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La tercera Bernarda

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Por Frank Padrón

El director español Carlos Aguilar tiene una suerte de obsesión con La casa de Bernarda Alba, de Lorca. Al menos entre nosotros la ha montado tres veces (siempre con elenco teatral y otros artistas de Cuba) contando la que hace poco regresó, esta vez a la sala Covarrubias del Teatro Nacional.

El subtítulo “Danza de sombras” no es gratuito. Contó con la colaboración de bailarines integrantes de Danza Contemporánea de Cuba, lo cual inserta la puesta dentro de la línea danza/teatro que han desarrollado aquí compañías como Retazos o Persona Colectivo de Sandra Ramy.

La primera versión, de más de dos horas se vió afectada por cierto estatismo y algunos personajes y acciones realmente superfluos, aunque se salvaba ante todo por los desempeños de Yordanka Ariosa y Mayra Mazorra, como Bernarda y Poncia, respectivamente.

Después, en una puesta reducida casi a menos de la mitad del tiempo, en Fábrica de Arte Cubano, Mayra protagonizó y brilló como la madre autoritaria, déspota e intolerante, emblema como se sabe de la España franquista donde se desarrolla el relato de la recia mujer con cuatro hijas en edad de merecer.

Como escribimos desde estas mismas páginas, la puesta ganó en dinámica escénica y concentración dramática, pese a un evidente desnivel actoral que, sin embargo, excluía a la Socorro, mejor aún que en su recreación de la criada y dueña de un ejemplar desempeño, diferente, pero tan virtuoso como el inicial de Ariosa.

En esta tercera Bernarda es nada menos que un hombre quien encarna a la dama de hierro: Ulises González, quien no rompe la cadena de notables protagónicos, aportando solidez y expresividad al rico personaje.

En tal escaño, sobresalen Mirtha Lilia Pedro, Daina León, Ariana Álvarez y como siempre Ana Gloria Buduén, aunque hay un nivel general de logro histriónico, quizá con la excepción de Maybis Madero (Magdalena), que estuvo descentrada y fuera de personaje.

La escenografía, diseñada por el propio director, acertó en la distribución de largos paneles con siluetas femeninas que acaso debieron ser más fuertes a nivel cromático pues los trazos no se percibían todo lo nítidamente que debieran. Mientras el esencial pozo se situó al costado izquierdo del escenario, permitiendo mejor distribución espacial de los actantes.

La música de Daniel T. Corona oscila con fortuna entre aires renacentistas y flamencos, lo cual aporta desde tan esencial rubro el cosmopolitismo de la pieza, y es trasmitida con esmero en vivo (otro logro) por la soprano Karen Quintanó  y los instrumentistas Patricia Díaz Mora, Eleonor Wilson Veloz y Amaya Justiz . Las luces diseñaron con discreción el ambiente represor y asfixiante del contexto.

He dejado para el final el elemento novedoso de esta puesta: la danza. Supe que en las funciones iniciales participó un número considerable de bailarines, que en las finales (asistí a una de ellas) se redujo a apenas tres, por cierto, muy ajustados y gráciles en sus desempeños (Amhed y Amelia Zayas Vasallo, Elaine Quintero).

En algunas acciones –como la representación del mar cuando la madre de Bernarda alude a este– la coreografía enriquece el discurso; en otras sinceramente no solo no aporta nada sino que hasta lo entorpece, como fue la escena de los delirios sexuales de las hijas, cuando giran y contorsionan a su alrededor.

De todos modos, es una adición atendible que, eso sí, debiera trabajarse más para futuras puestas.

La casa de Bernarda Alba, como todo Lorca, siempre es bienvenida a nuestros escenarios. Esperamos por nuevas incursiones de ese coterráneo del andaluz que, como a este, lo define también el amor y la fascinación por Cuba.