Mucho más que una seña

Por Jorge A. Piñero (Jape) / Fotos del autor y su archivo personal

El próximo mes de febrero tendrá lugar en Matanzas un evento auspiciado por la Oficina del Humor, el Centro Promotor del humor y el Consejo de las artes escénicas de esta ciudad que, entre otras propuestas relacionadas con el humor y el teatro, hará un homenaje al legendario grupo La Seña del Humor de Matanzas. Esta popular agrupación, trajo a la escena un modo diferente de hacer reír al pueblo y se convirtió en pionera del novedoso movimiento de jóvenes humoristas nacido en los años ’80 del pasado siglo en Cuba. Por tal razón, y con vistas a un documental que se realizará posteriormente, hace apenas unas semanas José «Pepe» Pelayo, fundador y director de dicho proyecto durante su existencia, accedió a esta entrevista.

Tengo entre los recuerdos más perecederos y agradables de mi juventud, el haber formado parte del grupo humorístico Nos y Otros, y por ende del Movimiento de Jóvenes Humoristas que se fraguó allá por la octava década del siglo XX cubano. Muchos fueron los grupos que dieron lugar a esa corriente artística, pero La Seña del Humor que nació antes fue como un faro con una inmensa luz, alumbrando la escena cubana de un modo muy novedoso de hacer reír. Sobre este inolvidable proyecto nos habla su fundador y líder José Pelayo Pérez.

¿Qué necesidad expresiva los lleva a reunirse en un proyecto humorístico como Tubería de media, y posteriormente La Seña del Humor?

Soy amigo de Moisés Rodríguez desde la Enseñanza media y amigo de Aramís Quintero desde finales de los años 70. Nos dimos cuenta que teníamos un sentido del humor muy similar. Y un día de 1982, divirtiéndonos y jugando, comenzamos a montar un número musical sin intención de nada. De ese jueguito decidimos crear humor de verdad, más “en serio”, a ver qué pasaba. Llamamos al arquitecto July, otro amigo que sabía dibujar y fundamos el grupo de humor gráfico y literario Tubería de Media Pulgada en enero de 1983. Publicamos casi un año una página completa semanal en el suplemento cultura Yumuri, del diario Girón de Matanzas.

Cuando cumplimos un año, en enero de 1984, lo celebramos con una exposición de humor en la Galería de Arte Provincial y con un acto en la Biblioteca Provincial, donde invitamos a Alejandro García (Virulo), Carlos Ruiz de la Tejera, Héctor Zumbado, Zulema Cruz y Eduardo Rómulo, todos del Conjunto Nacional de Espectáculo. Ese día, junto a varios miembros del Teatro Mirón Cubano de Matanzas, del dramático de Radio 26 y del grupo de humor gráfico La Colmena, de madrugada, en mi casa, brindando con chiringuito, decidimos crear la Seña del Humor, parodiando la Peña del Humor que hacía Virulo y el Conjunto en la Sala Atril del Teatro Carlos Marx, en La Habana.

Esa misma noche Virulo nos invitó a actuar allí cuando quisiéramos. Claro, antes de ir a ese lugar, debutamos en la Sala White (Casa de cultura de Matanzas), en el cine-teatro Atenas. A los pocos meses cada agrupación siguió su camino y nos quedamos 12 jóvenes recién graduados de distintas carreras universitarias como ingenierías, licenciaturas…, pero ninguno graduado de teatro o actuación. Así que solo con nuestro humor, el descaro y la energía de la edad, nos lanzamos a la gran aventura que conocemos. Y así llegamos al Teatro Sauto.

Moisés Rodríguez, fundador de La Seña, que aún promueve ese humor distintivo del legendario grupo matancero.

¿Realmente creían que el humor era la tribuna y el lenguaje apropiado para lanzar sus opiniones, ideas, discursos éticos y estéticos?

