Revolución cultural es lucidez y es socialismo —a propósito del reciente debate cubano—

Por Néstor Kohan

Con dolor y no poca angustia publico estas líneas. No dejo de pensar en la amistad. Valor ético supremo para un vecino de mi barrio llamado Epicuro.

Escribí este texto en una noche de insomnio hace exactamente una semana. Lo reelaboré muchas veces. Dudé mucho en publicarlo. Lo compartí en privado con compañeros y compañeras de México, Chile, estado español, El Salvador y Argentina. También, con tres o cuatro amigas y amigos de Cuba. Les pedí opinión. Escuché y leí observaciones diversas, incluso encontradas entre sí. Decidí entonces no publicarlo, sobre todo privilegiando la amistad. Los lectores y lectoras iniciales me insistieron en que debía publicarlo. Me resistí. No quiero meter la pata afirmando algo desatinado.

Sin embargo, al leer el excelente artículo de Llanisca Lugo: «No sintamos vergüenza de querer la revolución» cambié de opinión. Aquí está finalmente.

Vivimos la crisis capitalista más profunda de la historia mundial. Más aguda incluso que las de 1929, 1973-74 y 2007-2008. Una crisis multidimensional, estructural, sistémica —distinta de las crisis cíclicas de sobreproducción de capitales y mercancías así como de las de subconsumo, inflación y estancamiento—. Esta crisis no es sólo financiera, también es productiva, ecológica, demográfica y sanitaria. La especie humana está en peligro, como alertara Fidel en 1992. El planeta cruje. El capitalismo nos lleva de forma acelerada al abismo, si no lo frenamos a tiempo.

En medio de esta crisis de alcance mundial, la pandemia del COVID-19 ha hecho temblar las economías más poderosas del planeta.

Mientras Estados Unidos ha superado los 300,000 muertos en menos de un año —número equivalente al de sus fallecidos en cinco guerras de Vietnam—, la administración neofascista del magnate Donald Trump llega a su fin. Todo en medio de un circo electoral —con acusaciones de fraude y resistencia a dejar el cargo— típico de una potencia… bananera. En escasos días, el gran admirador de la supremacía blanca, heredero del Ku Klux Klan, misógino y atropellador, deberá dejar la famosa casa de paredes blancas.

Por contraposición con esa tragedia humanitaria que desangra a Estados Unidos, ocurrida inmediatamente después de que estallara la rebelión afrodescendiente más importante de los últimos cincuenta años, por todo el mundo circula el pedido de Premio Nobel para la brigada médica internacionalista «Henry Reeve» de la revolución cubana. Cuando las grandes potencias se disputan el negocio ultramillonario de la vacuna del COVID-19, Cuba trabaja a todo vapor en sus propias vacunas «Soberana 01» y «02».

En ese singular contexto geopolítico global, que excede de lejos el microclima de La Habana… había que correr el eje de atención. ¡Con urgencia!

¿Cómo permitir que Cuba, un pequeño país que perdió por segunda vez el petróleo —primero el soviético, luego el venezolano—, siga en el centro de atención de la opinión pública mundial por su política sanitaria y su solidaridad internacionalista inquebrantable? Era necesario que se desplazara la agenda de debate internacional sobre la mayor de las Antillas. ¡Que ocurra algo ya!

¡Se necesitaba un «escandalete» en forma perentoria! Y no en el 2021, sino ANTES que «el energúmeno de la Casa Blanca» —como lo denominaba Walter Martínez en TELESUR— entregue el cetro imperial y se reemplacen todos los equipos y estaciones de la contrainsurgencia global.

Sí. Tenía que pasar «algo»… y, enorme casualidad, al fin sucedió. Todo de manera «espontánea», porque así debe ser.

Entonces nos enteramos del «Movimiento» San Isidro y el affaire que lo rodeó.

La cobertura mediática internacional fue automática, como no podía ocurrir de otro modo. Incluso el diario El País de España, baluarte del «periodismo independiente» que durante años hizo silencio frente a la tortura de jóvenes vascos y vascas, participó activamente de la movida con uno de sus colaboradores.

En La Florida —Estados Unidos— había clima de fiesta. Hasta un hombre tan sutil y refinado como Mike Pompeo, reconocidísimo y prestigioso experto en cuestiones estéticas —se comenta que se sabe de memoria la Crítica del juicio de Kant, en idioma original, y La distinción de Pierre Bourdieu y suele dictar conferencias en El Pentágono sobre la herencia de André Breton— descorchó una botella carísima de champán. Estaba eufórico. Y lo hizo saber en público, desfilando por varios medios de Miami.

Atención. Estamos hablando de prensa «seria»«democrática» y «equidistante». De esa que promueve reemplazar el 10 de diciembre como «Día Mundial de los Derechos Humanos» por «Día Mundial del Anticomunismo».

