HISTORIAS DEVELADAS

Por Frida Lobaina / Foto Sonia Almaguer

En la línea invisible que divide pasado y presente se sitúa Historias bien guardadas, performance teatral construido por las actrices Edith Ybarra y Ederlys Rodríguez, bajo la dirección general de esta última, en la sala Osvaldo Dragún del Teatro Raquel Revuelta.

Algunas historias serán contadas, como su propio nombre devela, pero ¿de qué manera? Al entrar al teatro y antes de transitar el camino que conduce hasta la pequeña sala, se advierte al público que la puesta está construida en dos direcciones o sea que puede ser vista de dos maneras. Un espectador afortunado será elegido por una de las actrices para presenciar la historia mediante una pequeña ventana, mientras los otros jugarán el papel de público. Sin embargo, este rol marca una diferencia cuando se entra a la sala y se invita a explorar el escenario. Como si de un museo de antigüedades se tratase, el espacio se encuentra plagado por pequeñas fotos, cartas, cofres y los más inimaginables objetos que por sus características, tanto de forma como de contenido, se remontan a finales del siglo XIX y principios del XX. En un lado una pequeña mesa con una silla y un ramo de flores encima y en una esquina lo que parece representar una caja de música.

Las actrices se mezclan con el espectador en su tarea de sondear el espacio, hasta que la melodía de una canción entonada por ellas las descubre. Una vestida de novia, otra con el típico aguar de aquel siglo, ambas cubiertas de blanco, toman su lugar y comienzan las narraciones. Como fue predicho, un espectador es elegido y lo que al principio pudo parecer una caja de música gigante o aparato extraño de museo, se convierte en escenario. Para este espectador la historia se cuenta en esa caja de madera, suerte de teatrino donde suceden los acontecimientos. El afortunado abre dos pequeñas ventanitas, coloca sus ojos y disfruta de una historia que arranca lágrimas. Al mismo tiempo del otro lado de la escena los espectadores que permanecen de pie alrededor de la pequeña mesa, presencian como cada historia es desentrañada de sus relicarios para contar fábulas de amor, desamor, guerras, muerte y soledad.

El concepto de diseño, a cargo de Mario David, es lo que eleva este performance a un nivel dramático. Las fotografías recortadas minuciosamente son convertidas en una especie de personificación bidimensional, que representa a los personajes en las diferentes historias. La belleza desbordada en el cuidado de cada elemento utilizado en escena, hace notable la construcción de las historias, que caben en el espacio de una mesa de noche. Fotografías, cofres, cartas e incluso una rosa marchita, son parte de la dramaturgia del performance, trabajadas con un nivel de detalle talm, que hace parecer al espectador que se ha sumergido en una especie de máquina del tiempo.

La ingeniosidad con la que se construyen las historias a nivel visual, utilizando todo tipo de trucajes técnicos para esconder o cambiar la forma de personajes y lugares, llevan de la mano este performance. La voz es suplantada por una banda sonora de clásicos cubanos como María Teresa Vera y Ernesto Lecuona, con solo ciertos momentos donde una de las actrices da lectura a alguna carta o frase. El trabajo actoral va dirigido en torno a la manipulación de estos objetos-escenografías y de las sensaciones que producen en sí mismas al apropiarse de ellos. La actriz se hace parte del personaje que está manipulando, más que con las manos, con su propia persona.

Historias bien guardadas devela el primor y sentido trágico de tiempos pasados, cruza el puente del performance, para situar al arte en un espacio de sagrada comunión con el expectante. La magia que se desborda con la única imagen de estas dos mujeres presas de la historia, convierten este encuentro de 35 minutos en una constante pregunta retórica, ¿habremos abierto ya nuestra caja de pandora?