La ética nunca pasa de moda. Entrevista a Roxana Pineda, directora de Teatro La Rosa

Por Marilyn Garbey Oquendo

Teatro La Rosa suscribe la ética del teatro de grupo, una noción pasada de moda. ¿Por qué trabajan con esas pautas?

Habría que discutir qué es la moda, y qué significa estar pasado de moda si hablamos de ética, o en el caso del teatro a la forma que se reconoce como “teatro de grupo”. Entiendo que te refieres a una especie de explosión de hace aproximadamente treinta, cuarenta, cincuenta años; más o menos, en que efectivamente la noción de teatro de grupo enfrenta una crisis y aparecen otras formas de producción teatral. Coincide también con algunas teorías de la posmodernidad, la llamada posverdad, y el intento de romper “lo representacional” entendido como la representación del otro. Entonces no es que desaparezca el teatro de grupo, es que aparecen otras “tendencias” que apelan a otro tipo de relaciones y de hipótesis al enfrentar la creación teatral. Muchas parten del hecho de que no es necesario tener un grupo estable, y se trata de la reunión de artistas alrededor de una idea, y esa reunión termina cuando el proceso en cuestión termina. Y bueno, no hay espacio aquí para caracterizar algunas de esas experiencias muchas de las cuales le deben mucho a un teatro que aparentemente ya murió, o pasó de moda. Fíjate que incluso en la moda, la de las pasarelas, todo el tiempo hay un retorno, una vuelta a lo que ya fue tendencia alguna vez.

Puedo nombrar ahora mismo muchos “grupos” de teatro que siguen produciendo obras interesantes, y que siguen siendo  referencia de un modo de ser auténtico, porque sus propuestas no están sometidas al coqueteo con “lo que está de moda”. Y bueno, como hablamos de arte, son grupos cuyas obras de teatro tienen una calidad que todavía provoca y asombra.

Yo creo que lo que está en crisis es el sentido. Porque la ética nunca puede pasar de moda. No es posible aceptar la vulgaridad como una condición que haya que cultivar. Para que sea más visible lo que digo, a nadie se le ocurriría abrir escuelas de indecencia o de violadores y asesinos; pero la historia recoge testimonios de esos engendros donde enseñaban a torturar.

Creo que la diversidad permite un diálogo enriquecedor,  pero no creo en las modas. Creo que asistimos a mucha basura vestida de experimento que se encarama en cualquier carromato buscando espacios de afirmación que no pueden construir de otra forma. Hay mucha falta de referencias, mucha disposición a lo peor del choteo, y una necesidad de protagonismo que hace que se desvirtúe la esencia de la creación, sea cual fuere su tendencia.

Yo sigo apostando por un grupo estable en momentos donde la estabilidad de un elenco es casi un eufemismo, para todos, en cualquier parte. Sigo apostando por un grupo estable que comulgue en lo esencial sobre el sentido de por qué y para qué hacemos teatro. No puedo hacer teatro con personas que no crean en la disciplina ni a los que no les interese el destino de este país. No quiero trabajar con actores que no quieran pensar profundamente sobre la responsabilidad de un artista cuando sube a un escenario y construye una imagen pública sobre el mundo. No quiero trabajar con actores que hablen de lo que no saben o no sienten. Y todo esto, como dice mi amiga Patricia Ariza, porque para mí el grupo es un espacio donde se tramitan las diferencias, y no una secta sin cerebro donde hay que acatar órdenes.

Entonces, trabajo con esas pautas porque son las que conservo como un principio de vida para poder avanzar. No hago en el teatro lo que no soy en mi vida, y esa indivisibilidad es lo que me permite la coherencia. El resto es la experiencia que he acumulado siendo consecuente y fiel a este oficio. Nunca he renunciado al rigor, y nunca he renunciado a la alegría de investigar para crear una imagen. Y que conste, que el teatro de grupo es un espacio real de controversia y nunca permanece en el mismo sitio. No hay fórmulas. Lo que sí no cambia es el compromiso. Ni el sentido de la ética.

