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Las brujas de Salem en la Hubert de Blanck

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Las brujas de Salem, en temporada en la sala Hubert de Blanck, una puesta en escena dramáticamente escalofriante como lo es la obra original de Arthur Miller.

Por Roberto Pérez León

 

Tribunal de Salem

Proctor: Tengo tres hijos… ¿Cómo enseñarles a caminar por el mundo como hombres si he vendido a mis amigos?

Acusador: Pondréis vuestra honesta acusación en mis manos  o no podré salvaros de la cuerda.  ¿Qué camino elegís, señor? Con el pecho hinchándose, con ojos fijos, Proctor rasga el papel que firmó y lo estruja. Después llora, furioso pero erguido.

 

De nuevo Fabricio Hernández se entromete con un clásico y también sale triunfante. Porque este director, con inteligencia y respeto, sabe sustanciarse, desde la contemporaneidad que le corresponde, con el talento dramatúrgico del autor norteamericano que definió los torcidos años cincuenta de los Estados Unidos histéricamente anticomunistas. Poco menos de dos horas el historiado escenario del Hubert de Blanck es tomado por una tropa de actores y actrices que convencen. Entre Dios y el Diablo transcurre la puesta de espléndida teatralidad. Digo teatralidad y adjetivo, cualificar la consistencia teatral del montaje, su dinámica representacional, el accionar performático donde la corporalidad y el cauce de la enunciación verbal son agentes de sensorialidad y emocionalidad.

Las brujas de Salem en el Hubert es una representación con instrucciones escénicas sin ambages expresivos. Fabricio Hernández demuestra saberes escénicos, no coquetea con los trastazos de los “post” teatrales, no  descuida lo dramatizable en los trayectos simbólicos de la obra de Miller. Ha sido el teatro el que ha puesto en la Historia el tribunal de Salem con una puesta que parte de hechos reales, ambientada en el Massachusetts de 1692 y que tuvo su estreno el 22 de enero de 1953.

Parece que por una intoxicación de pan de centeno en mal estado se produjo en los finales del siglo XVII en Massachusetts un tremebundo episodio de histeria colectiva.  Pero son muchas las hipótesis alrededor de lo sucedido en el poblado de Salem cuando Estados Unidos era colonia inglesa.

Las causas de la caza de brujas más sonada de que se tenga noticias están sin duda en la teocracia. Salem era un feudo de la iglesia que dictaba los códigos de conducta moral y cívica. El puritanismo era de opresora  eticidad. La acusación de brujería desató un rosario de padecimientos en el pueblo escenario de una suerte de juicio sumario donde fueron ahorcadas y lapidadas muchas personas.

Según los registros del memorable juicio sucedido en los meses finales de 1691 ocho niñas, según un médico de la época, fueron hechizadas. El comportamiento de las adolescentes alarmó a los puritanos del poblado donde el protestantismo calvinista reinaba. Las ocho niñas convulsionaban, a los ojos de los puritanos parecían poseídas por el demonio, sus retorcidas posturas y la forma desordenada en que se expresaban eran las pruebas de estar embrujadas.

Las anormales manifestaciones físicas de las adolescentes, intoxicadas por el pan de centeno en mal estado, fueron el detonante de factores sociales y psicológicos que generaron el hipotético hechizo como consecuencia de la dictadura y el fraude de las autoridades.

La colonia de Salem no escapaba de ser escenario de rencillas, dimes y diretes entre los vecinos, unos seguidores y otros detractores del pastor de la comarca. Salem eran entonces un pueblo donde todos se vigilaban bajo la bandera del puritanismo donde “la venganza más vulgar dicta la ley”.

La figura del pastor Parris, fanático religioso nuclea los acontecimientos en Salem. El extremismo, la exaltación popular, la arbitrariedad de la justicia fueron los motores para juzgar las supuestas herejías.

Arthur Miller fue asaltado por la idea de las brujas y en medio de la turbulencia  de la paranoia anticomunista en la Norteamérica de los cincuenta escribió y estrenó su obra. En esta recrea la caza de brujas de 1692 pero en realidad su pieza está motivada por otra horrible cacería de brujas, la que se produjo en plena Guerra Fría encabezada por el senador McCarthy que echó mano del comité que existía desde 1938 encargado de vigilar las “actividades antinorteamericanas”.

Como en los juicios por brujería de Salem, la Amenaza Roja de McCarthy llamó a testificar a todo político, funcionario o profesional de dudosa ideología según las normas del Macartismo. El propio Miller fue acusado y citado para que concurriera ante el tribunal. Pero como el protagonista de su obra se negó a colaborar.

Hay que destacar que el título original de Las brujas de Salem es The crucible (El crisol) haciendo referencia al recipiente donde sucede la purificación, donde se eliminan las impurezas en los procesos químicos. John Proctor, el protagonista de la obra sale purificado luego de pasar por el fuego.

Existe un paralelismo histórico entre el Salem de siglo XVII y la sociedad estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial cuando el país vio en la Unión Soviética el enemigo que había sido su aliado contra los nazis. Para atajar al comunismo se hicieron listas negras primero de funcionarios públicos y luego de artistas e intelectuales acusados de rojos, con la agravante que estaba abolida la presunción de inocencia  y era obligación delatar  a otros.

El macartismo fue la oportunidad de saldar odios, envidias y rencores personales, tal y como sucedió en Salem donde el vecino delataba para quedarse con las propiedades del otro o para tener más poder. Las brujas de Salem es además una verdadera obra literaria que exige voluntad teatral, entendimiento para desplegar la debida teatralidad que de nuevo celebro en esta puesta.

El montaje de Fabricio Hernández se atiene creativamente a los preceptos de Roland Barthes en cuanto a la teatralidad: «Es el teatro menos el texto, es un espesor de signos y de sensaciones que se construye en la escena a partir del argumento escrito, es esa especie de percepción ecuménica de artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, sustancias, luces, que sumerge al texto en la plenitud de su lenguaje exterior». Por su lado Pavis declara al respecto: «De la misma manera, en el sentido de Artaud, la teatralidad se opone a la literatura, al teatro de texto, a los medios escritos, a los diálogos e incluso a la narratividad de una fábula lógicamente construida».

Las brujas de Salem en el Hubert es un ejercicio de estrategias visuales dadas por el diseño de luces en una espacialidad escénica singular y compleja dada la diversidad de perspectivas que se conciben. La acción global del grupo, el posicionamiento escénico de personajes como si fuera un primer plano, las focalizaciones escénicas más allá de la relevancia de las palabras, las tensiones actorales, los movimientos y los gestos crean situaciones dramáticas que acrecientan el suceder expectante en escena.

Dada la movilidad espacial de un gran número de personajes en la puesta vemos determinadas estrategias de teatralidad y disfrutamos una escenificación de arquitectura equilibrada. Creo que no hay cambios, supresiones o añadidos significativos en el montaje de Fabricio Hernández pese a ser un versión de acuerdo al cartel de la puesta.

Las brujas de Salem en el Hubert se salva de preceptivas; sin dejar de ser contemporánea, sabe sujetarse al canon de un clásico y despegar con una propuesta escénica de relevante vigencia.

Fotos tomadas del perfil de Facebook de la Compañía teatral Hubert de Blank