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Matanzas: Caudal y Calle

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La muestra teatral, en general, puso en relieve algunas preguntas que nos hemos impuesto muchos de los que hemos acompañado al encuentro desde sus tempranos años. ¿Existe aún un teatro callejero en Cuba como movimiento?

Por Maité Hernández-Lorenzo

La afluencia de la XIII Bienal y de la X Jornada de Teatro Callejero en Matanzas puso en valor, junto a nuevos espacios públicos y expositivos, una topografía vibrante de gente transitando por ríos de calles siempre en ebullición, a la búsqueda de una muestra, de una escultura, de una intervención, una función teatral, de una estatua viviente.

Matanzas recibió la décima edición del Callejero, un evento soñado hace casi dos décadas atrás por Albio Paz, Pancho Rodríguez, Mercedes Fernández y el núcleo de actores alrededor de El Mirón Cubano. En 2002, los grupos que se reconocían como teatro callejero y empujaban un incipiente movimiento, fueron convocados por Albio, El Mirón y la dirección del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, liderado en aquel momento por Fernández. Hablamos, entonces, de Teatro Andante, D’Morón Teatro, Gigantería, como fundamentales. Más tarde, se sumarían otros que nacerían bajo esa influencia, y algunas experiencias que continuaban una tradición tan fuerte y vital como el santiaguero teatro de relaciones, en representación de ellos, Teatro a Dos Manos y otros colectivos hacían el viaje de oriente a occidente.

Desde los tempranos noventas, Albio, quien había bebido de la experiencia de Teatro Escambray y de un trabajo cercano a Santiago García con Huelga, en Cubana de Acero, entre otras experiencias de investigación social, tomó la calle como escenario para su creación. Se dice con frecuencia que el Período Especial impuso a muchos grupos la salida de las salas teatrales como única solución a las dificultades técnicas, la falta de electricidad, etc. Siempre he considerado que, en efecto fue así, pero no para todo el mundo. Sí y no, es mi respuesta. Recuerdo las funciones de Segismundo-Ex marqués, por Teatro del Obstáculo, y Manteca, de Teatro Mío, a las 3:00 pm, con las ventanas abiertas para aprovechar la luz del día y la ventilación natural. De manera que sí y no.

Para Albio Paz no solo se trató de una solución a esa crítica situación, sino una respuesta creativa, artística y un gesto social y político que no se debe pasar por alto. Como he mencionado en otras ocasiones, Albio y El Mirón constataron en el espacio público, un desplazamiento de sentidos, una reconquista ciudadana, una toma del espacio abierto por el teatro, las ideas y también lo lúdico.

Al morir Albio en 2005, Pancho quedó frente al grupo – previamente ya había dirigido y asistido a Albio-  y más tarde se incorporó Rocío Rodríguez, graduada de Teatrología y parte de una generación del Instituto Superior de Arte que removería los cimientos del teatro cubano con propuestas renovadoras, no solo desde la dramaturgia sino también desde la gestión, la producción y el pensamiento teatral.

Como parte de esa impronta, Rocío asumió nuevos códigos, dialogando con una tradición teatral que este año cumple sus 35 años de vida, los mismos que la propia Rocío. Una hermosa coincidencia si nos percatamos que Rocío es fruto de El Mirón, como lo es de Pancho y Mercedes, jóvenes que fundaron este grupo, un colectivo que se ha transformado en una visión orgánica y coherente.

En ese proceso, con vaivenes, retrocesos y avances –como lo es en un proceso natural de creación– han permanecido fieles a un sello que los sigue distinguiendo: la calle.

Algunas propuestas han sumado a esa “calle”, otros desplazamientos que han incorporado el teatro documental, lo autorreferencial, la historia local conectada con las biografías personales de sus creadores. Ejemplos de ello, Concierto para Aurora y Notas de Lear. Instrumento para la caracterización social de núcleos familiares, estrenada en esta edición y fruto de un trabajo conjunto entre El Mirón y el dramaturgo Rogelio Orizondo.

Sin dudas, un gesto que habla de la necesidad de buscar otros escenarios, otros lenguajes, otras plataformas desde las cuales dialogar con públicos “cautivos”, que no es aquel espectador ocasional que pasa por el lugar de la representación, mira y decide quedarse o no.

La muestra teatral, en general, puso en relieve algunas preguntas que nos hemos impuesto, en especial, recientemente, muchos de los que hemos acompañado al Callejero desde sus tempranos años. ¿Existe aún un teatro callejero en Cuba como movimiento? ¿Cuáles son los puntos de inflexión, de cambio, de repetición, de saturación, de riesgo? Creo que de esto último falta mucho. Como también sobra repetición y saturación en muchos de los trabajos presentados. No se trata de consolidar un sello, una estética, sino de renovarla desde una fijeza.

Aún se resienten en algunas propuestas cuestiones que laceran el resultado artístico, como una innecesaria y extensa duración, una dramaturgia retórica y  caótica que provoca que el espectador callejero desvíe su atención y se distraiga, la música que ilustra demasiado o simplemente es un acompañamiento vacío y, en ocasiones, entorpece el diálogo y los textos, lo que provoca que no se entienda lo que los actores hablan en un espacio abierto que ya es vulnerable.

