Contarte: ¿Y tú qué has hecho?

Por Roberto Pérez León

Amiga/ ¡cómo ha pasado el tiempo/ cómo han llovido inviernos
/ en nuestros corazones!
Piloto y Vera

¿Y tú qué has hecho? es un espectáculo del Proyecto Contarte. En los sesenta minutos que dura la puesta casi que no hay descuidos sobresalientes, se alcanza un equilibrio sin desganos.
¿Y tú qué has hecho? es simple como una limonada refrescante. Ahora bien, lo simple se deshace cuando se trata de complejizar, cuando se intrinca y se hace melindrosa la faena por alcanzarlo; entonces, la limonada sale aguada, se amarga o se pone bomba.
Premeditadamente cuatro mujeres se reencuentran para recordar sin caer en la tentación melodramática por los deseos frustrados, las angustias sufridas; no se ponen ridículas novelando el pasado ni caen en patetismo del presente.
En ¿Y tú que has hecho? lo natural e impremeditado es lo que da el toque apropiado al espectáculo. Ese toque es decisivo en una propuesta como esta, que tiene de sketch, de recital cancionístico donde transitan bromas, gags, tiene también de menuda comedia, de piruetas farsescas, en fin es un juego escénico con alumbrones de sainete o tal vez un cuadro animado sin otra pretensión que no sea la de divertir.
El espectáculo tiene un poquito de todo eso, es un divertimiento que busca la risa liberadora a través de la combinación de ocurrencias como las que puede surgir a la hora de preparar una limonada para darle un toque llamativo. Para ello podemos agregarle pepino, piña con jengibre, albahaca, canela y cúrcuma, remolacha, leche condensada, mango verde, flores de Jamaica, coco, yogurt y hierbabuena; todo estará en la cobertura que se le quiera dar a la limonada.
Una limonada no solo puede ser más o menos azucarada, más o menos acida, también puede oler, más o menos, a lavanda o a mango verde y tener un regusto perdido, remoto a anís. ¡Ah! el anís que trastorna posiciones. Si se logra aromatizar con anís el azúcar y se endulza la limonada, podemos alcanzar el éxtasis de una fineza gustativa desmesurada. Pues esos esmeros para la limonada son lo que en una puesta en escena son los recursos para atizar el poder lúdico.


No perder el hilo de la adecuada ludicidad correspondiente en una puesta es contar con la eficacia de la improvisación: ese dale al que no te dio escénico, la acción-reacción y reacción-acción al súbito de un incondicionado condicionante en escena, que debe resonar en el espectador.
Por ¿Y tú qué has hecho? recorre la savia la improvisación. Yailín Coppola, Elvia Pérez Nápoles, Mariana Valdés y Rachel Pastor pueden llegar a ser en el escenario cuatro ramitos de hierbabuena ligada con jengibre, manoseado de menta y azafrán, azafrán que tiene la fineza del lirio y el estropeado sabor del mango verde con sal, todo con el aderezo de la música que hace en vivo la pianista Marietta González.
Estas actrices se manifiestan con la calidad que tiene los espesores de una teatralidad congénita: lo mismo pueden componerse la tira caída del ajustador que pegar un grito porque les da la gana, sonreír a un fantasma, mirar para el techo cuando cancanea una luz, meterse con el público o quedarse en la luna de Valencia mientras otras hacen piruetas actorales.
Los 60 minutos que dura esta puesta en escena son suficientes lograr la sensación de estar bebiendo de una refrescante jarra de limonada; si se produjeran estancos son salvados por la dinámica actoral que cuela impurezas dentro del guión, como sucede en la limonada que cuando se cuela se evita que se ponga amarga por el birlibirloque químico de las pepitas de limón sin diluir.
Así, la sostenida dinámica en escena libra al espectáculo de lo monótono, no se cuenta con otra cosa que no sea la energía de las actrices, ni luces ni escenografía ni las proyecciones que se ponen son decisivas.
Salimos de ¿Y tú que has hecho? sin retrancas ni conflictos por disimulos conceptuales. Es más, salimos hasta con fervor patriótico, orgullosos de la seguridad ciudadana que disfrutamos; y es que en una de las cuatro historias que tejen la trama se trata un secuestro en México, relato que enciende la emocionalidad de la actriz y subraya la pasión por esta Isla, aunque tengamos que cargar con ella en peso y el archipiélago colindante, además con los mares que mecen toda la geografía que nos pertenece.
Con excepción del trauma por el asalto o secuestro, en ¿Y tú qué has hecho? las amigas no es que cuenten lo que han hecho durante los años que hacen sin haberse visto; ellas se dedican a referir las relaciones amorosas y sexuales con hombres que las marcaron.


Tengo que decir que esto lo veo como un derroche patriarcal innecesario, es en la obra lo que puede ser en una limonada una entrometida pizca de sal o el sabor del limón pasado. Funcionan las travesuras de la sexualidad, pero limitan, hacen doxológico el discurso femenino en cuanto a la cita y presencia irreductible y sacrosanta del macho, como lo es en las sagradas escrituras la presencia de Dios y sus manifestaciones.
¿Y tú que has hecho? no es una visitación contemporánea a Macbeht, tampoco el despliegue de una disquisición brechtiana alrededor de la problemática social o la manifestación escénica de intenciones ideo-estéticas renovadoras. Nada de eso. Aquí es evidente la textura desde que entramos a la sala. La textura de un espectáculo está en la sagacidad con que se ha concebido su mistura dramatúrgica.
Sucede lo mismo con la limonada que desde el primer sorbo la textura tiene que ser convincente; la cosa no es ligar agua con azúcar, limón y si acaso alguna ocurrencia sofisticada para agregar picor saborizante, eso no es suficiente, hay que tomar decisiones ante encrucijadas como que si la licuo o la revuelvo, que si enfrío con hielo o con agua de corteza de limón congelada, que si pongo azúcar refinada o prieta; todo ese prontuario pesa en la textura que revelará la lengua que no solo sabe de sabores sino que con ella se toca, se puede tocar la limonada y aceptar o rechazar su textura.
Rachel Pastor es la guionista y directora, ella decidió que ¿Y tú que has hecho? fuera una limonada hidratante. ¡Qué más! Estar hidratado es sudar, llorar y orinar más, y eso es salud porque aligera el cuerpo.
El frescor de ¿Y tú qué has hecho? está en la gramática del ritmo que tiene pese a que la enunciación se centra en lo verbal y no existen fuertes conectores performativos, porque aunque pese a que se canta no se trata de un espectáculo musical. El ritmo es mantenido por la eficacia de cuatro mujeres que saben divertirse en escena.
En ¿Y tú qué has hecho? se canta con desenfado casero o como cuando estamos despechados o en nota. Me hubiera gustado que se cantara más. Las canciones pueden utilizarse como puentes para emociones y vivencias, hacer que sean parte de la lógica del diálogo que se produce con el pasado que no necesariamente es nostalgeado ni añorado, sino que se alude a él para posesionarse más de lo vivido y disfrutar entero el presente.
¿Y tú qué has hecho? está en presente, un presente nada pesaroso.
«Amigas/ no hay por qué lamentarse/ la vida es un contraste/ con muchas emociones».
«Entonces/ cantemos con el alma».
«Cantemos como siempre/ viviendo en las palabras».
«Cantemos/ lo que es la vida misma/ lo que es la dicha nuestra/ nuestra verdad: ¡Amigas!».