¡Hágase El Teatro!

Por Omar Valiño

Ningún festival salva al teatro. El magma de la creación crece allí sobre los menos visibles espacios de trabajo, en sus largas o cortas gestaciones, en sus siempre dolorosos partos. Con sus giros inesperados, sus sorpresas, se produce una acumulación de múltiples enlaces que dibuja el verdadero rostro del teatro.

Pero un festival, con su carácter de intersección, induce al cruce natural, se torna encrucijada que impulsa a definir caminos. A veces hasta resultas emboscado y te sorprende lo que no esperabas, y creces.

Una delicada imagen colectiva, el gesto fuerte de una actriz, la palabra que nos descubre una zona temática, una luz que nos parece nueva, la búsqueda energizada de una verdad, la vida humana que, en definitiva, se convierte en poesía y verdad en un tiempo apretado.

Ha sido una brújula del Festival de Teatro de La Habana, a punto ya de cumplir sus cuarenta años. Y eso pretendimos en estos ciclos más recientes del mismo, visualizar estas citas como una corriente en la espina dorsal que nos ofrezca otros universos.

El afán de experimentador auténtico que caracterizó a Vicente Revuelta, quien habría cumplido sus 90 este 2019, nos sirvió de guía para una selección de puestas en escena que se conectan con zonas de su cosmos. El actor y director que asaltó la contemporaneidad en el teatro cubano en la década de los 50 del siglo pasado huía, sin embargo, de los dictados de la moda. Como si ahora nos sirviéramos de su mirada, y hasta la imagináramos para el periodo reciente que él no pudo ver, Revuelta ha estado presente y lo estará desde la misma arrancada con la exposición del Berliner Ensemble, que lo coloca por derecho en la órbita de Brecht, y la función de Misterios y pequeñas piezas, de Argos Teatro.

De la esencia de su trayectoria nace también ese eje imprescindible para el buen desarrollo de un proceso de trabajo: Concepto-Técnica-Dirección.

Y su cumplimiento en los espectáculos nacionales nos permitió focalizar el pequeño arco de propuestas que quisimos legitimar en atención a la laboriosidad y resultados de nuestras agrupaciones.

Otros segmentos de programación nacional valorizan también dichos conceptos y contribuyen a que la muestra sea sólo relativamente pequeña porque los circuitos son amplios y, sobre todo, porque nuestro público, el cénit del encuentro, su mejor marca, exige disfrutar del teatro y para eso se desborda ante las salas.

Es un privilegio en medio de un mundo de dobles raseros, de hipocresía establecida, de “tiranos insaciables” con ropajes demócratas, de la defensa descarada por el poder mundial del orden burgués. Por eso Eugenio Barba, el líder del Odin Teatret que pronto estará nuevamente aquí para acompañar el medio milenio de La Habana, señala esa función del teatro como arena en la máquina del mundo.

Desde aquí, donde la resistencia es carne y cultura porque el dueño del mundo se empeña en retorcernos el pescuezo, el Festival de Teatro de La Habana es otro símbolo de la vida que queremos darnos. Y refrendar con Barrault que en el teatro se discute siempre una noción de justicia, y con Miller que el teatro no desaparecerá porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.

Entonces, ¿lo acordamos? Ningún festival salva al teatro. No es el evento, es el diario. Pero también lo sabemos, el teatro se alimenta del teatro, del que acontece y del pensamiento que lo ilumina.

Ante esta fiesta de práctica e ideas, resta decir con Lorca: “Señor director, aquí está el público”.

Señoras y señores, suena la tercera campanada

¡Hágase el teatro!