En el grupo confluyen varias generaciones de teatristas. ¿Cómo se trasmiten los secretos del oficio?

La cultura de un oficio es algo que se trasmite en acción. Se trasmite trabajando. Hay quienes creen que lo que tú llamas “secretos del oficio” son esquemas que se repiten y garantizan un resultado. En mi experiencia personal me opongo a la búsqueda de resultados. Insisto mucho a mis actores a que no salgan a una función buscando lo que en la de ayer lograron encontrar. Insisto, porque soy actriz, en que actuar es atravesar un bosque repleto de sorpresas desconocidas. Si Caperucita ya sabe que el lobo la espera vestido de abuelita el cuento no sirve. Y así tiene que trabajar el actor incluso cuando ya la obra está sobre su estructura y hay que darle vida una y otra vez. El camino es el de colocarse dentro del bosque. Lo que garantiza que puedas atravesarlo y no perderte es tu trabajo cotidiano, el trabajo de cada día en el tabloncillo. Ese es el trabajo que el público no ve, pero es el que garantiza que puedas reaccionar a tiempo, el que te dispone para estar alerta y el que te permite atravesar  cada función como si fuese la primera. Los secretos, es decir la inteligencia del oficio, se trasmiten  trabajando, preguntándose cómo y por qué, no con palabras, sino con actos. Y ahí viene el entrenamiento, diverso y estimulador de cuanta ala. No hay secretos.  Hay trabajo y trabajo.

Exiges mucho rigor al actor para construir su presencia escénica. ¿Cómo transcurre un día de trabajo de Teatro La Rosa?

Yo a veces considero a mis actores. El problema es que yo soy esencialmente una actriz. Toda mi creatividad está anclada a la actriz que soy. Y soy una actriz que trabaja mucho. Me gusta el trabajo físico, el entrenamiento. Me gusta mucho pensar las improvisaciones y construirlas. A veces extraño eso, cuando dirijo lo hago como si estuviese actuando. Soy insoportable en los detalles, no dejo nada al arbitrio cuando estamos creando los andamiajes de los personajes o las escenas. Pero a la larga esa intensidad da resultados. Porque como dices, la presencia de mis actores nunca es famélica.

Los días han cambiado mucho después de la pandemia. Lejos están aquellas jornadas típicas donde entrenábamos cada día casi 4 horas. Luego podíamos debatir algún material teórico o estudiar algún libro para estimular la imaginación. Después dedicábamos más tiempo al período de improvisaciones para el nuevo espectáculo, o al montaje ya sobre esos materiales. A veces las jornadas podían ser más cortas si teníamos funciones o mucho más largas si nos empecinábamos en el montaje de la obra nueva.

Digo que ha cambiado la vida porque la pandemia trastocó toda esa dinámica de trabajo cuando nos vimos obligados a aislarnos, todavía nos estamos recuperando de eso. Todos mis actores son profesores de la Escuela de Teatro de Villa Clara. Dos de ellos además estudian en la Universidad. Y todo esto impone horarios alternativos. Como ves, un grupo no es inamovible…jajaja. Pero seguimos dedicando tiempo al entrenamiento y a estimular el pensamiento. Y ahora mismo queremos sumergirnos en un período feroz de montaje de espectáculos, porque hemos acumulado muchos proyectos que por diversas razones tuvieron que paralizarse. Sin dejar de hacer temporadas de funciones, tan esenciales para un grupo y para el desarrollo de los actores. Entonces veremos si es posible romper tantas inercias y salir adelante con esos proyectos que nos emocionan.

Aquiles frente al espejo con dirección de Roxana Pineda para Teatro de La Rosa.

El tema del  héroe, del sacrificio por el bien colectivo, ha sufrido duros cuestionamientos. ¿Por qué aventurarse en ese debate?

