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DOS PRÍNCIPES ENTRE TODAS LAS ESTACIONES

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Por Charles Wrapner / Fotos Sonia Almaguer

Durante todas las estaciones, sin descanso apenas, trabaja un grupo de hombres y mujeres en una ciudad que el mar abraza. Y trabajan con tanto amor que su luz enciende a quienes se acercan a conocerlos. Así ocurrió hace unos días, cuando la sala de Teatro de Las Estaciones, se repletó como de costumbre para ver Los dos príncipes.

Los recitadores con duende no recitan, cuentan los versos. Y cuando lo hacen es como si en cada verso abriera una flor que regala el perfume de la poesía. Esta vez Rubén Darío, director del grupo y uno de esos hombres que trabaja mucho, presentó la obra en un pequeño y hermoso prólogo donde contaba el poema de Helen Hunt Jackson. Y lo contaba con su voz de musgo, que tiene suspiros de orquídea y color de girasoles. Entonces los espectadores entienden por qué José Martí se inspiró en él y quiso hacerle una versión para los niños.

Un romance entre luces y sombras, así se nos presenta la obra y no podría tener mejor definición puesto que juega con los códigos del barroco. Decorados, colores y ambientes remiten a la época distante de reyes y castillos. La magia del verso encuentra vida material en las barrigas de las actrices que se iluminan, como se enciende la vida en un ser que está por nacer, o en las sombras que crean actores y figuras durante todo el espectáculo. Es un romance desde la dramaturgia escrita, pues María Laura Germán, una de esas mujeres que también trabaja mucho, ha contado en versos esta historia. Donde la música de la palabra invade el espacio y baila danzas cultas y populares en un escenario dividido entre reyes y pastores, entre laureles y álamos.

Otro de esos hombres que trabaja mucho y ama lo que hace, vuelve a enamorarnos con sus diseños. Zenén Calero conquista porque no deja escapar ningún detalle. Las flores más pequeñas fueron hechas con el mismo amor que la corona de perlas que ilumina el final de la obra. Eso se percibe y se agradece. Los versos y las manos de este espectáculo crean un maridaje admirable. Es cierto lo que menciona Rubén Darío, Zenén es el alma de todas las estaciones.

06Los dos príncipes es una historia sencilla donde el rey, patriarca inquisidor, prohíbe el amor entre los dos niños. Y rompe la casa de los pastores y encierra a su hijo en el palacio, y manda a perseguir a los niños. No hay posibilidades para ningún tipo de libertad en ese reino, pero nada puede contra un alma joven, excepto la muerte que es la gran incógnita para el hombre y al mismo tiempo es tan natural como la vida. Los príncipes huyen y encuentran su final, ese que ya todos conocemos y que Teatro de Las Estaciones no aminora o encubre, sino que muestra tal cual. Mueren los niños y termina la narración. Pero el mito, la historia, la fantasía no muere porque su alma es el amor. El amor que consigue un abrazo, el amor que en silencio o bullicioso siempre celebra la vida. Los dos príncipes es un réquiem que deja ver los ojos de Martí entre sus luces y sombras.

Si alguno de esos oscuros seres que busca la mancha en todo lo que mira insistiera para que yo mencionara las manchas de este espectáculo, le diría que son tan pocas que apenas alcanzo a verlas. Y si fuera maledicente su insistencia le respondería que son manchas que el tiempo y el trabajo borrarán. Y si aun así quiere obligarme le diría que esas manchas que busca están en sus ojos. En una obra donde una joven dramaturga como María Laura Germán está custodiada al comienzo por Helen Hunt Jackson y al final por José Martí, las manchas solo son importantes para un alma pobre.

Solo tengo una forma sencilla de agradecer un espectáculo hermoso. Y no es ese bullicio del aplauso que me atormenta y que no puedo ejecutar ante dos príncipes muertos. Mi forma de agradecer, tal como hice al final de la función, es un abrazo silencioso a todos esos hombres y mujeres que trabajan mucho durante todas las estaciones. Un abrazo callado, tal como Martí quiso morir durante sus últimos días. Abrazado al último árbol y en silencio.