Un hallazgo feliz fue volver a Historias bien guardadas, de La Salamandra, en un salón como los que conserva el Museo Farmacéutico. Durante años, esta institución, custodiada y protegida por Marcia Brito, ha sido clave no solo para las jornadas del Callejero, sino para el teatro y la cultura matanceros.

Recuerdo aún, en plena restauración o a punto de comenzar los trabajos, una conmovedora función a finales de los noventas de La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, de Teatro de Las Estaciones. Alianzas de este tipo también hacen que perduren y sobrevivan estrategias de colaboración que inciden, de manera directa y peculiar, en los públicos y su relación con el teatro.El evento teórico, segmento que acompaña al Callejero desde su nacimiento, igualmente debe recuperar los diálogos críticos sobre los espectáculos. Más allá del recuento y la revisión de la historia de los colectivos, lo que puede ser útil para los jóvenes y nuevos espectadores que se suman en cada edición, se precisa abrir los procesos, intercambiar en torno a los discursos, al camino creativo y su resultado. Este espacio de reflexión, sin dudas, repercutirá, si existe un interés por parte de los directores y equipo creativo de cada obra, hacia el interior de los procesos de trabajo.

Es significativo el crecimiento profesional, en su práctica y su campo investigativo, de una disciplina como las estatuas vivientes. La trayectoria del Callejero confirma esa evolución hacia una modalidad que ha complejizado su praxis y también ha motivado su reflexión por parte de críticos y teóricos. La sesión de trabajo dedicada a este tema demostró el interés, cada vez mayor, que despierta dentro de la expresión del teatro callejero. Estimulante la investigación y la promoción que realizan, desde La Habana, Susana Gil Padrón, María Victoria Guerra Ballester e Isaac Ribera. Como lo fue también, volver a ver a Roberto Salas, líder de Teatro Gigantería durante muchos años y que hoy continúa su enciclopédico proyecto sobre los zancos. Una idea acariciada desde hace muchos años y que ha sido indetenible. Ojalá en un futuro no muy lejano ese libro llegue a manos de lectores ávidos por conocer todo sobre los zancos y su uso, como herramienta de trabajo y expresión popular en el teatro callejero de todos los tiempos y en todas latitudes.

Felizmente, a las jornadas de teatro callejero se suman otras experiencias escénicas de la ciudad: Teatro El Portazo, Teatro de Las Estaciones, Danza Espiral, así como conjuntos de música clásica. Como telón de fondo del Callejero, llega por primera vez a Matanzas, la Bienal. Las obras concluidas por el 325 de la ciudad, la casi culminación del Teatro Sauto –difícil mirarlo con admiración y no pensar en Cecilia Sodis, su directora durante muchos años, su alma protectora, quien murió sin verlo terminado-, la renovación del paseo Narváez con las esculturas y piezas públicas que van marcando también el paso, así como los cafés, bares, espacios públicos de esparcimiento, con el río San Juan escoltando la caminata y la Plaza Vigía y Calle de Medio peatonales, han convertido, al menos ese segmento más visible de la ciudad, en una de las plazas más lindas y vibrantes de la isla.

Custodia la plaza también el Palacio de Justicia, provisionalmente convertido, gracias a la visión de la artista matancera, radicada en Estados Unidos, Magdalena Campos Pons, en un espacio privilegiado donde se condensan piezas de artistas matanceros junto a artistas de Estados Unidos, Colombia,  Pakistán, etc., una verdadera revolución y privilegio bajo un solo techo. Un edificio que sería perfecto para completar un circuito cultural en un mismo camino: Teatro Sauto, Ediciones Vigía, Paseo Narváez a unos pasos, cafés, Palacio Junco a un costado, Calle Medio, etc.

Bajo el concepto curatorial de Ríos Intermitentes, Campos Pons, junto a artistas y curadores, han refundado una nueva topografía en Matanzas. Un relieve donde sobresalen, en distintos puntos de la ciudad, casonas abiertas que exhiben piezas, esculturas, óleos, gente intercambiando, hablando, conviviendo en un estado de ánimo colectivo en la ciudad que, al menos yo hacía mucho no constataba. Son ríos que no se detienen, que alimentan un caudal creciente, y arrastran y convocan a su alrededor.

Entre función y función, conversación y goce, una escapada al Museo de Arte de Matanzas donde se refugia, sin tener las mejores condiciones, una colección de arte africano de lujo, llegada a Matanzas, en tres momentos, gracias a la generosidad del pintor y coleccionista Lorenzo Padilla, uno de los exponentes vivos más importantes de su generación. A Padilla, quien ha regresado a su ciudad, luego de una larga estancia de vida y oficio en París.

Matanzas siempre me convoca. Pero, la convivencia de la Bienal y el Callejero, junto a la bondad de mis eternos anfitriones matanceros, Mercy, Pancho, Ulises, los Pedritos, Zenén, Rubén Darío, Silvia, hicieron de esta, una estancia fuera de serie, que me permitió descubrir otros ríos bajo otros puentes.

Fotos tomadas de TV Yumurí