Me obsesiona la idea de tocar el alma de mi tiempo. Me obsesiona entender, a través del teatro, cuáles son las zonas más vulnerables de la espiritualidad de este país. Pero sé que eso es algo muy complejo, muy difícil de lograr; y esas son las tentaciones que mantengo para no perderme en la hojarasca. Yo creo que hay que respetar la forma en que cada artista decide sumergirse en la realidad, pero a veces me molesta demasiado la superficialidad. Yo quisiera ser capaz de hacer preguntas hirientes, que calaran hondo en el imaginario colectivo. No tenemos nunca toda la verdad. Somos apenas una partícula rebotando en el caos. Entonces buscamos un estímulo que nos permita hacer esas preguntas, y evitamos así los esquemas, el melodrama barato, la histeria o la manipulación. Yo no permito caer en verdades de calendario, ni permito que hablemos en nombre del pueblo. No somos quienes para eso.

Pero estamos obligados, por ética, a hacernos preguntas difíciles. Y hay muchos caminos. Nosotros encontramos ahora el mito de Aquiles. Y a través de eso nos conmovimos descubriendo en el propio proceso de investigación escénica, una realidad otra, que no aparece registrada en lo que se acepta en la imagen conocida de ese héroe. Y a partir de ahí fuimos elaborando nuestras preguntas y nuestra manera de enfrentar algunas respuestas.

Nos aventuramos al debate sobre la realidad de un país que muchas veces está obligado a ser Aquiles. Y todo nuestro empeño se relaciona con la posibilidad de quitarse de encima todo lo que no venga de nuestra más profunda convicción de ser. No hay un “mensaje” en el espectáculo. Hay un cúmulo de asociaciones para tratar de comprender a este héroe que el mito fijó y que nosotros estamos desnudando para devolverle un poco su humanidad. Pero no es Aquiles quien más nos importa. Para eso son los mitos. Para a través de su máscara debatir otros asuntos que nos pertenecen. Y ahí están el odio, la necesidad de amor como antídoto ante la infamia; ahí están los sueños aplazados, la responsabilidad por los actos, la añoranza de la patria, los muertos que no se olvidan… Yo creo que el debate sobre el sentido de la vida humana nunca termina. Y yo creo que pensar a Cuba es ahora mismo una obligación. Pero pensarla de verdad, desde el pequeño territorio que cada uno de nosotros construye. Creo que tu pregunta es compleja y podría ser motivo para un debate que aquí no cabe.

Durante la pandemia te presentaste en zonas vulnerables y ante el personal de la salud. ¿Cómo marcó esa experiencia a Roxana Pineda?

La pandemia nos marcó a todos. Yo creo que es una experiencia que permanece activa en  muchos sentidos. Aunque creamos que vivimos en cierta “normalidad”, yo pienso que  seguimos en pandemia. Lo peor es todo lo oscuro que sacó a la luz. No me gusta este tiempo, te lo juro. Es muy fuerte tener que convivir en medio de tanta miseria humana y tener que aceptar que algo de eso sea el signo de esta época. Dos de mis actores trabajaron como voluntarios en la Escuela de Arte, que funcionó como hospital en los tiempos duros de covid. Ellos por supuesto se enfermaron. Trabajar en zonas vulnerables es lo menos que podíamos hacer para dar nuestro esfuerzo en medio de una batalla que nos superaba a todos. Pero muchas veces trabajamos en zonas rurales o asentamientos poblacionales que viven en condiciones de precariedad. Duele no poder resol ver estos asuntos. Pero trasmitir un momento distinto nos permite de alguna forma no permanecer indiferentes. Se trata no de saberse heroicos,  se trata de luchar contra la indiferencia que es otro de los males de este mundo. La indiferencia y el individualismo son dos plagas brutales. Es difícil luchar contra eso. Es imposible luchar contra el hambre, o contra las masacres disimuladas…este mundo…en fin… Entonces estamos obligados a dar fe de vida y al menos a que nuestro teatro se haga preguntas serias sobre el destino de la humanidad, sobre el sentido de la vida del hombre en el planeta. Y no es que haya que ser una enciclopedia, no, se trata de que a través de lo que hacemos uno tome partido por la vida, con responsabilidad, y con el lenguaje del arte, que hace posible la reconstrucción de un relato necesario para entendernos. Es algo que me duele y quizás por eso no pueda ser muy lúcida al contestarte.

Fotos Pepe Fornet