JOYAS DE LA CORONA DEL MAYO TEATRAL: Valores Relacionables

Por Roberto Pérez León / Fotos Buby

Con el Mayo Teatral volvimos a disfrutar del acontecimiento anual donde se muestra algo del teatro latinoamericano y caribeño. Quisiera, como espectador, expresar públicamente mi agradecimiento a la Casa de Las Américas, en especial a Vivian Martínez Tabares, directora del evento donde gracias a la magnífica curaduría se logró un programa certero.

Voy a subrayar tres de las puestas que notoriamente se arriesgaron en sus propuestas escénicas. Ellas representaron un ejercicio de abordaje de la realidad, a través de variados procesos semióticos, para expresar y comunicar significados diferenciados, y dar lugar a una producción de sentido en el receptor: destinatario de la experiencia cuyo origen y horizonte es el teatro.

Según mi criterio, las que destacaron por sus estrategias escénicas y una poderosa discursividad metaforizante fueron: Hijas de la Bernarda, del grupo puertorriqueño Tojunto, El Divino Narciso, que trajo Teatro de La Rendija de México, y  Mateluna, de los chilenos comandados por Guillermo Calderón. Sin desdorar las producciones nacionales y mucho menos el resto de las que nos visitaron, señalo estas porque en sus acciones escenificadas sobrepasan lo teatral y llegan contundentemente, sin vacilaciones, a consolidarse como teatro, ese que nos “teatra”.

En las tres hay anunciación. Son epifánicas. Hacen posible que el público participe de lo real desde lo condicionado y lo incondicionado, esa forma lezamiana de estar en la realidad por medio de lo existente y  de lo imaginado.  Razón e invención, arduo dueto en el que Lessing se detuvo para reflexionar: “Quien razona correctamente es capaz de inventar y quien quiere inventar, debe saber razonar. Sólo quienes son incapaces de ambas cosas, creen poder separar una de otra.”

El contrapunteo razón-invención, realidad-imaginación amplía el horizonte perceptivo del receptor y lo convierte en el lezámico “sujeto metafórico” que puede concentrar, confrontar, reflexionar social y artísticamente. Estas puestas, por ser búsquedas, establecen relaciones, entablan con la realidad  una emisión poética que facilita que la invención teatral cree acercamientos, experiencias hápticas: contacto y sensaciones. Cada montaje en su proporción axiológica encuentra una aplicación ética y estética, explaya un imago acompañante reflejada en la liaison emisión-recepción donde sucede la esplendente transmisión de contenidos intelectuales, emocionales, sociales, culturales. Debido a los varios sistemas significantes que entran en juego es posible la desemejanza, articulación, desarticulación, polarización, coincidencia, discrepancia entre el influyente y el influido en el suceso teatral de cada montaje.

El Divino Narciso­: Progresión moderna y tiempo mítico en una composición metafórica, sensualista.

El divino Narciso, rutilante por naturaleza mítica y literaria. Y digo naturaleza literaria rutilante porque se trata de una pieza escrita en el siglo XVII. Texto desmesurado en el laberinto  de la deliciosa complejidad del barroco del que se adueñó sor Juana Inés de la Cruz. Texto de identidad probada y arraigada que empapa la especificidad cultural mexicana.

En este Narciso, ciertamente divino y encarnado en un puñado de actrices, asistimos a la representación de un suceso literario canónico traído a lo contemporáneo por intérpretes amalgamadas en una finura escénica que hace que pueda calibrarse la puesta de inusitada. Una puesta como las que acá no estamos acostumbrados a enfrentar.

¿Quien se atreve a montar a sor Juana Inés de la Cruz donde solo prima el verbo? Raquel Araujo lo ha hecho y acá en La Habana nos ha dado una lección de teatro dramático espeso. Mujer portentosa esta directora que demuestra su amor y su pulso en un juego escénico extraordinario. Doma, acaricia, interpreta y reconoce  al verso sorjuanesco, que por la pureza de su lenguaje tiene autoridad indiscutible en nuestra lengua.   La Araujo hace una conquista de esos versos que es un primor. El Teatro de La Rendija es de una intrepidez  celebrable. Como proyecto desarrollado en escena, El Divino Narciso es la comprensión suficiente y necesaria de una obra literaria del barroco, del desorden y correspondencia de pasiones.

Hacía mucho que no veía en un escenario nuestro el verso tan bien puesto y tan bien sonado. Subir versos requiere de un trabajo actoral que no muchos pueden emprender, y mucho más cuando se trata del más espeso teatro dramático que tiene como agregado el barroco. Solo una mujer de la intrepidez teatral de Raquel Araujo puede poner en consonancia tantas sustancias no usuales en la escena contemporánea. Ella crea una partitura de un pulido de orfebrería y logra lo arrebatado del barroco y la serenidad inquietante del mito.

