“Brutal” y la fragilidad de las vidas presentes

Por Mercedes Borges Bartutis

Salir a la calle para ir al teatro hoy es un acto de firmeza, es el hecho de no dejarte vencer por lo precario del transporte, por la suciedad y el mal olor de la guagua, del reguetón que te revienta el tímpano en los 30 minutos que puede durar el viaje desde Lawton hasta el Vedado, de la gente que te observa desafiante y es mejor volver la mirada, porque tu destino final es el teatro, tu refugio final es la butaca de una sala que te dejará “esconderte” por una hora en el anonimato de su oscuridad.

Llegué hasta la sala Tito Junco del Beltolt Brecht para ver Brutal, el estreno que tuvo la Compañía Rosario Cárdenas el fin de semana anterior, con coreografía de Nelson Reguera. Quise que pasara la primera semana de funciones, porque a veces asistir al estreno es un arma de doble filo. Generalmente las obras van tomando volumen y terminación en la medida que pasan los días de presentaciones, su engranaje dramatúrgico se va ajustando mejor.

Desde su título, Brutal coloca al espectador en un terreno árido, allí donde nos tenemos que enfrentar a ese feroz aprendizaje que ha significado la Covid-19 para el mundo, y que hoy, los que hemos sobrevivido debemos sacar experiencia para seguir adelante, con todo el dolor que ha significado para muchas familias.

Brutal en su dramaturgia apuesta por la fuerza del movimiento en primera instancia, se enfoca en puntos que reiteran la partitura física y se arriesga por lo que los bailarines puedan defender en el escenario, por sus energías internas, por la diferencia de sus cuerpos, por los matices que sean capaces de mostrar durante los más de cincuenta minutos que dura la obra.

Con la pieza, el espectador se enfrenta a una serie de “escenas” corporales que nos obligan a mirar a ese pasado más inmediato y latente. La Covid y casi dos años de encierro identifican las preocupaciones de Nelson Reguera, creador que con Brutal marca una diferencia visible con sus dos títulos anteriores: Deseo y MurMuro, ambos vistos en la capital cubana y que forman parte del repertorio de la Compañía Rosario Cárdenas, formación que ha recibido las creaciones de Reguera como su coreógrafo más permanente en los últimos años.

Brutal está hecha a golpe de imágenes, es una obra con mucha fuerza visual que va desde puntos violentos a otros de sosiego, de calma, y nos sumerge en el encierro, la ansiedad, la impotencia en que nos sumió la pandemia. Nos hace reflexionar en las múltiples reacciones del ser humano, en el recuentro con lo primitivo, con el movimiento más arcaico, ese que saca cierta bestialidad escondida en lo profundo de cualquier ser humano.

En esa suerte de volcán permanente vimos cómo afloraron las mezquindades más sórdidas. La pandemia y su encierro crearon una especie de mundo ilusorio suspendido en las redes sociales, donde la mayoría de lo que publicamos es hermoso, alegre, y, generalmente, banal.

Brutal nos sacude, nos pone en guardia, nos recuerda cuán frágiles somos en un mundo donde puedes elegir entre quedarte como un espectador más o sumarte con tu aporte pequeño, ínfimo, pero tu aporte, al fin, a intentar ver la vida sin máscaras, a participar en esa gran batalla que puede salvar al que está a tu lado, aunque no lo conozcas.

Nelson Reguera nos regala hermosas escenas incluso con su carga violenta y los bailarines salen a defender la obra con uñas y dientes. Cinco hombres y una mujer nos devuelven una mezcla de amor-odio, de ternura-maldad. Seis intérpretes de procedencias diversas pero que logran empastar en hermosos cuadros, bailan con intensidad, casi al punto del agotamiento, del vértigo, también esa sensación de casi muerte es disfrutable en Brutal.

Los hermanos Yariel y Yaddiel Espinosa se reafirman como pieza medular de un elenco que ha demostrado no establecer lazos que puedan afectar el resultado final, es un elenco ecléctico que ha recibido a un bailarín como Dayler Álvarez, con su formación de ballet clásico, y lo ha ido amoldando a la textura de los cuerpos que necesita la danza contemporánea. Luis Salazar llegado desde Danza Teatro Retazos y Ernesto González desde Codanza, completan una nómina masculina que puede cambiar sus integrantes sin prejuicio porque lo más importante es que la coreografía emerja elegante. Ambos lucen hermosos y sus cuerpos adicionan un contraste particular a la obra de Reguera.

Pero, sin dudas, la gran revelación de los intérpretes de Brutal está en el desempeño de la jovencita Dayana Montalvo, estudiante del último año de la Facultad de Arte Danzario de la Universidad de las Artes, que es como una explosión en pleno rostro. Dayana se manifiesta como la gran intérprete que es y desafía la escena, no tiene reparos en contestar al coreógrafo sus exigencias, revela su torso desnudo de principio a fin y su energía se recibe limpia, plena desde el otro lado del escenario.

La música de David Martínez ataviada con efectos sonoros, canciones y voces apuntala la puesta en escena que se completa con un diseño de luces acertado y el toque agregado de la mano de Rosario Cárdenas en la alegría y los colores de los dibujos que pueblan los kimonos. Nelson ha pensado la obra no solo desde el movimiento y la partitura física, nos ha entregado, además, una escenografía que dice mucho en cuanto el espectador entra en la sala. Desde allí, desde ese recuadro-jaula, se proyectan seis cuerpos atrapados en sus propios movimientos, en sus fatigas, agotamientos y martirios.

Brutal se inserta diferente en medio de propuestas que transitan por caminos parecidos, llenos de pulcritud y flotando en la misma relación que en ocasiones agota la paciencia. Celebremos su arribo a nuestros escenarios porque nos hace estremecernos en ese pasado reciente que aún no termina, todavía algo de encierro queda pululando y nos recuerda la fragilidad de estas vidas presentes.

Fotos JosMar

 

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