No, no teníamos ni idea de eso. Y hablo por mí, no por el grupo. Buscábamos el chiste, la gracia, pero de cualquier cosa que nos venía a la mente. No teníamos planes de abordar tal asunto o tal otro. Yo lo hacía todo para divertirme sin cálculos, ni ambiciones de ningún tipo. La apetencia y la pretensión vinieron mucho después.

¿Además del concebido sentido del humor, qué otro valor, sentimiento o afición unía a «los señeros»?

Que recuerde, nos unía las ganas de pasarlo bien, de divertirnos, de tener una actividad donde refugiarnos de los problemas que nos afectaban en Cuba en esa época. Con el pasar del tiempo nos unió también la amistad que fuimos construyendo entre nosotros. Nos unió una forma de pensar parecida y el deseo de superarnos. Matriculamos y estudiamos casi todos en la Escuela Provincial de Música, en la Escuela de idiomas, o armábamos escuelitas enseñándonos entre nosotros mismos historia del arte, filosofía…

¿Pensaban revolucionar la cultura y el arte matancero y nacional?

Para nada. Por lo menos yo no pensaba en nada de eso. Es que era difícil pensarlo porque éramos consciente de nuestras deficiencias. Conscientes de que estábamos aprendiendo una profesión nueva. Profesionalmente, cuando empezamos, no éramos ni guionistas, ni actores, ni directores artísticos, ni nada. ¿Cómo pensar en revolucionar algo sin dominarlo? Lo único que nos daba más seguridad era el tipo de humor que hacíamos, porque aún con nuestras limitaciones, lográbamos mucha risa, y mucho público.

¿Qué vínculos reales existían, antes de la concreción del grupo, con el movimiento de jóvenes humoristas de La Habana y otras provincias, y con el Conjunto Nacional de Espectáculos comandado por Virulo?

Cuando surgimos no existía ningún Movimiento de Jóvenes Humoristas escénicos, ni en La Habana ni en provincias. Me enteré que haciendo humor literario existía Nos y Otros. Conocíamos figuras del mundo del teatro y del espectáculo como Centurión, Bobby Carcassés, Mario Aguirre, Chaflán, Los Amigos, entre otros. Y, por supuesto, conocíamos de grandes comediantes que se presentaban en los pocos programas humorísticos de la televisión y en un programa de radio. Pero a ninguno los conocíamos personalmente. Ahora, sí tuvimos vínculo con Virulo y los miembros del Conjunto Nacional de Espectáculo que siempre nos apoyaron, incluso nos enviaron al actor chileno Jorge Guerra a que nos impartiera un breve curso de actuación. También tuve vínculo hasta de amistad con el gran Héctor Zumbado y también con humoristas gráficos como Manuel, Boligán, Ares, Abela y otros.

¿Cómo fue el encuentro o descubrimiento mutuo de la Seña con estos movimientos culturales y como lo valoran desde el punto de vista artístico, personal y profesional?

Insisto, cuando nacimos no había ningún movimiento humorístico a nivel nacional. Sólo «descubrimos» al Conjunto Nacional de Espectáculos. Y enseguida de surgir, ahí sí comenzaron a crearse grupos en La Habana y en otras provincias, que dieron origen al Movimiento del Nuevo Humor Cubano. Aparecieron La Leña del Humor de Santa Clara, Nos y Otros, Salamanca, Onondivepa, La Piña del humor, Lenguaviva, Los Hepáticos y muchos más. Añado que entre todos siempre hubo una tremenda camaradería, incluso amistad, cero celos, cero envidias. Mucha cooperación. Fue muy lindo lo que se produjo.

¿Cuánto hechizo, sortilegio, magia, confidencia… existía y existe entre La Seña y su natal Matanzas y viceversa?

