Cuerpo, disciplina, técnica: búsqueda de sentidos en la danza

Por Noel Bonilla-Chongo

Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente, es mejor que no pensar en absoluto
Susanne Langer

Para la filósofa y esteta estadounidense Susanne Langer, la danza es una apariencia, una aparición que surge de la expansión de fuerzas producidas en la interacción de los danzantes. Fuerzas no solo físicas, que no han sido únicamente creadas por los músculos de los bailarines, sino por nuestra percepción de sus modos bailantes. De esta forma, aquello creado por los danzantes, en nuestra percepción es una existencia virtual (“como el arco iris”, así lo identifica la investigadora mexicana Alejandra Ferreiro); o sea, no ha sido imaginada, sino que es real en tanto que percibida; pero no dejará de ser una imagen creada, virtual. De ahí que la danza sea “una aparición de poderes activos, una imagen dinámica” virtual que, según la operatoria seguida por Langer, expresará simbólicamente las ideas y proceso subjetivo de la creación sobre la vida inmediata, sentida, emotiva; al punto de expresar su conocimiento sobre la naturaleza del sentimiento humano. Quiere decir que, en Langer, la creación dancística, la aparición de la danza (construcción y emergencia de sentido en el movimiento), la imagen dinámica virtual que de ella emerge, presume otorgarle a “los acontecimientos subjetivos un símbolo objetivo”. Desde esta configuración, Langer pondera el acto comunicativo, aquello que logrará atrapar la visión del lector-espectador; allí poco importará “el hacer dancístico” mismo, su capacidad productiva y generativa: “el fin de la danza es el deleite del espectador”, nos diría la maestra Hilda Islas en su imperecedero texto Tecnologías corporales (1995: 57).

Y es que en el paisaje coreográfico de este aun debutante siglo XXI se nos ofrece al pensamiento sobre danza, una lista amplia de posibilidades en la construcción de sentidos, más allá y más acá de las porosidades entre las fronteras del arte y las prácticas creativas de lo escénico. Allí, donde entre cuerpo, disciplina y técnica, no dejan de cuestionarse la naturaleza de la danza y sus posibles modos de definición.

Esta necesidad de desarrollar investigaciones teóricas sobre los fundamentos del arte coreográfico ha animado a muchos creadores e investigadores desde la segunda mitad del siglo XX, podemos citar los trabajos iniciales de Anna Halprin sobre el movimiento cotidiano como anclaje del movimiento danzado; asimismo, los esfuerzos teóricos de Michel Bernard, por circunscribir la «corporalidad» o la «l’orchésalité» que funda la danza. Cierto es que, en la segunda mitad del pasado siglo, un grupo de creadores e investigaciones dieron un vuelco radical a la expresión artística haciendo del cuerpo la materia de su arte; ya no se trataría de representar o copiar las formas de los cuerpos como se había hecho durante toda la historia de las artes, sino hacer de este un protagonista vivo y activo del evento artístico.

Estas manifestaciones públicas conocidas como happening, performance art o body art, pueden ser eventos efímeros, urbanos, íntimos, lúdicos, populares, cotidianos, sociales, irracionales, subjetivos, en fin, humanos que, en su afán de acercar el arte a la vida, curiosamente retornan al origen ancestral de toda manifestación artística: el ritual, formalización de todo gesto cultural. Hoy el arte continúa trascendiendo los límites de sus expresiones estéticas para incluir los oficios, las modas y gustos dedicados al cuerpo, posibilitándonos un acercamiento a la diversidad cultural, de criterios y fundamentos nunca antes experimentado.

Y en esa pretendida construcción de sentidos, la imagen corporal (técnica y disciplina por medio) va más allá de la forma en que el individuo se percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo, para entenderse como concepto dinámico y viajero en el tiempo. Obvio, los supuestos socioculturales e históricos establecidos por la tradición siguen teniendo un peso decisivo en los modos de entender, de ver y clasificar al cuerpo que danza y las maneras de concebir disciplina y técnica en la búsqueda de sentidos en la danza.

La artista argentina Roxana Galand insiste en que el cuerpo es una convivencia de fuerzas. Una constelación de órganos, relatos, tejidos, sueños, flujos, pieles y huecos. El cuerpo es el cuerpo de la vida, una hebra hecha de hebras. El cuerpo está enhebrado a todo lo demás: tirar de un hilo puede descoserlo. Otro hilo, a veces viene a hilvanar los retazos, los desgarros que dejan cierta clase de tirones. ¿Cuál es la frontera de un cuerpo que inicia y termina en otro cuerpo? El cuerpo es cuerpos, bosque. Cada cuerpo es la hebra que le falta al mundo. Y la hebra que el mundo está necesitando. Es la hebra sin la cual el telar no podrá revelar su color. El cuerpo es comunidad. A veces es un solo cuerpo el que empuja a los otros cuerpos al abismo; es un cuerpo rebelado que provoca un huracán de agujero negro para que el dolor o la gracia puedan tocar el mundo. Un cuerpo arrojado en los demás cuerpos puede abrir un orificio hacia la extrañeza o una expansión hacia el abrazo. Un cuerpo jamás es solo un cuerpo. Y así concibe que el cuerpo que danza es una fiesta. La danza en el cuerpo es un grito. Un aullido de vísceras y estrellas, un arrullo de sangre. Cuando el cuerpo danza, ahí entre alaridos, abre un claro de silencio. Solo cuando bailo y me muevo al tiempo de mi movimiento encuentro una quietud, como la calma de estar en un lugar y no en los miles de fugas posibles. En el máximo movimiento, continuado o cortado, abismal, expandido o ralentizado llego al fin, a un aquí. Un aquí que evade con cada giro y con cada salto su definición; aquí como un orificio donde al fin puedo albergar lo imposible.

Entonces, el simple hecho de danzar, confiere al gesto sentidos donde podemos encontrar formulaciones desde diferentes términos, aunque quizás subyace una misma idea, la que nos resume el filósofo y coreógrafo Daniel Dobbels:

En el siglo XX la coreografía hace emerger una escritura totalmente nueva que el cuerpo no había experimentado. A partir de este momento, la danza alcanza una autonomía de escritura absoluta, pues el gesto no estará definido por estructuras simbólicas preestablecidas; que sea religiosa, social o estética: hago un gesto, siento que interiormente tiene un sentido, pero ese sentido se revelará después o quizás nunca…

Circunscribirnos a «ese sentido» que «quizás nunca» se revele, es examen necesario, pensante, cavilado y propio de los procesos de aparición (símbolo presentacional o apariencia, para Langer) o de fabricación en la naturaleza compleja que, entre cuerpo, disciplina, técnica, procuran la búsqueda de sentidos en la danza.