Programación Cultural, entre utopía y realidad

Por Kenny Ortigas Guerrero

Comienzo con lo que pudiera ser perfectamente la conclusión final de este texto: para que una programación cultural funcione a cualquier nivel, es necesario el respeto total y absoluto de su diseño, siempre y cuando este haya sido colegiado y estructurado de manera coherente con antelación suficiente a su puesta en práctica, con el consenso y participación de todos los actores implicados.

Quisiera pensar que todo funciona de esa manera, pero debo decir que aun estamos muy lejos de ese principio, y aunque corro el riesgo de meter en un mismo saco a todos por igual, no dudo que situaciones que me son muy cercanas, constituyan avatares del día a día de gran parte de las instituciones culturales del país.

Podemos escribir al respecto cientos de cuartillas, atendiendo a las individualidades y características de cada provincia, municipio o barrio, pero intentaré sintetizar algunos de mis puntos de vistas esenciales.

Una programación cultural podemos entenderla como un conjunto de actividades que se organizan y proyectan de manera articulada, atendiendo a las necesidades espirituales, intelectuales y recreativas de diversos grupos etáreos dentro de determinado contexto. Estas actividades van más allá de presentaciones artísticas de agrupaciones profesionales o aficionadas, o de conversatorios y talleres, pues también se nutren del saber popular y sus expresiones más auténticas donde coexisten costumbres arraigadas y diversas formas donde se estimula de manera espontánea la participación del pueblo en la recreación y preservación de su patrimonio material e inmaterial.

Esta perspectiva nos da una amplia dimensión de lo rico y complejo que es programar en función de cumplir las expectativas de la población. Por lo tanto de aquí se desprenden una serie de elementos que son imprescindibles en el momento del diseño, y por supuesto que esto estará en consonancia con las potencialidades con las que se cuente en cada caso. No pretendo recetar una fórmula precisa desde una metodología para hacer una programación cultural, solo desde mi humilde opinión les propongo algunas ideas.

Primero, usted enfoca su programación teniendo en cuenta el diagnóstico sociocultural de su radio de acción, apoyado en estudios de público y otras herramientas que le permiten saber cuáles son los gustos y preferencias de las personas. Luego usted vela por la calidad y organización de las actividades: el talento, el tema, la disposición del espacio, recursos humanos que intervienen en la producción y apoyo, los equipos técnicos, etc. Siguiendo ese camino, debe buscar la variedad dentro de esa propuesta para que sea atractiva y sea suficiente ante todas las expectativas.

Después, se piensa en la estrategia de promoción y divulgación, empleando para ello, cuanto recurso se tenga a la mano, esto se hace con bastante antelación para que la información corra de boca en boca, de ojo en ojo, y de oído en oído, pues algo que debemos tener presente, es que el público tiene que prepararse para este encuentro con la cultura, cosa que no siempre se tiene en cuenta.

Finalmente se lleva a vías de hecho la programación, e inteligentemente, los espacios más gustados se pueden convertir en caracterizados y marcando una sistematicidad en la realización de los mismos, se contribuye a la formación de ese espectador nutrido que tanto deseamos. Así se pudiera construir una secuencia lógica, que lejos de esquemas y de posturas inflexibles –pues el arte y la cultura son libres por naturaleza- viene a fortalecer todo el entramado de la política cultural de la Revolución, que dicho sea de paso, cuenta con una red institucional de envergadura para enfrentar este reto.

Lo planteado anteriormente pude ser un universo utópico, pues el factor “tiempo” es vital-medular para la correcta proyección. Hoy nos siguen invadiendo y ganando espacio la premura e inmediatez, por tanto los buenos diseños de programación cultural se resquebrajan ante la falta de sentido común: las actividades que se deben montar “por indicaciones” de ahora para ahorita, los cambios de horario repentinos, la falta de condiciones logísticas objetivas para las presentaciones de los artistas, y la presentación de talento que no responde con su calidad a ensalzar los valores de una cultura que requiere con urgencia la restitución de la ética, son algunas ilustraciones de los obstáculos que nos enfrentamos los que tenemos el honroso deber de edificar las estructuras que cuidan y salvaguardan nuestro acervo como nación.

Los imprevistos son parte inseparable de los seres humanos y a ellos estamos sujetos constantemente. Para ser sincero, creo que los trabajadores de la cultura son un fidedigno ejemplo en cuestiones de resolver y zanjar imprevistos, pero cuando estos exceden los límites de la mera casualidad o de la oportuna intervención y se convierten en rutina cotidiana, se pone en peligro la estabilidad de lo correctamente hecho y el artista –profesional o aficionado- que es un ser de carne y hueso, comienza a parecer una máquina de producción en serie.

En estos momentos, donde atravesamos por situaciones de extrema complejidad en el ámbito social y económico del país es cuando mejor debemos dar los pasos desde la cultura, es cuando más empeño debemos poner en “hacerlo bien” –ante tantas cosas mal hechas- pues en la cultura somos los artífices de la estética y el buen gusto, ya que en ella nos reconfortamos y nos unimos en la espiritualidad de su disfrute.

No en vano, nuestro querido Fidel lo dijo: “la cultura es lo primero que hay que salvar”. Los maratones, sintonizan con el deporte, pero no funcionan en cuestiones de cultura y aunque a veces alguno salga de maravillas es al costo y molestia de otras tantas personas. Programar en la cultura significa ordenar, componer… y todo lo que entorpezca este sentido va en detrimento de la calidad y proyección futura de la creación artística que se pone al servicio del pueblo.

Los asuntos relacionados con la comercialización artística también influyen de manera puntual, te encuentras entonces ante la necesidad impostergable de generar ingresos desde y para la cultura, pues la economía del país así lo amerita, pero están aquellas instituciones –ya el sayo le caerá a alguna- que pretenden hacer sus actividades con talento gratis mientras gastan sus presupuestos en otras cuestiones veleidosas, y si colocamos el dedo en una zona neurálgica, están aquellas que establecen un compromiso de pago pero el mismo se hace efectivo al transcurrir de semanas y hasta meses luego de realizada la actividad.

La solidaridad y el trueque interinstitucional son válidos, loables, pero no se puede abusar de esa relación, pues cada quien tiene un objeto social por el cual debe trabajar y al cual debe defender. En la elaboración de la programación cultural intervienen también la inteligencia, la efectividad, la sensibilidad, la consciencia del servicio público y el impacto en quien lo recibe, porque recordemos que en ese acto de servir al otro, radica una de las virtudes que tiene que sostener el socialismo.

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