Search
Close this search box.

“Ni un sí ni un no”: 40 años de su estreno

image_pdfimage_print

Por Roberto Pérez León

Estorino es el muralista de los grandes planos

y las composiciones abigarradas.

Rine Leal

Cada estreno de Abelardo Estorino (1925-2013) siempre fue un suceso teatral. Ojalá siga siendo así y, aunque ya el maestro no esté entre nosotros, podamos continuar disfrutando de su obra desde los presupuestos de la dramaturgia más actual circunvalada por el desenvolvimiento de los “pos”.

Ni un sí ni un no cumple 40 años. El estreno se produjo el 11 de octubre de 1980 por el grupo Teatro Estudio, en la sala Hubert de Blanck, con dirección del propio Estorino. Entonces, el elenco estuvo integrado por Mónica Guffanti (Ella), Aramís Delgado (Él), Elsa Gay (La Madre), Omar Valdés (El Padre), Adria Santana (La Otra), Julio Prieto (El Otro), Tony Díaz hizo la escenografía y el vestuario, las luces fueron de Carlos Repilado.

En el 2017, por el aniversario 92 de Estorino, de nuevo la obra subió al escenario del Hubert de Blanck, con dirección de Fabricio Hernández y Orieta Medina, montaje que ya había visto en el 2015. En la puesta de 2017, los intérpretes fueron Ella / Beatriz Guillém, Él / Jansel Lestegás, La otra / Lissandra Travieso, El otro / Juan Carlos García, La madre / Elizabeta Domínguez, El padre / Enrique Barroso y Carlos Tetro. En esta puesta se usó como música El baile del buey cansao de Los Van Van, una banda sonora muy bien puesta.

Subieron al escenario, dos colectivos actorales de procedencia profesional y generacional distantes. En esta puesta de Fabricio Hernández se evidencia, con especial efervescencia,  una escritura escénica que reafirma el aquí y el ahora del que es depositaria la obra de Estorino.

En las ocasiones que he visto Ni un sí ni un no -incluso vi una puesta en un festival de teatro universitario latinoamericano- es ostensible la sólida visión dramatúrgica de Estorino, aunque el discurso y el sentido escénico tengan otros derroteros, la causalidad dramática estoriniana es insoslayable.

Ni un sí ni un no, no creo que sea una de sus obras más importantes y no es tampoco una de mis preferidas, pero teatralmente su élan vital tiene fortaleza; la sostenida teatralidad soporta atrevidas intervenciones, sobre las intrusiones que pueda tener un montaje; las exigencias interiores tienen un sucesivo homogéneo de tal poderío que cuando la adaptación o versión,  llámese como se quiera, se produce sin venturas, se notan las burdas puntadas.

Algo escrito por Estorino sale o no sale pero no puede ser regular. La teatralidad, como un elemento transformador de la realidad, tiene en su obra una plenitud latente, su ejecución debe ser acabada y no diluida en polvaredas escénicas de aventuras experimentales; no digo que la obra de Estorino sea un texto definitivo, nada de eso, solo creo que para llegar a su teatro hay que saber componer desde una cifra de proposiciones epifánicas, tanto dentro de la continuidad como de la ruptura, si se persigue la contemporaneidad, la vanguardia desencadenante.

El teatro suyo es un sistema que entra en conflicto por la pluralidad de subjetividades, de heterogéneos; solo el poder de la floración de su imaginación ha hecho posible lo que la Dra. Pogolotti nos advierte: “paso a paso, con la imperturbable labor de un artesano, Abelardo Estorino ha ido enhebrando una tapicería de personajes de rasgos bien definidos”.

Por encima de cualquier experimento o experimentación, con intenciones veladas o declaradas de intervención, su obra se sobrepondrá por la perfección de  la partitura literaria y por lo determinante de la producción de sentido socio-escénico; se trata de una obra de convergencias, un sistema orgánico completo y complejo por su misma habitabilidad dramática.

De punta a cabo, Ni un sí ni un no, es un acumulado de cubanidad que entabla un diálogo con todos nosotros. Diálogo a manera de encuentro. No por gusto en su discurso de entrada a la Academia de la Lengua Cubana, Estorino escogió como tema la importancia del dialogo en el desarrollo y sostenimiento de la cultura nacional, urdida con diálogos fecundantes desde la imaginación decimonónica de las tertulias del montinas hasta las lezamianas ya en pleno siglo XX.

No hay fragilidad en la dramaturgia de Estorino que por demás es puramente lingüística y narrativa, sin fascinación por lo que enturbie el entendimiento, todo lo contrario, la fuerza comunicativa de su teatro está justamente en la experiencia vivencial, el acontecimiento de lo cotidiano en la familia cubana.

