Danzandos sigue su espiral

Por Roberto Pérez León/ Fotos Ernesto Cruz

Desde una concepción dialéctica el desarrollo tiene como símbolo la espiral: el recorrido ascendente que niega un tramo en el reviro pero seguidamente se vuelve a empinar, y así de manera indefinida. En la generación de la espiral se supera el centro potencial desde donde parte la línea curva en torno a un punto y tiene lugar entonces una transformación geométrica que puede ser progresiva o descendiente.  Así, la espiral puede ser decreciente como un remolino o petrificada como una concha de caracol.

De los muchos colectivos danzarios en el país algunos se han quedado en remolinos o caracoles. Si tuviéramos un estudio global de las propuestas escénicas, el repertorio, la permanencia e incluso el resultado socio-económico del movimiento de la danza entre nosotros tal vez nos sorprenderían ver muchos remolinos en un paisaje de otros tantos caracoles.

Y digo esto porque Danzandos, el único concurso de duetos en la danza en el país, se ha mantenido bajo la tutela del colectivo Danza Espiral por casi 30 años y esto es una lección de disciplina artístico-laboral. Debemos agradecer al Gobierno de Matanzas y en especial a la Dirección de Artes Escénicas que en medio de todo lo vivido en el territorio matancero hayan organizado el certamen danzario del 6 al 9 de octubre.

La noche inaugural del Danzandos estuvo dedicada a homenajear al maestro Ramiro Guerra en su centenario. Ramiro concibió el Decálogo del Apocalipsis alrededor del Teatro Nacional. Pero esa enorme producción danzaria nunca tuvo lugar pues el estreno no se produjo y del Decálogo lo que queda es una memoria fragmentada en la historia de la danza contemporánea cubana y aunque algunos no lo advierten también de la danza contemporánea latinoamericana.

En la decimocuarta edición del Danzandos se evocó el Decálogo, la obra perdida en pleno desarrollo. Liliam Padrón fue la protagonista de tal evocación.

Algunas locaciones exteriores del Teatro Sauto sirvieron de escenario para el trabajo de Danza Espiral, agrupación anfitriona del certamen que ha reunido cada dos años durante casi tres décadas a jóvenes bailarines y coreógrafos.

Cuando del Danzan-dos se trata hay que agradecer la custodia profesional de la maestra, coreógrafa y bailarina Liliam Padrón, directora de Danza Espiral, una de las compañías cubanas que signa la contemporaneidad dancística entre nosotros.

No voy a referirme a la itinerancia danzaría que concibió Liliam Padrón para homenajear al maestro Guerra en su centenario, quiero detenerme en la parte final de la gala inaugural del Danzan-dos desde el mismo escenario del Sauto donde se repuso Clave cubana. Un estudio sobre Hamlet estrenada en 2017.

Ese estudio sobre Hamlet en clave cubana más allá de sus franquezas dancísticas, donde no hay temor a narrar ni a transitar la línea del romanticismo a la danza contemporánea, tiene un guión musical con una dramaturgia propia que encausa la partitura coreográfica. Se sienta la música como un componente axial de la ecuación dramática en que se desenvuelve la obra.

Mientras veía la pieza y escuchaba la música admiraba cómo Liliam Padrón produce el ensamble música-expresiones coréuticas sin que sucedan  representaciones ramplonas o fácilmente rítmicas.

Los ejecutantes no adjetivan la música. La música no interviene en la conformación coreográfica. Sucede un acompañamiento de intimidades estéticas que hacen que se genere una simbiosis. Dos hechos estéticos que  pese a sus distintas naturalezas generan el  mutualismo música-danza de sobrenaturaleza espectacular. La música se replantea desde el movimiento no solo como una entidad relacionante sino recipiendaria de perspectivas que multiplican los focos de la percepción.

Clave cubana. Un estudio sobre Hamlet en la noche inaugural del Danzandos me ofreció una causalidad que no había tenido clara en otras oportunidades en que había visto la obra. Noté de manera más clara la prestidigitadora relación entre el peso del movimiento, su gravidez y la corriente mayor de una  música que expande el diálogo en el paisaje escénico a través de una poiesis de anclaje, sin errancias. Hechos son hechos, y de contundentes hechos danzarios estuvo tejido este Danzan-dos en su decimocuarta edición que se desarrolló del 6 al 9 de octubre en el Teatro Sauto.

No es muy común la coincidencia de preferencias entre público, crítica y jurado, sin embargo en esta ocasión cuando fue leída el acta de premiación el Teatro Sauto retumbo por los aplausos y el entusiasmo de un público mayoritariamente joven.

Un jurado presidido por la memorable bailarina de danza contemporánea la señora Dulce María Vale decidió que entre las trece dúos concursante el Premio de Interpretación Femenina fuera para Viviana de la Caridad Silva del Ballet Contemporáneo de Camagüey; el Premio de Interpretación Masculina, en igualdad de condiciones,  correspondiera a Darién y Dasiel Rosales por el sereno y elegante trabajo en la obra Simbionte del grupo Perro Callejero de Villa Clara; el Premio de Coreografía también fuera para este colectivo villaclareño con dicha obra coreografiada por los galardonados con el Premio de Interpretación, los hermanos Darién y Dasiel Rosales.

Esta edición del Danzandos tuvo una especial particularidad al extender el certamen hasta las escuelas de danza de nivel medio de todo el país. La iniciativa permitirá establecer vínculos cooperativos entre la formación danzaría y el profesionalismo. La primera edición de Danzandos en la Academia que ahora forma parte del Danzandos tuvo un jurado presidido por maestro Noel Bonilla.

Y aunque no comparto la decisión del jurado para el Primer Premio de Coreografía considero que al tratarse de adolescentes, que emprenden el camino de la danza, lo importante de un ejercicio escénico no está en la práctica escénica sino en la expresión que es donde radica el misterio de la creación.

El Primer Premio de Coreografía correspondió a Camila Talles y Samuel Morales por  la obra sobre la pintora mexicana Frida Kahlo, Su Frida, de la escuela vocacional de arte Alfonso Pérez Isaac de  Matanzas.

El Segundo Premio de Coreografía fue para la obra El despertar de Alfonso de la Escuela José María Heredia en Santiago de Cuba, un trabajo coreográfico de Félix Carlos Carballo Fonseca y Luis Alberto Pérez Calderón. Esta obra me sorprendió por la entereza y confianza del movimiento como manifestación de la corporalidad danzante entre dos adolescentes.

En El despertar de Alfonso el asunto tratado escénicamente es lo menos importante, quiero decir el cuento. Los intérpretes lograron sin movimientos ilustrativos una relación humana que corresponde a cualquier edad, relación que afianza el mejoramiento humano. Desde la Academia debe velarse entre estudiantes adolescentes los temas que aborden ellas obras que pueden y no corresponder ni responder a sus necesidades expresivas en consonancia con las edades. El Tercer Premio de Coreografía fue para Quédate en mi de la Escuela Samuel Feijoo de Villa Clara.

Muchos de los trabajos que vi, no solo en los de la Academia en Concurso sino en los dúos profesionales, fundamentaban la dramaturgia en “te agarro, te suelto, te aprieto, te vuelto a soltar para agarrarte, estrujarse, tirarte y te abrazo, te beso, te empujo, te cargo, te vuelvo a cargar y dale por tu lado que yo me voy por el mío o espera vamos a juntarnos…”

Cada dos años el Danzandos es una fiesta de la danza joven que desde Matanzas se alienta. Las compañías de danza del país podrían tener una participación  más notable en este encuentro que aunque tenga su sede en una provincia sobresale en el movimiento danzario nacional.