho por el abuelo después del instante de su muerte porque, a última hora, se sujetó de la vieja antena del televisor y quedó atrapado en esta zona de la existencia, aunque… este abuelo no esté vivo-vivo como, supuestamente, lo estamos nosotros.

A partir de ese suceso el abuelo se ha alojado en el mueble olvidado en el cuarto de desahogo, desde allí escucha los sonidos de la casa y, durante el tiempo que la abuela lo sobrevivió, salía de vez en vez a mirarla sin que ella se percatara de su cercanía.

Los niños deciden entretenerse explorando el desván en esta jornada de fin de semana en que se han visto obligados a acompañar a sus padres a vaciar la casa de muebles y trastos para ponerla en venta. En esa habitación de objetos abandonados les espera toda una aventura: el reencuentro con el abuelo, durante el cual se despliega una complicidad deliciosa entre los tres frente al comportamiento pragmático de los padres de ambos chicos.

Por estos días el Teatro de La Villa, en Guanabacoa, La Habana, presenta esta obra bajo el título Tengo a mi abuelo en el escaparate. El espectáculo fue concebido y realizado bajo la dirección de la primera actriz y directora María Elena Tomás. Contó con los diseños de escenografía de la propia directora, realizados en colaboración con el atrezista Ernesto Adrián Monzón, a la par que la misma María Elena se encargaba de los diseños de vestuario (y su realización), maquillaje e iluminación. La banda sonora, de gran presencia en la puesta, conformada a partir de música pre existente, correspondió a la instrumentista Laura Hernández Tomás.

El personaje de Tati lo interpretan Lidia Rosa Cárdenas Sanfiel y Jessica Hernández (quienes doblan el rol) mientras Didier Portela tiene a su cargo al primo Benjamín (Benji). El primer actor Félix Leal nos regala nuevamente su presencia en el escenario como El Abuelo. Y es esta una ocasión de lujo para la casi sexagenaria agrupación donde uno de sus actores fundadores vuelve a interpretar un personaje protagónico y lo hace mostrando plenitud de capacidades. No son muchos los conjuntos teatrales cubanos que cuentan en sus elencos con actores que cursan estas etapas de la vida llamadas la tercera y la cuarta edad. Por razones diversas nuestras nóminas de actores no solamente tienen una baja edad promedio, sino que, por excepción, hallamos entre sus activos intérpretes de edades avanzadas.

La concurrencia de artistas de diversas generaciones y escuelas en una misma entidad teatral, además de satisfacer naturalmente las exigencias etarias –entre otras— de una obra, enriquece el intercambio profesional que se produce al interior de la misma.

Es el caso, en la ocasión que nos ocupa, de esta triada de actores en La Villa. Si grato y disfrutable ha sido el proceso de creación de los personajes y del espectáculo, esas mismas sensaciones se comunican al auditorio en cada una de las funciones de la obra. Tres actores de muy diversas procedencias, trayectorias y tiempo de vida entretejen saberes y energías para presentarnos a estos singulares miembros de la familia. Y es que Tengo a mi abuelo en el escaparate es, ante todo, “una obra de actores”, tal y como se usa decir en el argot del medio, algo que el elenco de la agrupación siempre defiende muy bien.

El Teatro de La Villa, fundado en 1964, que derivó poco a poco su quehacer hacia el teatro dirigido a los infantes sin abandonar totalmente al público adulto, cuenta hasta hoy en su repertorio histórico con alrededor de cuarenta obras para niños, la mayoría de ellas de autores cubanos. Es esta la primera incursión en el teatro de Nuestra América escrito para los pequeños de casa y es esta, también, la primera ocasión en que se presenta un texto de la destacada dramaturga argentina en nuestra escena a partir de una producción nacional.

Ha sido una felicidad y una responsabilidad cierta preparar para nuestros escenarios esta obra de María Inés que presiden el amor y la alegría, donde el buen humor y las salidas hilarantes acompañan con pertinencia el desarrollo de la trama. Ninguna recompensa mejor que la recepción realizada por los públicos en cada representación. La risa dulce acompaña la emoción contenida ante el asomo a la comprensión de esa distancia que impone la muerte. Los adultos salen del teatro con una tarea en marcha en sus diálogos con los infantes y el teatro vuelve a ser, una vez más, ese lugar inefable en el cual se producen íntimas revelaciones de la existencia.

Fotos cortesía de la autora