Mira, Matanzas es cuna de muchos grandes humoristas cubanos: Carlos Ruiz de la Tejera, Eloísa y Guillermo Álvarez Guedes, Leopoldo Fernández (tres patines), Aurorita Basnuevo, Manuel, Carlucho (el caricaturista), Torriente (el de Liborio), Marcos Behemaras, Massaguer, Betán, Francisco Puñal, Orlandito… Proporcionalmente, creo que es la provincia que más humoristas produce en La Isla. ¿Por qué? No tengo idea. Todos esos humoristas que mencioné han triunfado en Cuba, pero para eso han tenido que irse para La Habana, como es lógico. Así que influencia directa de humoristas en Matanzas, no tuvimos. Claro, tradición artística sí ha habido siempre en esa ciudad. No sé si ese ambiente influyó, no lo sé…

Algo mágico sí. El actuar en el Teatro Sauto, y más que actuar, ser nuestra sede oficial, donde teníamos nuestra oficina, nuestro vestuario, utilería, los instrumentos, nuestras salas de ensayo… Un lugar como ese con tanta historia artística, con tanto significado para Matanzas y para el país, eso sí acepto que fue mágico. Ojo, nuestro nombre es La Seña del Humor de Matanzas, como Los Muñequitos de Matanzas, o La sonora matancera, con esto quiero decir que, sin proponérnoslo, llevamos a Matanzas con nosotros a toda Cuba. Hay otra cosa importantísima: puedo asegurar que el mayor hechizo y complicidad la tuvimos con nuestro público matancero, que comenzó a formarse en el tipo de humor que hacíamos, fueron evolucionando con nosotros y juro que público más fiel y entusiasta no creo que exista en el mundo.

¿Qué fue para la Seña, arribar y proponer su arte en La Habana? ¿Superó expectativas? ¿Hubo un antes y un después?

Primero participamos en el programa televisivo 9550. Supimos que gustó, porque todo el mundo en Matanzas al otro día nos felicitaba. Pero eso no tuvo mayor repercusión. Después debutamos en la Sala Atril del Teatro Carlos Marx en la Peña del Humor que dirigía Virulo. Fue linda esa experiencia, porque era la primera vez que nos presentábamos en vivo fuera de Matanzas. Al público ahí le gustó mucho. Repetimos esas actuaciones durante varios sábados hasta que un día de 1985, Virulo nos propone que Aramís Quintero, Moisés Rodríguez y yo, escribiéramos el guion de un espectáculo. El diseño de escenografía y vestuario lo haría nuestro compañero Carbonell. Virulo haría la música y dirigiría todo. Claro, actuaríamos nosotros y figuras reconocidas invitadas, para hacer una temporada en el gran Teatro Carlos Marx.

Era «la presentación en sociedad», sabíamos que si gustábamos nos convertiríamos en artistas nacionales. Y lo hicimos. El espectáculo se llamó Jaguar you Claudio, jugando con la aventura El jaguar y la serie Yo Claudio que pasaba, en esos momentos, la televisión cubana. Actuaron junto a nosotros Virulo, Mario Aguirre, Jorge Cao, Carlos Otero, Daniel García (Juan Primito) y los ya fallecidos Frank González, Lina Ramírez y Jorge Guerra; más el grupo Danza América. Una constelación.

La reacción del público y la crítica fue más que favorable. Y a pesar de tener tan poco tiempo de fundados, cuando aún estábamos aprendiendo el oficio, nos llegó la fama, los beneficios y también la exigencia y la responsabilidad de hacernos artistas nacionales. Llegaron con mayor frecuencia las invitaciones a la televisión a la radio, a películas, a realizar giras por el país, a participar en los Festivales Adolfo Guzmán, Festivales de la Canción de Varadero, Bienales del Humor en San Antonio, Encuentros Latinoamericanos de humor, espectáculos por el Día de la Cultura Cubana y mil cosas más.

¿Qué significó para ustedes el Festival y Premio «Melocactus Matanzanus», creado e instituido por la Seña en la ciudad matancera?

