LAGARTIJAS TIRADAS AL SOL: DOCUMENTACIÓN DE LA PRESENCIA

Por Gabriela Perera Vitlloch

El colectivo de creadores mexicanos Lagartijas tiradas al sol ofreció un ciclo de teatro documental, en la sala Adolfo Llauradó. Ya nada nos dará lo mismo, Veracruz, Tijuana y Este cuerpo mío son las piezas que conformaron esta temporada. Un período propicio para crear conexiones entre mundos distintos, cuerpos desconocidos, a través del trabajo con la experiencia, el estudio de un contexto determinado, la expresión desnuda.

El ciclo hizo notar la poética arraigada de este espacio teatral. Diversos puntos confluyeron en la concepción de la puesta en escena de cada una de las piezas. La búsqueda de un intercambio íntimo con él público. La construcción del performer en la escena: conferencista, actante de su propia historia. El trabajo con la escenografía destinado a la reconstrucción de un mismo sitio, un tejido listo para visualizar la historia, independientemente de su productiva funcionalidad o no; la proyección de audiovisuales, como apoyatura del proceso documental. Todas estas ideas construyeron la escena de los creadores mexicanos en La Habana, encaminadas hacia otra zona de la teatralidad, ese mundo transgresor en el que los artistas dejan caer su peso y, a través de disímiles dispositivos escénicos, vuelven a pensar su realidad desde el teatro; cuestionan el papel del arte como mediador entre la experiencia personal y la trascendencia para la expectación.

Francisco Barreiro inauguró el ciclo con la pieza Ya nada nos dará lo mismo.  En este primer encuentro el performer explica su relación con Tita Gutiérrez,  maestra de Derecho y Agente Investigador en Homicidios en Coahuila. A través de esa relación y el intercambio con el libro escrito por Tita, Tres Océanos, es develada la triste historia de esta mexicana: Elisa, una de sus tres hijas es asesinada en Filipinas y las autoridades de esos dos países no responden a la veracidad de los hechos, lo declaran suicidio.

Para mostrar este ciclo de relaciones entre Barreiro, Tita y el libro Tres Océanos, el performer elige la no actuación. Cuenta su historia con naturalidad. Cero imágenes hiperbolizadas. La presencia queda expuesta. El cuerpo físico del performer, la representación virtual de la experiencia narrada por el primero, la voz en off, el texto proyectado o los silencios, construyen el cuerpo narrativo a través de un diálogo cíclico que reflexiona sobre lo presente. Estos recursos, sin embargo, se vuelven constantes en el transcurso del espectáculo. Se convierten en una línea recta interminable. La escenografía levita en una atmósfera indefinida. Ruptura. Traspasando una malla, los ventiladores, las plantas, por solo citar algunos ejemplos, se apoderan del espacio ¿qué dicen? ¿Motivan el acercamiento íntimo o la sensibilización que busca lo documental entre el cuerpo-historia y el cuerpo-receptor? Es imposible desde la expectación codificar algo que solo está en la memoria del performer ¿Qué sucedería si en la escena solo estuviera la presencia y no la ornamentación para la presencia? Se quiebran las conexiones posibles.

Veracruz, con la intervención de Luisa Prado, constituyó la segunda pieza del ciclo. Una conferencia que busca desentrañar la corrupción, la insensibilidad sobre la que se desarrolla este estado de la República Mexicana, en el que nació la performer. El motivo esencial de esta realización es el asesinato de dos jóvenes periodistas mexicanos.

Para exponer la historia, Luisa crea una zona íntima en la que cuenta, en primer lugar, su experiencia en Veracruz, su Patria, para adentrarnos luego en el fenómeno fatal de la extinguida libertad. Su voz sincera propicia una primera conexión. Luego, el empleo de materiales audiovisuales, apoyatura para su teatro-conferencia, nos acerca a los testimonios que Luisa devela. Y, mediando al cuerpo, la experiencia, la pantalla proyectada, aparece otro espacio que se construye en la escena. Sobre una mesa, Luisa tiene una serie de objetos, que durante el transcurso de la pieza, traslada hacia el otro extremo del escenario. Y allí, en ese lugar otro, instala una arquitectura sagrada. Un homenaje a sus personajes protagonistas, también a Veracruz.

La tercera pieza inaugura otra zona de lo performativo. Gabino Rodríguez se representa a sí mismo. Es él su propio personaje en la pieza Tijuana. Una vez más vuelve a juzgarse la democracia en México en la escena de estos artistas, pero esta vez con un juego en el que lo real y lo ficcional comprenden la condición de la experiencia. Santiago Ramírez es la nueva identidad de Gabino en Tijuana durante seis meses. Su trabajo en una fábrica, por un salario mínimo, sus nuevas condiciones de vida, lo separan de su historia. Hacen de él un ser desterrado de su esencia misma. En ocasiones, con formas coreográficas, Gabino reproduce la realidad que sufre. Segmenta el escenario en una especie de cuadro asfixiante: casa compartida, trabajo, intimidad trunca. La representación de su personaje, que a la vez es otro, la proyección de sí mismo sincerándose ante el público, la transformación del orden escenográfico, construye la verdad de Gabino Rodríguez en la escena y generan un tiempo sensible de encuentros.

Para finalizar el ciclo de teatro documental se produjo Ese cuerpo mío. La vida de un cuerpo que anhela ser deseado, ser visto. Que aparta su frustración por las ansias de sentirse bello. Admirar la historia del cuerpo suyo. Amarse inconteniblemente. Para lograr este conjunto de placeres contenidos, la performer se alimenta del “ayunador” de la herencia Kafkiana. Reproduce al animal enclaustrado por el hambre. Sufre la abstinencia, la mirada de un público cruel. Las ropas que nunca pudo usar toman diversos niveles en la escena a través de un dispositivo que permite exhibir la materia insulsa que asfixia a la performer. Un cuerpo dañado por la censura de la forma.

Es visible, a través de este ciclo teatral, el interés de estos creadores por estudiar su realidad, que no es exactamente la nuestra, pero que busca intimar con la experiencia individual los problemas que construyen al cuerpo presente. Es positivo el poder encontrarnos con jóvenes artistas que muestran, sin miedos, segmentos de su vida a través de prácticas contemporáneas performáticas.