Soy el amor, soy el verso

A 168 años del Apóstol, el legado martiano se renueva en el arte cubano

Por Omar Valiño

Hoy, 28 de enero, La Pupila Asombrada, en su habitual emisión de los jueves en la noche, ofrecerá un hermoso recorrido por la Biblioteca Nacional de Cuba que se honra con el nombre cimero de José Martí. Y, justamente, en los 168 años del Apóstol, por la inagotable manera en que el legado martiano se renueva en el arte cubano.

Hoy también, temprano en la mañana, habría partido, de la capital de Guantánamo hacia la intrincada serranía de la provincia, la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Con Martí como cénit para desandar los caminos que hasta se cruzan con aquellos recorridos por él, después de desembarcar en Playita de Cajobabo.

Una visión íntima de un Martí quemante nos trajo hace poco Hierro, de Carlos Celdrán y Argos Teatro, y multiplicó sus espectadores el pasado año al transmitirse con acierto por televisión, a las órdenes de Charly Medina.

Cada cierto tiempo, Rubén Darío Salazar y Teatro de Las Estaciones reponen Los dos príncipes, una adaptación de María Laura Germán que mueve a otra lectura sobre el original. Y así, decenas de grupos y narradores orales, focalizados en el trabajo para la niñez y la adolescencia, versionan poemas y relatos salidos de las manos del Maestro.

Su temprana Abdala no es solo un bien escolar. A principios de este siglo, Armando Morales la propuso como una solemne ceremonia al estilo del bunraku japonés. Freddys Núñez Estenoz recolocó, hace un lustro, al héroe nubio para dialogar de frente con el público juvenil. Y ello sirvió a Teatro del Viento para desplegar velas hacia otros horizontes. Juan González Fiffe subió la obra hasta la copa del Pico Turquino y, en una función inolvidable un 13 de agosto, la altura y el sol hacían reverberar el sentido patrio del discurso martiano. Entonces señalé algo que suelo repetir: Observada, muchas veces, como simple ejercicio dramático del jovencito de casi 16 años José Martí, Abdala es, sin embargo, un precioso cofre donde se junta su declarada pasión por el teatro, su transparente credo político, puro amor en ebullición, en realidad; su visión adolescente sobre las relaciones filiales y, en definitiva, una premonición en torno a su destino: la de quien entregará todo por hacer un país, por construir una nación.

Martí se transfigura, se ve en un joven africano negro, elevado cual héroe griego y no burlado o ridiculizado por la mirada del blanco. No es poco a la altura de 1869, y si pensamos en la edad de quien se convertirá, con el tiempo, en un gran escritor.

Aunque es su primera pieza, resultará la más trascendente entre las dos versiones de Adúltera, Amor con amor se paga, Patria y libertad (Drama indio), y fragmentos o bocetos de otros dramas. Pero todas sus obras testimonian el entusiasmo que despertó el teatro en José Martí. También su corpus crítico y reflexivo alrededor de la manifestación, publicado en varios periódicos y revistas de América. Su propia condición de espectador fervoroso y hasta de animador de realizaciones en la escena misma.

Me encanta esa secuencia de la película José Martí: El ojo del canario donde Martí y Fermín Valdés Domínguez, adolescentes, imprimen su periodiquito La Patria Libre, que contiene Abdala, mientras resuenan, cerca de allí, los disparos del asalto del Cuerpo de Voluntarios español al Teatro Villanueva. Sin saberlo, José Martí sincronizaba en unas horas dos hechos que certificaban el destino de teatro y nación.

En Portada: «Martí» Roberto Fabelo (1995)