Mares Impetuosos En Santiago De Cuba

Por Frank Padrón

El santiaguero Ballet Folklórico Cutumba, verdadero ícono de la danza en la región oriental, celebra sus 60 años. Si llevamos la data cerrada a los inicios, cuando echó a andar el Conjunto Folklórico de Oriente (1959) , el cual devino a mediados de los años ‘70 el colectivo que ahora ocupó temporada en el imponente teatro Heredia.

Como muchos saben o adivinan, el nombre taíno de nuestra isla y el instrumento percutivo más importante de la música folclórica entre nosotros integran el lexema que define la poética seguida por la agrupación: Cuba y Tumba.

Dirigido por el maestro Idalberto Bandera Sidó, ha sido consecuente con una línea genérica donde se unen la investigación, desarrollo y promoción de las manifestaciones afro–haitiano–cubanas localizadas en la zona oriental del país, especialmente en Santiago de Cuba, desde su amplio repertorio (con decenas de títulos, entre ellos Bembé a Oggún, Tradición Cubana, Pregones Santiagueros o Máscara a Pie) que recrea todos los elementos propios de nuestra identidad cultural.

Siete Mares, lo más reciente de la compañía danzaría, es una manera verdaderamente lujosa de celebrar ese flamante aniversario con un título que implica continuidad dentro de su obra.

Coreografiado y dirigido por Danys Pérez Prades (La Mora), se trata de una reflexión ecológico-filosófica en torno a los procesos de iniciación y desarrollo del planeta, apoyada en la mitología yoruba y la danza afrocubana.

Todo un complejo danzario musical (ejecutada en vivo, con un equipo de profesionales extraordinarios) se funde en escena mediante varios cuadros que alternan solistas y grupos (orishas, guardianes, espíritus, babalochas…) y donde se despliega toda la fuerza conceptual de la obra, en la que sobresale otro rubro esencial: el vestuario, de la propia coreógrafa, que resume y proyecta el intenso y variopinto colorido que representa el cromatismo latino-caribeño, específicamente cubano, que las deidades representan. La coherente distribución en los respectivos cuadros trasunta la especificidad desde cada gama, en perfecta integración al discurso danzario/musical.

Sería pertinente resaltar la energía que proyectan los apwon, los percusionistas y todo el ensemble de cantantes en una obra donde la música detenta un protagonismo evidente, y lo que aporta la presencia en vivo de esta sección a lo que ocurre en el centro de la escena. La sincronización y organicidad entre lo cantado y/o interpretado a nivel instrumental y lo bailado resulta uno de los indudables méritos de la puesta.

Si bien hay cuadros de una vistosidad y una fuerza tanto danzario como sonora que sobrecogen (digamos, los de Yemayá, Iyalochas u Olokum) en varios momentos, sobre todo en los inicios, se percibe cierto caos dentro de la representación que afecta la organicidad de la puesta: exceso de bailarines en escena, de segmentos del relato coreográfico sin la integración y desarrollo adecuados.

Por otra parte, el exceso de duración de la obra afecta su cristalización final: más de una redundancia, extensión indebida de pasajes atentan contra su acabado, pero es algo soluble: un ajuste por aquí, una poda por allá hará brotar para futuras presentaciones todo el diamante que esconde en Siete mares: fuerza telúrica primigenia, arrolladora, concretada y repartida en danzantes, cantantes y músicos de alto nivel que protagonizan este, un espectáculo de alto vuelo que debemos al talento de La Mora y de esa  gloria santiaguera que es el veterano conjunto Cutumba.

Foto de portada / Archivo Cubaescena

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