Entonces un hermano chileno, de esos imprescindibles, combatiente internacionalista de la revolución latinoamericana, me envía preocupado un «Manifiesto» o carta o llamamiento —«Articulación plebeya»— , firmado, para mi sorpresa y desconcierto, por varios amigos y amigas, compañeros y compañeras y también por algún que otro tránsfuga que conozco.

Con dolor veo que mis amigos y los sinvergüenzas, aparecen allí… ¡todos mezclados!, como en el tango Cambalache de E.S. Discépolo.

saber de qué lado de la barricada están los compañeros del propio campo y de cual otro está el enemigo. Esa distinción es la clave del asunto —¡«simplismo binario»! gritaría despotricando Jacques Derrida y sus franquicias criollas— . Quien no lo tenga en claro se resbalará, lenta o rápidamente, por la pendiente de barro que en su declive sólo conduce a una deshonrosa capitulación política, intelectual y, en última instancia, moral.

Pero acaso no existen matices ni colores intermedios? Por supuesto que sí. Ahora bien, la paleta multicolor, a la larga o a la corta, se enfrenta al dilema de caminos que se bifurcan. O termina enriqueciendo el arcoíris que envuelve y abraza las tonalidades del rojo o culmina siendo cubierta por el polvo gris, triste y opaco, del dólar y el euro.

Ante el promocionado affaire del «Movimiento» San Isidro y la polémica cubana que lo sucedió al terminar este 2020, vuelvo sobre aquel llamamiento de algunos intelectuales y artistas de Cuba —porque hablan en nombre de las mayorías pero, se lo admita o no, son apenas algunos y algunas—. Me refiero, reitero, al mencionado «Articulación plebeya».

Aunque breve, encuentro en él señales parpadeantes que me dañan la vista y, por momentos, me hacen salir agua de los ojos. Destaco algunos pocos núcleos problemáticos. Poquitos, para no saturar el espíritu.

«RECONCILIACIÓN». Ay, ay, ay………. ¿Reconciliación? ¿Con la gusanera extremista y revanchista de la Florida, bastión de la extrema derecha de Estados Unidos?

Me viene inmediatamente a la memoria la consigna de mis hermanos y hermanas de HIJOS [de desaparecidos y desaparecidas]: «Ni olvido ni perdón. No nos reconciliamos. No perdonamos». Años después, muchos, me enteré que esa consigna de HIJOS, propia de Argentina, venía de muy lejos, de las guerrillas del gueto de Varsovia que combatían a los nazis. Yo no lo sabía. Quizás la militancia de HIJOS tampoco. Pero no creo en la «reconciliación» con la extrema derecha, con el supremacismo racista y misógino, con el neofascismo y los nostálgicos de Monroe, Ford y Hitler, cada día más envalentonados a escala mundial. Se presenten reivindicando la memoria de Félix Rodríguez, el verdugo cubano-americano de la Florida que asesinó al Che Guevara a sangre fría en Bolivia o con sonrisas amables, propias de la contrainsurgencia «soft» y las «revoluciones de colores» que intentan reinstalar la economía capitalista en sus antiguas posesiones perdidas en 1959.

«SUPERAR EL LENGUAJE POLÍTICO POLARIZANTE». Uy, uy, uy……. ¿Se agotó la política, como predicaba Daniel Bell, el ex izquierdista, más tarde converso, devenido gurú de las altas finanzas y la revista Fortune? ¿Adiós al proletariado?, como solía despedirse, con el reloj fuera de hora, André Gorz. ¿Fin de las grandes narrativas?, según decretaba Jean-François Lyotard, exactamente el mismo año en que subía al poder Margaret Thatcher.

«ARTICULACIÓN DE TODAS LAS IDEOLOGÍAS». ¡Recórcholis, Batman!….. ¿O sea que se han evaporado la lucha de clases, las luchas nacionales y anticoloniales, la resistencia de dos siglos frente al soberbio anexionismo de Monroe y Adams? ¿Todo se ha vuelto equivalente, intercambiable y homologable? ¿Da lo mismo simpatizar con el Ku Klux Klan, la doctrina social de la Iglesia sacerdotal, la teología de la liberación y su mensaje profético, la socialdemocracia liberal o el marxismo revolucionario? ¿Estas ideologías se han convertido en simples recursos retóricos y comodines intercambiables?

«REALIZACIÓN PLENA DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y EL ESTADO DE DERECHO» Hmmm……. O sea que ¿hasta luego, queridos V.I.Lenin, Pietr Stucka y Eugeni B.Paschukanis; bienvenido Hans Kelsen? ¿Hasta siempre Karl Marx? ¿Welcome Isaiah Berlin, Karl Popper y Norberto Bobbio? ¡Ahora sí que retornarían a La Habana, como en aquellos viejos buenos tiempos de la Constitución de 1940, la «libertad negativa» de Berlin, la «sociedad abierta» de Popper y la «democracia procedimental» de Bobbio!