Todo ocurre en un tiempo de dos horas. Estamos hablando de dos horas. El público complacido, encantado de participar en un acto de  prestidigitación  en el misterio gozoso. A un espectáculo como ese hay que llegar dispuesto a ser violado por la belleza  y salir adolorido, porque la belleza duele, se los aseguro. La belleza de la lucidez amarga de sor Juana Inés en  todo su esplendor sobre un espacio escénico que demuestra que el talento no tiene generalidades, mucho menos leyes y especificidades. Un espacio escénico diseñado para la elegancia.  Música, escenografía, luces, efectos audiovisuales, vestuario y no se agota la inventiva en esta puesta insistente en su delicadeza.

Los personajes no responden a nombres sino a conceptos asumidos por seis mujeres: Religión, Celo, Occidente, América, Amor Propio y Soberbia. Dije conceptos, mejor sería decir que cada personaje es  un cuerpo que encarna al verbo que ejecuta el drama siempre de la pasión infinita. Y tenemos la satisfacción de declarar que hemos asistido a la sobrenaturaleza y su incondicionado condicionante.

Mateluna: acercamiento y vigilancia sin ondulaciones.

Mateluna es el fruto de la labor de un colectivo que desde una intrincada decisión ética desarrolla una búsqueda estética y artiza un hecho social latente en nuestro continente. Guillermo Calderón, chileno, dirige al grupo de esta definitiva gente de teatro.

Decimos que tal pintura es una obra de arte pero no es usual calificar a un montaje teatral de esa manera. Mateluna es una espléndida obra de arte por su armonía e intensidad. Tampoco es común hacer hincapié en el trabajo dramatúrgico, nos creemos que va implícito. Pero hay que insistir en la dramaturgia, en la concatenación de los sistemas significantes, ella los hilvana. En Mateluna la dramaturgia hila fino y atrevidamente, destroza la cuarta pared. Como espectadores nos sentimos cómodos y respetados. Seis artistas en escena hacen que no nos demos cuenta que estamos sentados frente a un escenario. La puesta de Mateluna nos libera del encajonamiento y formamos parte del proceso de montaje, de lo empírico de toda representación que se arma para convertirse en puesta en escena de un texto dramático. Y acá está el otro componente celebrable: el texto dramático escrito por Guillermo Calderón. Este hombre sabe desde el status de un texto lingüístico encontrar la adecuada enunciación escénica.

Mateluna es un texto espectacular abarcador, desde su producción propone una estética que hace que el espectador haga una recepción lúcida. En el teatro, y esta vez particularmente en Mateluna, se disfruta de la estética en su sentido primigenio: como goce colectivo de un suceso.

Mateluna es una lección eminentemente teatral y también política, ideológica, su discurso escénico es propulsor de movilización social. El teatro político siempre podrá correr el riesgo de ser panfletario, embaucador, tendencioso. Sin embargo, Mateluna nos mete en una situación escénica a través de una mirada polisémica que interviene en lo sucedido, en la realidad, y podemos, como espectadores, ser testigos de un hecho de una actualidad e inmanencia que nos late al lado. Porque Jorge Mateluna está preso en una cárcel chilena, condenado a 16 años a través de proceso que es paradigma de la más desvergonzada arbitrariedad judicial chilena.

Hijas de la Bernarda­: gravitante, vitalista en la movilidad de la imagen, intermedio entre la tradición y la ruptura.

En el programa de mano cuando se escribe “hijas” se sustituye la “a” por el signo de arroba que semánticamente ya denota lo masculino y lo femenino a la vez. Así, nos proponen que diluyamos las fronteras entre los géneros, esos grilletes que son imposiciones culturales atroces e indignantes para la condición humana. Entonces, el signo de arroba autoriza a que lo mismo puedan ser las hijas que los hijos de la Bernalda. Sí, de la Bernalda Alba, la de Federico García Lorca.

Espectáculo danzario donde el despliegue de movimientos emocionales a nivel coreográfico está pespunteado por una, en general, elegancia interpretativa arrolladora.  Rabia y ternura dentro de una atmósfera teatral que sobrepasa la ya tradicional danza teatro. Hijas de la Bernarda puede provocar decir que es una puesta revolucionaria, renovadora,  experimental y toda esa serie de términos que son ya un lugar común.

Pero en esta obra las referencialidad están sustentadas por la inteligente asimilación y la opulenta fecundidad. Confieso que estoy harto de ver en escena individualismos, rollos existenciales o críticas sociales a media lengua. Hijas de la Bernalda me cura de espantos. He quedado satisfecho con el ritmo de un espectáculo que se atreve a romper y proponer. El énfasis está en lo visual, en lo interpretativo. No hay maromas luminotécnicas ni despliegue escenográfico. La música, en vivo, no se dejó conquistar por lo ibérico: la descarga vence al flamenco y la melodía bolerosa da paso al poema musicalizado. Los efectos sonoros marcan la pauta.

Hijas de la Bernarda tiene un altísimo nivel de creatividad escénica, pese a que en determinados momentos puede ser reiterativa la intensión y la intensidad del movimiento corporal de los intérpretes.

Tojunto, el colectivo hacedor de esta entrega, está hecho con gente de pura cepa, gente apasionada, apasionante, gente de puro teatro con puro talento y pura entrega.