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Abstracciones sobre cuervos y trigal

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En Santiago de Cuba, el espectáculo Los cuervos de Van Gogh fue estrenado el 14 de diciembre de 2022, saludando el Día del Trabajador de la Cultura. Ahora vuelve a la escena del Café Teatro Macubá los días 17 y 18 de febrero, a las 6:00 pm

Por Rey Pascual García

Como el tránsito del día a la noche, se suceden los momentos del espectáculo Los cuervos de Van Gogh: unas veces con luz, otras en penumbras, pero en todas con la inseparable maestría que nutre el trabajo constante de la compañía Teatro de la Danza del Caribe, bajo la dirección de la maestra Bárbara Ramos.

Tomando como premisa la pintura Trigal con cuervos, de Vincent Van Gogh, se entrama una línea dramática –a partir del guión de la bailarina y docente Mariela Rodríguez–, que explora, desarma y reconstruye, la técnica del pintor neerlandés, mezclada con la tradición danzaria de un colectivo escénico con más de dos décadas. Una tríada fortuita de saberes y tendencias: la del pintor, la del siempre eterno maestro Eduardo Rivero y la de Bárbara Ramos; que conjuga lo mejor de cada una para dar a luz a una pieza coherente y de alto vuelo.

Aunque el oficio crítico dicte comentar brevemente la fábula, prefiero dirigir estas líneas hacia los pilares que conforman el entramado de la puesta: el trabajo músico-danzario y la realización escenográfica, pues Los cuervos… es también una ficción donde cada dispositivo cuenta su propia historia. Del primero, varios elementos destacan de sobremanera. El trabajo musical, desde lo contemporáneo, une percusión, voz y poliritmias coorporales; para crear una historia sonora única que transita del atardecer al amanecer –o del sueño a la pesadilla–. Este funciona además como perfecto complemento para una labor coreográfica que da muestras de madurez en un elenco fundamentalmente joven –muchos de ellos recién egresados de la Escuela Profesional de Artes José María Heredia y Heredia–, donde se destaca más allá de la composición, el ejercicio creativo y la construcción de personajes únicos que bailan en conjunto sin perder su esencia.

Cada cuervo toma de quien lo ejecuta y se mueve, grazna y danza a su manera, sin alejarse demasiado de la línea estética del colectivo. En cuanto a la realización escenográfica, un recuerdo me viene a la mente mientras escribo. Un mes atrás, durante un visionaje del Consejo Técnico Asesor, me quedaron dos preguntas por resolver. La primera: ¿serán el vestuario y la escenografía complementos o contarán también su propia historia? Y la segunda llegaba tras ver unos cuantos fotogramas de lo que sería el audiovisual que conformaría toda la escenografía del espectáculo: ¿lograrán sincronía coreografía y proyección o se enfrentarán por el protagonismo?

La primera se resolvió por sí sola, por la propia concepción de la puesta, donde cada elemento cuenta desde sí y se integra al resto para hacer girar los engranajes de una dramaturgia escénica. El vestuario, con pocos elementos invita al espectador al uso de la imaginación consciente, para construir la imagen pictórica de cada personaje. Sin embargo, la proyección toma otra vertiente: la de desplegar “en grande” todo su potencial visual.

Se generan entonces dos experiencias, dos líneas dramatúrgicas que se enlazan en lo subjetivo: la proyección y lo danzario. Al fondo, una pantalla muestra un profundo trabajo de animación donde Trigal con cuervos cobra vida y se transforma, sin perder por un instante la técnica postimpresionista, en un trigal visto desde lo onírico, en ese espacio donde habitan colores y formas propias del sueño –o pesadilla–, y que transita del día a la noche y de regreso al día, como guía desde la que se organiza el núcleo dramático de la puesta. ¿Qué es entonces Los cuervos de Van Gogh?: Una historia que sucede durante el paso del ocaso al amanecer; o aquella que ocurre mientras cambiamos de un sueño a otro.

Si bien me quedó la necesidad de engrandecer aún más las dimensiones de la proyección, para llevarla a ocupar todo el espacio de representación, mi segunda pregunta tiene una respuesta hacia el final de la puesta, cuando toca el turno de organizar los sentidos nuevamente y acudir a la reflexión de la experiencia vivida. Ahí encontré la unidad que antes me inquietaba: la puesta de Bárbara Ramos es una madura mixtura de personajes protagónicos.

Sobre el escenario del Teatro Heredia no vi solo una puesta en escena. Vi aquellas puestas de Rivero que por décadas nutrieron la danza moderna en Cuba; escuché los toques y cantos de un elenco de músicos capaces de unir pasado y presente; seguí los movimientos de cada uno de esos jóvenes que en escena despliegan, fragmentan y enlazan sus cuerpos con maestría; disfruté un audiovisual que arrastra la percepción hacia los caminos más brillantes y oscuros de la imaginación; exploré las renovadoras ideas de Mariela sobre la danza santiaguera; pero por sobre todas las cosas, viví la experiencia de una puesta en escena que impacta por su limpieza y la madurez que necesita defender la danza en Santiago de Cuba.