Houston… ¿Me copian? Estamos en problemas.

En tan cortas líneas del «Manifiesto», la lista de guiños inconfundibles continúa, en una dirección unívoca. Y cansa. Agota.

Principalmente el espíritu fetichista que se arrodilla —¿ingenuamente?— ante la letra jurídica impresa creyendo que la ley no es expresión histórica de una correlación de fuerzas y de poder entre las clases sociales sino el demiurgo autosuficiente que, por sí mismo, generaría realidad a partir de la simple deducción lógica de su norma fundamental.

Fetichismo jurídico que corre parejo con la idealización política y cultural, pretendidamente inocente, de la REPÚBLICA NEOCOLONIAL PREVIA a 1959.

los admiradores de Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras terminan ensuciados figurando junto a personajes despreciables que hace largos años ya no tienen nada que ver no sólo con la revolución cubana en ninguna de sus muchas vertientes y diferentes corrientes político-culturales sino tampoco con las otras luchas emancipatorias de Nuestra América.

Y hablo de las diferentes corrientes político-culturales, porque la revolución cubana, desde su gestación, siempre ha sido plural ¿o no? Un pluralismo que no estuvo exento de conflictos, agudas polémicas, tiras y aflojes —Remito a la entrevista que le hice en La Habana, en enero de 1993 [en medio de un apagón del período especial] a Fernando Martínez Heredia: «Cuba y el pensamiento crítico», recopilada en varias antologías, de CLACSO y de otras instituciones y ediciones—.

Quizás en el pasado, cuando se formó tremendo lío aquella vez en que unos burócratas de la TV cubana pretendieron rendirle tributo a un antiguo censor del mal llamado «quinquenio gris», hubo muchos errores de las autoridades cubanas. No lo sé. Es para pensarlo. Creo que algunos manejos no del todo inteligentes empujaron a muchos jóvenes inquietos, sanamente rebeldes, iconoclastas y heterodoxos —¡como debe ser toda revolución!— a romper amarras o terminar descreyendo de la mera posibilidad de dar batallas al interior de la revolución. Me acuerdo que mi fallecida amiga Celia Hart me envío al correo electrónico la inmensa madeja de estocadas que se tiraban en uno y otro sentido. Creo que aquella ocasión fue un punto de inflexión. ¿Será irreversible? No tenemos la bola de cristal y lamentablemente no creemos en el tarot.

Humildemente creemos que este nuevo conflicto podrá desenredarse en un sentido positivo y revolucionario, en una dirección opuesta a la contrainsurgencia «soft» promocionada desde gringolandia, si prima la lucidez. Sí, es verdad. Como solía decir el viejo Alfredo Guevara. Con lucidez. Y privilegiando la cultura como tanto insistían Armando Hart Dávalos y Roberto Fernández Retamar.

Pero eso sí. En el difícil y tensionado juego entre el proyecto y el poder, entre la utopía y el realismo, quienes de verdad quieran dialogar deberían hacerlo —como me imagino que recomendaría Fernando Martínez Heredia, si no me equivoco… pues tampoco creo en los oráculos— sin perder por un segundo de vista el horizonte innegociable de la revolución socialista [donde dice «socialista» debe leerse: SOCIALISTA].

No el «socialismo democrático» neocolonial de Felipe González que introdujo, sin vergüenza alguna, a España en la OTAN ni el «socialismo democrático» de Mário Soares en Portugal —condecorado por Frank Carlucci, jerarca de la CIA, por haber desmantelado en 1975 la revolución de los claveles encabezada por el general marxista Vasco Gonçalvez— . Tampoco el «socialismo democrático» de Carlos Andrés Pérez en Venezuela que reprimió salvajemente a su pueblo en 1989 —dejando como secuela más de 3.000 muertos y desaparecidos— contra el cual se insurreccionó Hugo Chávez con su propuesta de socialismo bolivariano del siglo XXI.

Sino el socialismo «a la cubana» que no es otro que el socialismo martiano de Fidel y el Che.

Revolución socialista, la cubana, que durante décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea en su presentación light y «soft», igualmente imperialista. Porque nadar alegremente en las ensoñaciones imaginarias de una eventual socialdemocracia cubana —lo mismo que un socialcristianismo— no llevará a la isla hacia las costas y acantilados de Suecia o Noruega sino hacia el triste vasallaje de Puerto Rico. Antipático, pero hay que decirlo claramente. Nobleza obliga.

