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Elogio a Aurora Bosh

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Palabras de Dani Hernández, primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba en el homenaje a la joya del ballet cubano, Premio Nacional de Danza 2003, Aurora Bosh Fernández en su 80 cumpleaños.

Circunscribir la carrera de la maestra Aurora Bosch a algún espacio determinado, sería un ejercicio más que vano e incluso inmerecido. Aurora ha dejado huellas en tantos salones, escenarios, teatros, academias y bailarines, que su carrera hace mucho tiempo traspasó los límites formales de un currículo, para formar parte del imaginario de la historia de la danza cubana y universal.

Ningún elogio expresado con palabras equipararía la elegancia de la bailarina en la escena, su seguridad y entrega, su virtuosismo y pasión; pero las nuevas generaciones merecen conocer algunos detalles imborrables de su trayectoria; porque estos, más que glorias personales -a mucho orgullo-, constituyen triunfos de la Escuela Cubana de Ballet.

Aurora comenzó su vínculo con la danza en 1951, cuando ganó una de las 30 becas otorgadas en ese momento por la Academia de Ballet Alicia Alonso. Sus primeras funciones fueron con la escuela, como es lógico, pero apenas tres años después bailó por primera vez con la compañía que hoy conocemos con el nombre de Ballet Nacional de Cuba, lo hizo en 1954, cuando la inglesa Mary Skeaping –maître del Sadler´s Wells de Londres- vino a La Habana a montar y estrenar su versión de El lago de los cisnes. La niña interpretaba a uno de los pajecitos de la reina madre que debía portar uno de los lados de su capa en el III acto de este magistral ballet. No hay papeles pequeños, sobre todo si quien lo asume sabe aprovechar al máximo la oportunidad de ver trabajar y nutrirse de la experiencia de bailarines tan profesionales como Alicia Alonso y Royes Fernández.

Con el tiempo, Aurora se sumó a la compañía y como le ha sucedido a tantas grandes, su debut profesional aconteció por sustitución de una bailarina, en el Teatro Sauto de Matanzas, el 15 de noviembre de 1956, en el cuerpo de baile del ballet, Las sílfides.

Actuó en el primer Festival Internacional de Ballet de La Habana y luego en muchas de sus ediciones. Junto al Ballet Nacional de Cuba, recorrió múltiples países y, hasta el día de hoy, ha sabido honrar el compromiso de formar a las nuevas generaciones. Compromiso que asumió con tan solo 15 años de edad junto a otras grandes figuras del ballet cubano, a volcarse al magisterio con la misma entrega que dedicaba a su carrera como bailarina, en una época, donde la carencia de maestros formadores de nuevos artistas, era incipiente. Así que ambas, maestra y artista fueron desarrollándose y creciendo a la par.

Su primera medalla la ganó en 1965, nada más y nada menos que en el Concurso Internacional de Varna, Bulgaria, donde se alzó con la presea de Plata.

No se conformó y al año siguiente (1966) regresó al “combate” para alzarse con la Medalla de Oro de ese prestigioso certamen. Poco tiempo después, Aurora pasaría a convertirse en leyenda y referente de todas las generaciones por venir en Cuba, al conquistar el Premio Ana Pávlova de la Universidad de la Danza y el Premio Especial de los Críticos y Escritores de Danza de Francia en el IV Festival Internacional de Danza de París, un lauro firmado por Serge Lifar en persona.

Para mayor sorpresa, aún no era Primera Bailarina. Esta categoría la obtendría un año después, en 1967.

Otro hecho significativo ocurrió casi de forma consecutiva, el notorio crítico inglés Arnold Haskell, miembro del jurado de Varna, vino a La Habana a ver bailar al Ballet Nacional de Cuba, atraído por lo que inicialmente identificaron como “el milagro cubano” y, luego, escuela cubana de ballet. El 17 de junio de 1967, Haskell publicó en el periódico Granma un artículo bajo el título de “Las joyas cubanas”, calificativo que desde entonces distingue a cuatro magníficas bailarinas: Mirta Plá, Loipa Araújo, Josefina Méndez y Aurora Bosch, de quien el severo crítico inglés resaltó que poseía una técnica “brillante y reluciente, fuerte como el diamante”. También la elogió como uno de los sólidos pilares del ballet cubano y no se equivocó, Aurora sigue siendo un pilar, y me atrevo a decir, no solo del ballet cubano, sino del ballet universal.

Esta gran artista supo sobreponerse a más de una lesión, estudió y se licenció en Historia del Arte en la Universidad de la Habana, fue directora de la Escuela Provincial de Ballet Alejo Carpentier, en la capital; y presidenta de la Sección de Artes Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El Instituto Superior de Artes (ISA), actual Universidad de las Artes, le otorgó la categoría de Profesora Titular Adjunta y, unos años después, le conferiría el título de Doctora en Ciencias del Arte.

Aurora ostenta, entre muchos lauros, la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, el Premio Internacional del Arte «Sagitario de Oro», en Italia; y la Medalla al Mérito Danzario, conferida por el Consejo Brasileño de la Danza.

En Cuba, atesora otro rosario de galardones, entre ellos, el Premio Nacional de Danza, condecoraciones y distinciones otorgadas por el Concejo de Estado e instituciones de nuestro país, y en este año 2022, fue condecorada con la insignia de Caballero de la Orden Nacional del Mérito, un reconocimiento del gobierno de Francia que le fue entregado por su representación diplomática en La Habana.

He preferido dejar para el final una parte fundamental de su carrera que une a tantas generaciones de bailarines de una manera perdurable, cuando Aurora comenzaba su carrera en el ballet siendo una niña, algunos desconfiaron de sus posibilidades y desarrollo físico como bailarina. Pero un Maestro, con su gran sabiduría y capacidad de descubrir y desarrollar el talento oculto que llevamos dentro, la defendió y desde entonces la asumió como una hija; la moldeó como bailarina y como persona, le enseñó una ética de trabajo de las que ya no consiguen encontrarse en ninguna parte del planeta, un maestro al que consideramos el padre de la Escuela Cubana de Ballet y al que muchos, incluyéndome, le debemos gran parte de nuestra carrera, su nombre Fernando Alonso.

El contacto con ese maestro extraordinario, con la fenomenal bailarina que fue Alicia Alonso y el gran coreógrafo Alberto Alonso, definieron a la artista y la maestra que hoy honra ese legado con su entrega a la noble labor de la enseñanza, dentro y fuera de Cuba.

Cuando hace algún tiempo le pedí apoyo para culminar mi tesis de Licenciatura en la Universidad de las Artes, la maestra me respondió todas las inquietudes con su agudeza y cariño habitual. Quiero compartir con ustedes algo de sus palabras textuales, porque me parecen trascendentales para estos tiempos:

“Para la continuidad del desarrollo considero como algo fundamental en la formación de Artistas: educación, cultura y siempre seguir aprendiendo para ser capaz de tener la calidad necesaria que permita trasladar al público el buen arte que emocione. No se trata de circo; es ser capaz de emocionarse para trasmitirlo a los demás. Eso nos hace mejores seres humanos.

Cuidar nuestro sello de distinción con los clásicos y… preparar mejor a los bailarines para que sean capaces de asimilar nuevos lenguajes coreográficos que aportarán nueva y hermosa calidad de movimientos”.

De manera tan inteligente Aurora Bosch, ha resumido un consejo esencial para nuestra época y el futuro del ballet cubano. Contar hoy con ella es, tanto un privilegio como un sueño. Le deseamos mucha salud y felicidad Maestra, para que nos siga iluminando con su sabiduría, de Joya.