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Un Reinado En Los Juegos De Ludi Teatro

En el almacén que les sirve de sede, a una cuadra del Centro Cultural Bertolt Bretch, ellos resumen lo mejor del teatro foráneo e insular con música, danza, alegría, por muy graves y hasta trágicos que sean sus relatos. Hablo de la compañía Ludi Teatro, dirigida por Miguel Abreu.
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Por Frank Padrón

En el almacén que les sirve de sede, a una cuadra del Centro Cultural Bertolt Bretch, ellos resumen lo mejor del teatro foráneo e insular con música, danza, alegría, por muy graves y hasta trágicos que sean sus relatos. Hablo de la compañía Ludi Teatro, dirigida por Miguel Abreu.

Ahora está en temporada su más reciente puesta:  Ubú sin cuernos, del laureado Abel González Melo (Premio Casa de las Américas 2020 por su obra Bayamesa), estreno mundial en la Habana.

Una utopía a la vez distópica, si se permite el oxímoron, propone esta vez el dramaturgo cubano, que tiene del eterno viaje, los rejuegos y abusos de poder, reinados reales y soñados dentro de una parábola que contiene también universos posibles, (re)conquistas, y la idea de Patria que se inicia en el núcleo literalmente materno, aunque ello también signifique el de la tierra.

Todo ello lo explaya el autor desde su habitual sabiduría no solo escénica sino también teatral, en el sentido más diacrónico, lo cual implica guiños, alusiones intertextuales y ese raro andar, cual arriesgado equilibrista, por una cuerda floja que transita de manera casi imperceptible por lo grave y lo ligero, lo cómico y lo serio, lo alusivo y lo directo, dentro de esta obra que obtuviera los premios José Jacinto Milanés y Dador.

En su lectura, Abreu, acostumbrado a montar textos complejos, polisémicos y llenos de enveses (Litoral, Bosques, La mujer de antes…), asistido esta vez por María Karla Romero y con producción de Rafael Vega, consigue trasladar a la escena la corrosividad y el filo de la escritura. Desde los minutos iniciales se percibe el logro de la ambientación abigarrada y esperpéntica que sugiere la letra, para lo cual se apoya en el vestuario sugerente, expresivo, de Celia Ledón, el maquillaje de Pavel Marrero y el diseño de escenografía y luces del propio director, las cuales detentan suficientes gradaciones y matices.

También, como es habitual en sus puestas, debe encomiarse el tan bien explotado espacio, con movimientos coreográficos (Yuli Rodríguez es la responsable de este esencial rubro) y una rica banda sonora (Denis Peralta, sobre canciones concebidas por Llilena Barrientos muy a tono con el texto) y algo, por suerte recurrente, como son los notables desempeños: Ludi Teatro cuenta con un equipo competente, apto para personajes que exigen del actor desdoblamientos y proyecciones bien difíciles, cambios de registro, esfuerzos histriónicos determinantes, y aunque se aprecia un nivel general, habría que encomiar esta vez a Aimee Despaigne, Grisell de las Nieves, Giselle González , Yoelvis Lobaina y Francisco López Ruiz.

Como jugando siempre, fiel a su nombre, Ludi Teatro sigue discursando en torno a los más acuciantes temas y problemas de hoy y de siempre.

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