El Festival Nacional del Humor, creado y organizado por La Seña, se realizó tres veces. Dos veces en Matanzas en los años 1989 y 1990, y cuando no hubo más presupuesto en la provincia, en el 1991, lo hicimos en el Teatro Acapulco en La Habana. Dábamos premios al mejor guion, a la mejor puesta en escena, a la mejor actuación, al mejor novato, al mejor monólogo, pero también en humor gráfico y literatura humorística. Participaban casi todos (por no decir todos) los humoristas jóvenes del país y las figuras consagradas actuaban en las galas. Para nosotros fue otro éxito del grupo. Y nos sentimos muy orgullosos. Por eso cuando instauraron después los Premios Aquelarre, me sentí feliz de que hayamos sido los precursores.

En fin, aquella era una etapa de ebullición de ideas, de proyectos. Recuerdo que hicimos una revista de humor gráfico y literario que nombramos Revista Seña. Hicimos un paquete de programas de televisión para el canal Cubavisión. También un paquete de programas de radio en la emisora COCO. Y realizamos los Festivales Nacionales de la Seña y sus premios.

¿Por qué Melacactus Matanzanos? Porque no había financiamiento para premios y se nos ocurrió hablar con la asociación provincial de jardines (no recuerdo el nombre de esa entidad que nos acogió muy amablemente), y nos regalaron hijitos de esos cactus oriundos de nuestra provincia, sembrados en lindos maceteros. No premiábamos con dinero, pero el premio era valioso y precioso.

La seña del Humor de Matanzas visto por su coterráneo el caricaturista Manuel Hernández.

¿Consideras que hay un humor distintivo de la Seña?

Siempre decíamos que no sabíamos el humor que hacíamos, pero sí sabíamos el humor que no queríamos hacer. Así que lo distintivo de La Seña, para mí, es haber continuado con la tradición del bufo, por ejemplo. Usábamos el mismo esquema del personaje muy popular: el jodedor cubano, con su picardía, su ritmo, su «sabrosura» y los personajes palas o contrafiguras. Fue un humor contingente, como el que siempre hizo el bufo cubano. Sustituyendo la crítica política que hacía el negrito, la mulata y el gallego por la crítica al mal gusto y a feas actitudes y conductas. Pero ampliamos el diapasón del humor.

La Seña se reía de todo, era más rupturista, iba más allá del costumbrismo tradicional. Nos distinguía también el uso de referencias culturales. Otra cosa que nos distinguía era que no usábamos vulgaridades, groserías, obscenidades. Y nos distinguía también, y mucho, algo difícil de hacer: ante miles de espectadores de distintos niveles educacionales y culturales, todos salían riendo y satisfechos del teatro. ¿Por qué? Porque nuestras presentaciones tenían varias lecturas. Si había un chiste donde la referencia cultural podía ser algo elitista, paralelamente en escena hacíamos otro humor de factura más sencilla para un público menos exigente. Entonces podíamos decir que nuestro humor era para todos los gustos y niveles. Eso nos distinguió.

Visto desde la distancia y el tiempo, ¿cómo valorarías el suceso cultural Seña del Humor de Matanzas para Cuba, para las diferentes generaciones y para el mundo?

La Seña del Humor de Matanzas fue un fenómeno algo singular por así decirlo. Salíamos poco por televisión, porque no queríamos quemar nuestro repertorio. Sin embargo, en el Teatro Sauto, en el Teatro Carlos Marx, en el Teatro Acapulco, la gente dormía afuera para comprar las entradas antes de los estrenos y rompían cristales y puertas para entrar. Y las presentaciones en provincia eran una locura, cadenas con policías para bajarnos de la guagua y caminar hasta el teatro. Aquello era increíble. Nos tocaban, nos regalaban cositas. Cuando nos íbamos de regreso en nuestra guagua, salían en caravanas de autos a despedirnos por varios kilómetros. Repito, fue un fenómeno muy extraño y sorpresivo para nosotros.