La médula del teatro de Estorino está en la familia cubana, pero hay que advertir que no se trata de un teatro costumbrista. Sus motivaciones arrancan siempre desde el presente, un presente que no se acostumbra a ser solo efímero presente, sino que tiene una impronta en el devenir, eso es precisamente la obra de Estorino, por eso es un clásico entre nosotros.

La familia cubana es la fuerza generadora de la obra de Estorino; no hay agudezas en el simbolismo empleado para llegar al sentido teatral, este brota no de la iconicidad actoral sino desde el pleno desarrollo enunciativo verbal de los personajes.

Esta fuerza verbal del teatro de Estorino es uno de los lujos con que cuenta la dramaturgia nacional. Estorino es un escritor total. Su teatro puede ser leído con la misma satisfacción que se lee una novela o un cuento; son de simiente literaria las andanzas que se producen entre los planos narrativos y el tiempo que se hace fuerza discursiva. Lo más novedoso de su teatro está precisamente en la alternancia o superposición del suceder como organización medular de lo que propone para ser representado, y el representar mismo.

Tenemos que señalar que hubo un tiempo en que los dramaturgos no eran parte de la sección de Literatura de la Uneac. Pero en 1992 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura a Abelardo Estorino y luego, en 2002, el Premio Nacional de Teatro. Recordemos que el Premio de Literatura es otorgado desde 1983 y el de Teatro desde 1999. Además, este dramaturgo formó parte de la Academia Cubana de la Lengua.

Digamos que Ni un sí ni un no es una comedia que sucede en los años ochenta. Pero puede ser obviado esto pues en los dos mil seguimos cargando con el machismo, todas las problemáticas de géneros, los estereotipos sociales, económicos, los conflictos generacionales, la convivencia familiar sostenida, las transformaciones socio políticas.

Con esmerada teatralidad aborda esta comedia temas sencillos por lo frecuentes, paralizantes y complejos, por la cotidianidad en que se manifiestan. En Ni un sí ni un no una pareja entra en crisis luego de varios años de matrimonio; se habían jurado amor eterno y  llegan a la desilusión que disuelve las mayores promesas de compromiso.

Los personajes de Ni un sí ni un no están concebidos para incitar una dinámica escénica imparable desde distintas aristas, pueden entrar y salir de la ficción, de la no representación a la representación juguetona e interrogante.

Cinco personajes signos, eficaces para la conjunción significante/significado/referente: Ella, El, La otra, El otro, La madre, El padre. No necesitan nombres, el vínculo entre el signo y el referente es suficiente para darnos la dimensión semiótica de ellos.

Para muestra un botón:

Él: ¿Tú vas a ir a la playa conmigo?

Ella: A la playa sí, pero a los pinos no.

Él: Los pinos están al lado de la playa.

Ella: Y detrás están los matorrales. Me lo dijo Yolanda.

Él: ¿Y Yolanda fue a los matorrales?

 (Ella se aleja llorando. Él camina hacia otro lado del escenario, donde se encuentra al Padre. Él empieza a afeitarse frente a un espejo).

El Padre: Claro que fue a los matorrales. Yolanda y Laura y Cuca y Chela y todas las que dan con un hombre y no con un soplamocos como usted.

Él: Pero, viejo…

El Padre: ¡Viejo! No estoy seguro de que usted sea hijo mío. Si no fuera porque yo sé bien que Candita era incapaz. Chico, el hombre tiene que probarlas. Si ella se va con usted a los matorrales quiere decir que se va con cualquiera. Ay, tu madre. ¡Una santa! Yo la visitaba dos veces por semana ¡y los domingos, por supuesto! Y antes de irme siempre se lo proponía. Y ella me respondía: el orgullo de una mujer decente es conservarse pura para su marido, Tato. Siempre me decía Tato. La noche antes de la boda me hizo pasar el susto más grande de mi vida. Al despedirnos me acompañó hasta el portal. Aproveché la oscuridad y le di un beso largo, largo-largo. Sentí cómo temblaba. Un tomeguín en la mano. Y le hice la misma pregunta de siempre. Se quedó pegada a mí, ¡un tomeguín!, y se demoró en contestar. Y lo pensé: como me diga que sí mañana no me ve el pelo. Ni mañana ni nunca. Pero no: se apartó unos pasos, me miró muy seria y me dijo: “Tato, mañana vas a tener en tu casa una mujer decente”.

Él: Viejo, ¿en qué año fue eso?

El Padre: El 7 de enero de 1947. El 8 me casé con ella y hasta que Dios se la llevó no tuvimos ni un sí ni un no. Yo decía: esto, y ella decía: así es.

Decía Estorino: “la imaginación, esa posibilidad de crear que afecta al hombre…” Y es por eso que su obra es una hazaña intelectivo sensitiva que nos acerca a nosotros mismos mediados por nosotros mismos.