Revolución socialista, la cubana, que durante décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea en su presentación light y «soft», igualmente imperialista. Porque nadar alegremente en las ensoñaciones imaginarias de una eventual socialdemocracia cubana —lo mismo que un socialcristianismo— no llevará a la isla hacia las costas y acantilados de Suecia o Noruega sino hacia el triste vasallaje de Puerto Rico. Antipático, pero hay que decirlo claramente. Nobleza obliga.

En ningún lugar del mundo existen democracias sin apellido, sin determinaciones específicas, desnudas, puras y vírgenes, sin ropaje alguno. Puramente «procedimentales».

Toda profundización democrática y participativa, sustentada en el poder popular y comunal a escala nacional, regional e incluso barrial, es deseable, imprescindible e impostergable. Siempre y cuando se haga apuntando hacia el socialismo y rechazando las manzanas envenenadas de la contrainsurgencia «amable» que apuesta a cooptar, con elegancia y estilo, a algunos segmentos de la sociedad civil cubana, especialmente en el campo de la cultura, las ciencias sociales y el arte —quien no nos crea está en todo su derecho, pero le recordamos y sugerimos el maravilloso libro de Frances Stonor Sounders: La CIA y la guerra fría cultural, editado en Cuba [se puede descargar gratis en el siguiente link: —

www.lahaine.org/mundo.php/libro-la-cia-y-la

Quien convoque a «LA DEMOCRACIA EN GENERAL» — en abstracto — ,lo quiera o no, sea consciente o no, nos invita a cruzar el charco

y ya sabemos cómo terminó Jesús Díaz, uno de los más brillantes intelectuales cubanos del proceso que se inició con el Moncada o, si ustedes prefieren, en 1959 [Jesús Díaz (1941–2002), junto con Fernando Martínez Heredia y Aurelio Alonso Tejada, entre otros y otras, también formó parte de Pensamiento Crítico. Transitaba con luz propia la esfera artística —era guionista de cine— y las ciencias sociales —un gran conocedor, en detalle, de la obra de Lenin—. Pero a diferencia de Martínez Heredia y Alonso Tejada, no tuvo la perseverancia suficiente que caracteriza tanto a los corredores de maratón como a la militancia revolucionaria de por vida. Corrió rápido y se cansó pronto. Por eso terminó perdiendo sus mejores batallas y mordió el anzuelo, dilapidando sus saberes, su prestigio y su rebeldía, aceptando la invitación turbia y tentadora que siempre estará ahí, a la mano, para el campo artístico y el campo intelectual, mientras exista el imperialismo. Un final triste y solitario, aunque previsible para quien no tenga constancia en la larga maratón de la lucha popular].

Ese camino, regado de sonrisas y caricias de los poderosos, «apoyos altruistas», palmaditas en la espalda y financiamientos «desinteresados», repleto de alabanzas envenenadas… es un callejón sin salida. Jesús Díaz terminó negándose a sí mismo, enterrando casi de manera masoquista su propia historia y su propia obra.

Dice el refrán popular: Roma no paga traidores. Tampoco lo han hecho nunca ni la Ford, la NED o la USAID, ni el Bundesbank o la Fundación Ebert —que lleva el nombre, dicho sea de paso, de uno de los responsables del asesinato de Rosa Luxemburg—, ni el Banco Ambrosiano o la Fundación Vaticana.

¡Lucidez, lucidez, lucidez! Es decir: más y mejor socialismo. Esto vale —humildemente así pensamos, como internacionalistas solidarios con la revolución cubana —para todo el mundo involucrado en el debate.

En cuanto a las instituciones cubanas: lo más sabio e inteligente sería evitar cualquier tentación dogmática de caza de brujas, demonizaciones arbitrarias o sectarismos estrechos. Tensar artificialmente la cuerda y provocar rupturas, sin distinguir entre (a) reclamos justos y legítimos, y (b) provocaciones mercenarias; constituiría hoy una gran torpeza a la hora de defender la revolución cubana frente al imperialismo crepuscular.

En cuanto a quienes redactaron y acompañaron el «Manifiesto»: si se ha ganado un prestigio personal merecido, un reconocimiento popular y un afecto juvenil por haber trabajado pacientemente durante décadas en la línea antiimperialista de Mella y Guiteras, y en el horizonte cultural revolucionario de Alejo Carpentier y Tomás Gutiérrez Alea, ¿vale la pena rifarlo y despilfarrarlo todo aceptando caricias envenenadas del enemigo? Modestamente, y siempre con la mano fraternal en el corazón, pensando en Martí y en Epicuro, sospechamos que no.

Con afecto y con dolor, pero con esperanza,

Néstor Kohan

Buenos Aires, nueva madrugada de insomnio, 18 de diciembre de 2020

Tomada de La Tizza Cuba