Por supuesto, yo le echo la culpa mayormente al humor que hacíamos. Lo catalogaban como humor inteligente. Yo le llamo así, pero solo al humor que hace que el espectador se sienta inteligente, porque lo tratamos con respeto, como alguien inteligente, alguien que descubre el chiste elaborado, honesto, no fácil ni masticado y sin vulgaridades.

Otro condimento era que se notaba que no éramos actores de academia, que éramos unos jodedores de la calle encarnando personajes. Sin poses de divos, pero con ingenio en los guiones y las puestas en escena, buena factura de la música, y de los diseños en escena. En fin, se logró una joyita.

Creo que todo eso influyó en que, a partir de nosotros, comenzaran a surgir en la escena, por toda Cuba, jóvenes con sentido del humor parecido, que se identificaran con ese tipo de humor y sin miedo a subirse a un escenario sin ser profesionales de teatro y de la actuación. Si lo hizo La Seña, ¿por qué no ellos? Creo que sin Virulo y el Conjunto Nacional de Espectáculo hubiera sido casi imposible que se consolidara la Seña. Por eso siempre estaremos agradecidísimos. Y pienso que La Seña, con sus características, hizo posible que surgiera el Movimiento del Nuevo Humor Cubano de los años 80.

Cuba ha sido y es tierra de humoristas. Pero aislados, en un escenario por allá, en un programa de TV o radio por acá, En los 80 fue un boom como nunca antes en nuestra historia. Una explosión de humor de calidad. Ese es el legado que dejó La Seña a las otras generaciones.

En cuanto al mundo, lamentablemente, nunca pudimos presentarnos en el exterior como grupo. Quizás si eso se hubiera dado, todavía seguiría presentándose La Seña por toda Cuba. Pero afirmo que les gustaba a los extranjeros. Por ejemplo, a los argentinos Les Luthiers, Roberto Fontanarrosa, al uruguayo Leo Masliah, al venezolano Zapata y su gente, etc., sabemos que les encantó nuestro trabajo cuando nos vieron.

Ya después me he presentado en Chile, Argentina, Canadá, Boston, Miami… la mayoría de las veces yo solo, pero también con los señeros Aramís, Pedrito, Rubén y con Pible y aseguro que el humor de La Seña funcionaba y funciona en cualquier lado. Era y es, universal.

¿Cuánto hay de la Seña, en todo lo que haces de humor…? ¡Que es muchísimo!

Gracias por pensar que es muchísimo lo que he hecho. Te confieso que a La Seña fue mi cuna, mi escuela, la base para formarme como humorista. Cuando personalmente hago humor escénico, audiovisual o musical es obvio que ahí está La Seña más que presente. Y es el humor que hago, no me sale otro. Pero también, cuando hago humor literario o gráfico, ahí está La Seña. Hasta cuando estudio la teoría del humor y su aplicación en la vida, está presente La Seña.

Muchos de mis compañeros señeros no continuaron haciendo humor, aun así, apuesto que cada uno puede decir: «a mí La Seña me marcó para toda la vida», porque La Seña también fue una actitud ante la vida.

¿Crees que finalmente la Seña del humor de Matanzas se vinculó e imbricó como parte del patrimonio cultural cubano?

Ese tipo de valoración es muy difícil que la haga yo. Eso que lo digan los que saben y estudian el tema. Sí te puedo decir, a la distancia de aquello tan extraordinario que viví, que no me extrañaría que La Seña del Humor de Matanzas pase a la historia del humor cubano, del teatro cómico cubano. Se lo he escuchado decir a colegas y especialistas de distintas generaciones, así que es difícil que se ignore, se ningunee, se olvide la obra de la Seña del Humor de Matanzas.

 


José «Pepe» Pelayo Pérez, reconocido actor, guionista, comediante, cuentacuentos, humorista gráfico, estudioso de la teoría y la aplicación del humor e Ingeniero civil de profesión. Trabajó como actor, coguionista, codirector artístico y director general del grupo la Seña del humor de Matanzas desde 1984, cuando surgió, hasta 1991. Actualmente reside en Chile.