Traslado intenso y con auténtico impulso

Por Osvaldo Cano / Foto Buby

Haciendo honor a su nombre Impulso Teatro sigue empujando la escena teatral hacia sitios de preferencia y calidad. Esta opinión la puede constatar el espectador que visite la sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertolt Brecht, donde la mencionada agrupación ha estrenado Traslado, pieza del autor alemán Thomas Meller, dirigida por su líder, el actor y director Alexis Díaz de Villegas.

En Traslado un experimentado pedagogo, cuya vocación y entrega a su profesión lo han convertido en un foco de atención, desde perspectivas e intereses divergentes, es elegido por el director de la escuela donde ejerce su noble labor como su sucesor. El ejecutivo, ya en vísperas de la jubilación, encuentra en él a la persona idónea para dar continuidad a su legado. Esta decisión destapa la Caja de Pandora de las mezquindades y cuestionamientos de colegas, padres y otros miembros de la comunidad escolar, desatándose así el conflicto.

Cuando sus detractores escarban en el pasado del, hasta entonces, intachable y prominente profesor, se pone al descubierto el padecimiento psiquiátrico que lo aqueja. El docente ha sido por años un paciente maniaco depresivo, ahora controlado por un eficaz tratamiento médico. Sin embargo, la revelación de la naturaleza de su enfermedad atiza las ambiciones de algunos de sus colegas que aspiran al cotizado ascenso, la venganza de otras personas y la oposición de los padres, provocando una situación conflictiva y ejerciendo poderosas presiones sobre el talentoso maestro. El acoso de unos y otros lo deprime y sumerge en una aguda crisis que lo invalida no solo para dirigir la escuela sino incluso para ejercer su amada vocación.

Justamente en este punto radica la esencia de esta aleccionadora pieza. Lo que se somete a discusión a partir de esta trama concebida con esmero es, por un lado, el cruel comportamiento  de aquellos denigran y desechan a quienes están aquejados por alguna dolencia o trauma e incluso, amplificando intencionadamente la interpretación, son sencillamente diferentes y, por el otro, el dolor y la frustración de quienes sufren el estigma y el rechazo de sus semejantes, en lugar de la ayuda solidaria.

El montaje, que como ya había apuntado cuenta con la dirección de Alexis Díaz de Villegas, discurre ágil gracias a su excelente ritmo y pone en evidencia, con total nitidez, los presupuestos del texto. Lo primero que llama la atención es la concepción del ámbito escénico  que convierte a la sala Tito Junco en un sobrio auditorio escolar. Para esto Mario Cárdenas y el propio Díaz de Villegas, responsables del diseño, conciben un espacio cerrado donde predominan los colores severos e incluso luctuosos, muy en correspondencia con la naturaleza del acontecer.

El recinto, donde se ubican los espectadores y tiene lugar la representación, es aforado con la intención expresa de incluirnos e involucrarnos a todos en la trama; la intención es clara: al ocupar el  perímetro del aula somos participantes y no simples observadores. Los espectadores somos ubicados en dos gradas, entre las cuales media un espacio de varios metros en el que se verifica la representación. La disposición espacial facilita las entradas y salidas de los actores desde y hacia diferentes lugares de la escena contribuyendo a dinamizar el ritmo del montaje.

En el elenco coinciden intérpretes experimentados y jóvenes talentos capaces de afrontar el reto que esto implica. Díaz de Villegas encarna al sufrido profesor Ronald, tarea difícil dada su triple función de director de la puesta en escena, co-autor del diseño escénico y protagonista. Sin embargo, su experiencia y calidad artística resultan el puntal en que se asientan los logros que obtiene en estos roles. Como es habitual su labor interpretativa se destaca  por la limpieza, la organicidad, el uso de recursos expresivos diversos y la transparencia con que expone el mundo interior de su personaje. Los espectadores somos convencidos testigos del proceso de la depauperación que sufre un hombre al inicio exitoso y seguro que va resquebrajándose, paulatinamente, hasta terminar aplastado por los síntomas de la enfermedad que lo aqueja y la imposibilidad de realizar sus sueños.

Otro primer actor, Carlos Pérez  Peña, nos muestra a un director curtido y pragmático y lo hace imprimiéndole un sello de severa autoridad. Dinámico y natural durante toda su faena nunca rosa el estereotipo, sino que propone la imagen de un hombre atrapado en una difícil encrucijada y que en medio de ella opta por la solución que desde su situación y perspectiva considera como la más atinada.

Estos dos veteranos actores son secundados por un elenco que no se queda a la saga. Linda Soriano, una de las jóvenes miembros del elenco, asume dos criaturas bien diferentes singularizando a cada uno de ellos. Llama la atención por la fuerza interna que le imprime a uno de sus personajes, el atinado uso de una voz potente y bien timbrada, una gestualidad y una cadena de acciones y movimientos bien estructurada, en tanto que a su vez muestra otra criatura más apagada, vapuleada incluso, en lo que constituye un ejercicio de desdoblamiento bien logrado. Junto a  ella Ignacio Reyes, Dila Paumier, Ayris Aria y Arbel Molina, redondean una tropa signada por la voluntad de entrega,  precisión, contención y mesura a la hora de encarar los diferentes roles que defienden sobre las tablas.

Díaz de Villegas, quien además de su reconocida y exitosa carrera como actor ha ido labrando una progresiva trayectoria como director, propone con Traslado un montaje que se destaca por el ritmo intenso, la excelente utilización del espacio escénico, la vocación por convertir a los espectadores en cómplices o partícipes y la esmerada labor de los actores. Gracias a un equilibrado trabajo en equipo, los certeros presupuestos de dirección, la voluntad de transparentar una historia que convida a la reflexión y el autoanálisis, consigue no solo colmar la sala sino también las expectativas del público. Es esta una de esas puestas que invitan a pensar y que al ser defendida con profesionalismo por sus hacedores termina por cumplir con dos importantes presupuestos brechtianos: entretener y enseñar al mismo tiempo.