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Danza Espiral Entre Islas De Acciones y Movimientos

Liliam Padrón, matancera incesante, luego de tres meses de confinamiento acumuló energías concretas y ha mostrado Pase a Bordo, en el Teatro Sauto.
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Por Roberto Pérez León / Fotos Ernesto Cruz
María Zambrano, esa española que pasó una vez por La Habana y nos dejó el medular ensayo de la “Cuba secreta” en la revista Orígenes, tiene una frase que me resulta de una habitabilidad sorprendente no solo para los escritores sino para todo creador: “No se escribe ciertamente por necesidades literarias, sino por necesidad que la vida tiene de expresarse”.
Así es que un creador es el vehículo que la vida tiene para expresarse, para manifestarse en un chisporroteo innominado pero de tremendas bondades incorporativas: artizar la experiencia.
Y como de experiencia se trata Liliam Padrón, matancera incesante, luego de tres meses de confinamiento acumuló energías concretas y no simulacros creacionales muy de moda en estos meses de aislamiento obligado por la pandemia, y nos ha mostrado con sus bailarines Pase a Bordo: una exploración que busca potenciar el gesto, el movimiento desde alarmantes convicciones, sentimientos, obsesiones, necesidades de expresión que implican toda una serie de tareas escénicas que en este trabajo en proceso quedan manifiestas.
Sí, Pase a Bordo es un “trabajo en proceso” un work in progress. Cada vez que me enfrento a esos llamados trabajos en proceso tengo mis reservas. Porque pese a que no es una puesta en escena absoluta un work in progress también exige una relación creador-intérprete-espectador.

Veo un “trabajo en proceso” como una astuta mostración, un apunte, un adelanto, un ejercicio anunciante. ¿Boceto? ¿Esbozo? ¿Proyecto? El work in progress parte de las tácticas relacionadas con la comercialización donde la visualización es capital para hacer partícipe al usuario en el mismo proceso de creación de un producto o servicio; se trata sin más ni menos que de una manera muy audaz de crear clientes y usuarios; audaz al hacerse un ofrecimiento de un producto incompleto y hasta con imperfecciones.
El arte procesual sabemos que forma parte de los estudios de la performance donde el “proceso” se hace apreciable y el acabado no es relevante. Un work in progress demuestra la naturaleza performativa de la danza contemporánea.
En un trabajo en proceso podría ser útil contar con un recurso de retroalimentación capaz de recopilar ideas externas para sumarlas a la creación que tendrá en su momento un punto final.
Entonces en qué se diferencia un trabajo en proceso de una puesta en escena. Podría ser en que en el trabajo en proceso no hay necesidad de ocuparse de otra cosa que no sean las acciones y los movimientos, si a caso en ocasiones solo tener en cuenta la música porque todos los demás sistemas significantes pueden ser obviados olímpicamente.
Pase a Bordo no se desvanece en ningún momento, tiene una física y una geometría que enseña cognición corporal y estrategias experienciales compartidas. Entre todos los bailarines se arma un nudo genitor de imágenes unas veces emergentes otras detalladas por una plasticidad conformadora, reglada.
No me ha provocado ver Pase a Bordo en un escenario con todas las de la ley como una puesta en escena, con la armazón de los sistemas significantes suficientes y necesarios: escenografía, luces, diseño de vestuario, etc.
La construcción discursiva que se ha propuesto Danza Espiral podrá tener otro desarrollo pero ya exigiría más compromiso coreográfico. La territorialidad que requiere el escenario convencional tiene otros requerimientos. Los cuerpos deben tener la cifra del apoderamiento de la naturaleza conformada por el régimen de sistemas significantes que es una puesta en escena.
En el Salón de los Espejos del Teatro Sauto esta vez los cuerpos de los bailarines han estados sueltos sin mediación alguna, solo la sustantivación corporal ha sido el dispositivo estético placentario.
Pase a Bordo cuenta con una fuerte corporalidad como entidad relacionante en la narración que ha tenido como punto de partida el poema “Una isla” de Derbys Domínguez.
En Pase a Bordo es disfrutable la calidad del movimiento durante el trayecto de casi una hora de fisicidad intensa. Pese al receso por el aislamiento durante tres meses, en el reinicio del trabajo colectivo ha tenido una atención esmerada la preparación física de los bailarines; Hanoi Ofarril quien ha sido el entrenador del grupo ha desarrollado una fuerte tarea de entrenamiento netamente deportivo, que se evidencia en todo momento del trabajo que vimos.
Por otra parte, cuenta Pase a Bordo con una música enteramente cubana, un magma de ritmos, melodías y romances donde sobresale la grabación de “Isla” compuesta por Ailem Carvajal y “Pasiones y rituales” de Marietta Veulens, ejecutada en vivo por magníficos percusionistas de diversos cueros que saben amaridarse con las acciones y los movimientos de las cuatro parejas de bailarines.
En Pase a bordo la música se hace imprescindible semántica y semiológicamente. Existe un enfrentamiento, una contraposición de posibilidades de paisajes definidos por la corporalidad y la música que hace posible la repetición de pasos y gestos; la musicalidad de los cuerpos, el sentido del ritmo prolongan las acciones y los movimientos sin discordancia, en una duración precisa.
Claro que es notable la intención coreográfica en este trabajo. La dinámica del movimiento en consonancia con la música es expectante: ahora lento, seguido brusco, le sigue una suavidad que se turna entre la rapidez y lo parsimonioso.


En unos 50 minutos se consigue un ánimo caligrafiado por la organización sonora que parece despertar una performance narrativa que nos deja pensar que en cada representación podría ser distinta.
Pase a Bordo es un esquema, una alianza de propósitos coréuticos, una narración abierta a nuevas posibilidades, hipertélica en tanto no se detiene y rompe toda finalidad en un tiempo que fue la tarde del dos de agosto y en un espacio como es el magnífico Salón del los Espejos del Teatro Sauto.
Pase a Bordo tiene una dinámica ascendente en su proyección icónica, proxémica y kinestésica: ocho bailarines y cada cual con un conflicto propio sin asumir un personaje definido, construido, sino que cada cual se enfoca en emociones individuales, intimas que desde una interioridad posicionada para el acto creativo engendran acciones y pasiones para una narración múltiple.
Voy a terminar con una perogrullada: del trabajo con los cuerpos depende la creatividad en la danza; y, un cuerpo es la resultante de todo un proceso donde intervienen pluralidades sociales.